sábado, 24 de octubre de 2015

Reseña

Bolivijke pricaju



Comentario de un libro de relatos de autoras bolivianas que fue traducido al croata, editado en Zagreb, y presentado en el marco de la feria cochabambina.


Cecilia Romero 

El lector debe estar solo, solo en medio del mundo. Deambulando en la jungla de sus propios pensamientos. Lo placentero se anida en la posibilidad de que lector y autor compartan la misma seducción del lenguaje que toca y goza tocándose.
Estas historias sobre los viejos/nuevos temas están contenidas en la antología Bolivijke pricaju (Lo que las bolivianas cuentan), de la editorial Božicevic de Zagreb, Croacia, traducido al croata por Matija Janes. Un proyecto gestado gracias a varios empeños, uno de ellos el del croata Radoslav Pazameta y que luego se materializó en una impecable edición impresa donde están los cuentos de Erika Bruzonic, Cecilia de Marchi, Lourdes Saavedra, Shariel Baptista, Giovanna Rivero, Daniela Elías y quien escribe.
Escritoras bolivianas dispersas en diversas geografías viajan a un punto de encuentro. Con pasos de cangrejo las historias se anclan en esos lugares no lugares donde fuimos los que fuimos, cosas de la memoria o de fantasmas penitentes que encuentran su lugar de aparición.
Relatos de un erotismo inesperado, como el de un sujeto sin rostro que se frota contra una mujer trabajadora en un metro inaugurándola de nuevo a la fantasía y el morbo; o de pequeños desastres que por ser cotidianos tienen el sino más evidente de lo fatal, como una máquina de coser Singer que espera paciente el derrumbe del costurero que la manipula; vizcachas que deciden atacar niñas solitarias y gatos de tejados en actos reproductorios escandalosos.
También está la cartografía de las ciudades, las ciudades sucias y hermosas y los viajes que permite. Periplos vitales, donde todo el tiempo las cosas fungen como entes duales, se cruza en ellos la fatalidad y la decisión en una sucesión de momentos de comprensión y donde gracias al capital simbólico de estas escritoras, se proscribe el falso sentimentalismo, siendo la trama una constante acumulación de tensiones y desencuentros, muchas veces violentos y por tanto, fantásticos.
A estas ciudades se arriba desde la lejanía, desde una Norteamérica, por ejemplo, con pocos sueños disponibles. Lejanía que se le impregna al migrante como otra piel cuando arriba con su maleta de los otros mundos y constata que la tierra de origen, pese a sus escasas bondades, sigue afianzada en un provincianismo arduo.
Las ciudades se recorren con prisa, la memoria las convierte en escenario de pasadas guerras, espacios que a veces son visitados por sismos y donde hay carreteras desoladas con mujeres muertas que esperan ser desenterradas algún día. Los insepultos permanecen en el sopor de la selva en Yungas, mismo lugar donde otro cuento recrea un triángulo amoroso de final abierto.
El gran lugar de convergencia tiene un sino particular, la mirada a las familias. La gente de paso que acompaña las historias de las familias con el baile mudo de sus polleras y la tibieza de sus brazos, y dentro de estas juntas el grupo de desconocidos que comparten techo y mapas secretos que los puedan llevar lejos. Familias, silentes manicomios, lugares de fuga y encuentro, donde la narrativa pone el acento en diversos subtemas, uno de ellos será la pérdida de fe y el terror íntimo, casi en sincronía con eso que Georges Bataille aconseja cuando plantea que revelando nuestra verdadera intimidad y dominando al sujeto sólido instándolo justo al borde del salto, es como podemos abrirnos a través de las heridas y exponernos. En este ejercicio de apertura, en ese ejercicio de real desnudez, está la condición de la construcción de una literatura en lo profundo.
Los relatos de cada escritora en este proceso escritural nos recuerdan esos verdaderos y casi heroicos actos transgresores del que habla Bataille. Estas historias son las de heridas secretas, de batallas diarias, de derrotas y de triunfos y también de la fragilidad de nuestro andamio.
Esta antología es una polifonía de muchas voces y muchos viajes. Narraciones sonando en el misterioso y musical idioma croata. Relatos conexos y entretejidos, andando certeramente por las arenas movedizas de la memoria, la música, los amores perdidos, los desencuentros y en toda esa red de araña sus finales abiertos, así como lo es la vida. Finales felices en toda su posible infelicidad.

Las escritoras de Bolivijke pricaju, que de seguro le desean lo mismo a los lectores, en la tradición arquetípica han viajado por la noche y han regresado no a la misma ciudad desde donde se partió sino a otra, una que levemente ha cambiado, una que perdido inocencia y quizá por eso es más seductora. 

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