[Notas en torno a Rodolfo el descreído]
Contextualización de la novela en la literatura nacional, y un extenso fragmento a modo de aperitivo.
Rodolfo
Ortiz
Al Catálogo de
la bibliografía boliviana (Vol 1, 1966), de Arturo Costa de la Torre, le
debemos (quizás) la mención insólita de la novela Rodolfo el descreído del escritor David S. Villazón. Para quienes
estén familiarizados con este inhallable ejemplar de 1939, las “Palabras
liminares” de Enrique Baldivieso, ansioso político y diplomático que las firmó
en 1938, llegan a ser, sin embargo, más cercanas y primogénitas: “[e]n Villazón
laten fuerzas de grandes proyecciones”. A pesar del añejo bibliófilo, don
Arturo Costa, quien arriesgó líneas de información documental, al igual que su
continuador Augusto Guzmán en 1973, Elías Blanco en 2011, y más generosamente
Omar Rocha el año 2002, esta
obra, sin duda, alberga hoy no solamente un “latido”, sino también la ansiedad
germinativa de aparecer como un virus precursor. Pienso, a la par, en
obras que se escriben en sardónica contracorriente al asiento reservado de la
historia comprendida o habida por todos. Una obra inaudita que se suma a otras
obras inauditas de escrituras heterogéneas y luminosas, en este caso, desplegadas
en la bocanada internacional y cementérica de los años 30 (quizás 20’s) en
Bolivia. Si alimentamos esta idea de mala-lengua (con su “musiquita” literaria),
podríamos adherir a este cementerio renacido obras como Pirotecnia (1936) de Hilda
Mundy; Aguafuertes (1928) de Leitón; Memorias del Mala-Bar (1928) de Villegas (agregaría Gualamba (1934), obra inconclusa y no
menos sugerente que se sitúa precisamente en la Guerra del Chaco); Hathawi (1931) de Ramún Katari; las Añejerías paceñas (1931) de Sotomayor; y
claro, Nonato Lyra, y la “Carta a
Carlos Medinaceli” de Arturo Borda, escrita esta última en 1937; sin callar que
El pez de oro se iba escribiendo
desde 1927 y, en La Paz, desde 1932. La noción de extravío y padecimiento de
una escritura, pensemos por un momento, maduraba estos años al encender un
acueducto de alfabética hermosura (la guerra heterogénea que Mundy trae de “Campo
mayo”, a donde envía algunas cartas al soldado Fajardo, o bien, la explosiva articulación
de un crítico exiliado y un creador no menos crítico y autoexiliado en ocasión
de otra “Carta”, esta vez la de Arturo Borda, que iba destino a Camargo). Este
acueducto, que desbordó en los temibles y secretos años 40, vio nacer los
primeros escritos (fundamentales) de Saenz y los ultra fondos, en prosa y en verso,
del sin par Suárez Figueroa. Por
ahora, pare de contar. Pero volviendo al texto de Villazón, la Guerra del Chaco
resuena aquí a través de una estética de la insubstancialidad en la cual la
novela abiertamente se reconoce, y no solamente ella, sino fundamentalmente una
segunda, la novela de un tal Jorge Santa Cruz (ganador del Premio Gordo de
Lotería) que se entrevera dentro de la propia novela de David S. Villazón para
narrar con precisión los “sucesos” acaecidos alrededor del, digamos, “gran
suceso” llamado Guerra del Chaco:
Aquella mañana un poeta, un mal poeta como hay
muchos, había “manufacturado” un poema en el que hablaba mal de las nubes
llamándolas monstruos poliformes. Las nubes, grises de cólera, se pusieron a
llorar desesperadamente.
—Llueve –se dijo Jorge Santa Cruz, sentado frente al
escritorio, mientras sus dedos tamborileaban “La Danza Macabra” sobre la tapa
de un libro. Abrió ese libro, y dijo: Mi novela, y principió a leer la primera
página.
(El lector no debe olvidar que Jorge Santa Cruz, ex-empleado
favorecido por la suerte hoy, había pensado escribir una novela).
—¿Cómo decíamos lector?
—¡Ah!, en la primera página del libro decía:
UNA
TRAGEDIA MÁS…
Novela
de
JORGE
SANTA CRUZ
Premio
Gordo de Lotería
Pasó a la página dos y principió a releerla.
Lector: tú puedes empezar a leerla, te la
transcribo:
1.
“Han transcurrido desde la noche en que Rodolfo
Azurduy de la Serna y yo nos vimos sumergidos en la desesperación de vernos sin
nafta, hasta tres semanas. Durante este tiempo, han acaecido sucesos feos,
bonitos, agradables, desagradables, importantes, absurdos, trascendentales, cómicos,
imprevistos, etc., etc.
Sucesos
feos.– Actividad desusada de cobradores debido a la
guerra boliviano-paraguaya.
Sucesos
bonitos.– Greta en “Mata Hari”, en el culminante instante
en que, con su feliz galán, saborea sendos cigarrillos después de…
Juegos originalísimos de Política Internacional sud-americana.
Ruidoso estreno del tango “La conquista no da
derechos” y la ranchera “Debajo el parral”.
Sucesos
agradables.– Ingreso triunfal de esa cocotte fragante llamada primavera.
Instalación de “Holstein Milk”. (Especialidades
lácteas). Clarísima visión del dueño del establecimiento para la post-guerra.
Sucesos
desagradables.– Discursos bélicos de toda la escala política. (Diarrea
literaria con tendencias a la cronicidad).
Sucesos
importantes.– Fabricación del “acorazado de bolsillo”.
Moratoria de deudas en Bolivia, para los movilizados al frente de batalla.
Sucesos
absurdos: Tres suicidios pasionales. Invención del “Yo-yó”.
Sucesos
trascendentales.– Propagación mundial del cierre automático, y los
productos “Max-Factor”.
Sucesos
cómicos.– Fuga de capitales y jovencitos bolivianos a otras
capitales.
Sucesos
imprevistos.– Prolongación indefinida de la guerra.
Convencimiento pleno de que estoy enamorado de Judith de Hernández, heroína de
mi novela.
Cosa que, dado mi cerebralismo, parece imposible, y
sin embargo es ciertísima, tan cierta, que merece un acápite retrospectivo para
poner en antecedentes al lector, del modo como ha nacido en la retorta de mi
laboratorio sentimental este producto que se llama amor.
He aquí
el capítulo retrospectivo.
Un
saloncete decorado a la turca, almohadones, muchos almohadones, cortinajes,
alfombras, alfombritas, mesillas enanas, hasta dos tiorbas, tres yataganes y
dos cimitarras, una panoplia, narguile, muchas huríes en poses paradisíacas, la
luz; una lámpara en media luna que esparce una claridad violeta, un “Solimán el
magnífico”, tres rosas de Alejandría en un jarrón también de Alejandría…
Rodolfo
el descreído ofrece este mundo, donde escuchamos el balbuceo
anti-heroico y también somos testigos del desencanto, el hastío, el flirteo banal
de clases acomodadas (y no tanto) ligadas al poder. Todo, o casi todo,
salpicando en agua especular, pero bajo la eficacia de un autor que sabe (y lo
dice) que esta obra “es una calamidad nacida en forma de novela”. Bienvenida a
todas luces e inagotable como el instante, esperemos que pronto circule, esta
vez, bajo la danza macabra de La Mariposa
Mundial.
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