Bolivijke pricaju
Comentario de un libro de relatos de autoras bolivianas que fue traducido al croata, editado en Zagreb, y presentado en el marco de la feria cochabambina.
Cecilia
Romero
El
lector debe estar solo, solo en medio del mundo. Deambulando en la jungla de
sus propios pensamientos. Lo placentero se anida en la posibilidad de que
lector y autor compartan la misma seducción del lenguaje que toca y goza
tocándose.
Estas
historias sobre los viejos/nuevos temas están contenidas en la antología Bolivijke pricaju (Lo que las bolivianas
cuentan), de la editorial Božicevic de Zagreb, Croacia, traducido al croata
por Matija Janes. Un proyecto gestado gracias a varios empeños, uno de ellos el
del croata Radoslav Pazameta y que luego se materializó en una impecable
edición impresa donde están los cuentos de Erika Bruzonic, Cecilia de Marchi,
Lourdes Saavedra, Shariel Baptista, Giovanna Rivero, Daniela Elías y quien
escribe.
Escritoras
bolivianas dispersas en diversas geografías viajan a un punto de encuentro. Con
pasos de cangrejo las historias se anclan en esos lugares no lugares donde
fuimos los que fuimos, cosas de la memoria o de fantasmas penitentes que
encuentran su lugar de aparición.
Relatos
de un erotismo inesperado, como el de un sujeto sin rostro que se frota contra
una mujer trabajadora en un metro inaugurándola de nuevo a la fantasía y el
morbo; o de pequeños desastres que por ser cotidianos tienen el sino más
evidente de lo fatal, como una máquina de coser Singer que espera paciente el
derrumbe del costurero que la manipula; vizcachas que deciden atacar niñas solitarias
y gatos de tejados en actos reproductorios escandalosos.
También
está la cartografía de las ciudades, las ciudades sucias y hermosas y los
viajes que permite. Periplos vitales, donde todo el tiempo las cosas fungen
como entes duales, se cruza en ellos la fatalidad y la decisión en una sucesión
de momentos de comprensión y donde gracias al capital simbólico de estas
escritoras, se proscribe el falso sentimentalismo, siendo la trama una
constante acumulación de tensiones y desencuentros, muchas veces violentos y
por tanto, fantásticos.
A
estas ciudades se arriba desde la lejanía, desde una Norteamérica, por ejemplo,
con pocos sueños disponibles. Lejanía que se le impregna al migrante como otra
piel cuando arriba con su maleta de los otros mundos y constata que la tierra
de origen, pese a sus escasas bondades, sigue afianzada en un provincianismo arduo.
Las
ciudades se recorren con prisa, la memoria las convierte en escenario de
pasadas guerras, espacios que a veces son visitados por sismos y donde hay carreteras
desoladas con mujeres muertas que esperan ser desenterradas algún día. Los insepultos
permanecen en el sopor de la selva en Yungas, mismo lugar donde otro cuento
recrea un triángulo amoroso de final abierto.
El
gran lugar de convergencia tiene un sino particular, la mirada a las familias. La
gente de paso que acompaña las historias de las familias con el baile mudo de
sus polleras y la tibieza de sus brazos, y dentro de estas juntas el grupo de
desconocidos que comparten techo y mapas secretos que los puedan llevar lejos.
Familias, silentes manicomios, lugares de fuga y encuentro, donde la narrativa pone
el acento en diversos subtemas, uno de ellos será la pérdida de fe y el terror íntimo,
casi en sincronía con eso que Georges Bataille aconseja cuando plantea que
revelando nuestra verdadera intimidad y dominando al sujeto sólido instándolo
justo al borde del salto, es como podemos abrirnos a través de las heridas y exponernos.
En este ejercicio de apertura, en ese ejercicio de real desnudez, está la
condición de la construcción de una literatura en lo profundo.
Los
relatos de cada escritora en este proceso escritural nos recuerdan esos
verdaderos y casi heroicos actos transgresores del que habla Bataille. Estas
historias son las de heridas secretas, de batallas diarias, de derrotas y de
triunfos y también de la fragilidad de nuestro andamio.
Esta
antología es una polifonía de muchas voces y muchos viajes. Narraciones sonando
en el misterioso y musical idioma croata. Relatos conexos y entretejidos,
andando certeramente por las arenas movedizas de la memoria, la música, los
amores perdidos, los desencuentros y en toda esa red de araña sus finales
abiertos, así como lo es la vida. Finales felices en toda su posible
infelicidad.
Las
escritoras de Bolivijke pricaju, que
de seguro le desean lo mismo a los lectores, en la tradición arquetípica han
viajado por la noche y han regresado no a la misma ciudad desde donde se partió
sino a otra, una que levemente ha cambiado, una que perdido inocencia y quizá
por eso es más seductora.
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