Javier del Granado, el poeta de la aldea
Fragmento del Estudio introductorio del libro Obras escogidas de Javier del Granado, publicado por editorial Nuevo Milenio y lanzado en la Feria del Libro de Cochabamba.
Moira Bailey Jáuregui
“Conoce tu aldea y conocerás el mundo, conócete a ti mismo y
conocerás a la raza humana”, dice una máxima de León Tolstoi que Javier del
Granado practicó con profunda naturalidad a lo largo de su vida.
Fue así que desde Colpa Ciaco, su finca en el valle de Arani,
en el centro del país, empezó su minuciosa tarea de observar el mundo,
convirtiéndose en amante del campo y la geografía, y atento lector de
escritores bolivianos, sin la necesidad de saltar los bordes de aquello que
encerraba lo íntimamente suyo, para mirar lo esencial de la existencia humana.
Hombre de paso firme que escogió una senda y en ella se
mantuvo por siempre, Del Granado solo escribe de los temas que realmente le
importan: Dios, la naturaleza y el amor por su tierra, manifiesto no solo en un
sentido patriótico o histórico, sino también pictórico, pues nunca olvida
resaltar la luz de su paisaje. Entre ellos va sutilmente colocando atajos, puentes,
pasos estrechos, despedidas y aficiones diversas. Su interés es la relación de
los hombres con su mundo, esa frontera de convivencia y dependencia mutua que
se va transformando lentamente a lo largo de la vida:
“Mi espíritu no es águila que trasmonta altanera / las
elevadas cumbres de la meditación. / Es débil golondrina que vuela en la
pradera / y ensaya en los vergeles su lírica canción. (Habla Canata).
Este poema de Rosas pálidas,
su primer libro, es una suerte de profecía, una descripción acertada de un caminar
pausado y constante que no va a desdecirse, que avanza sin cambiar de dirección
y llega lejos.
Anuncia además un modo de ver el mundo que empieza en lo
pequeño y más cercano, en el aprendizaje de lo nimio de cada día, para
aventurarse después hacia lo más elevado y duradero. Su literatura tiene una función,
sí: confirmar el amor por la vida, relacionarse con el entorno cercano de manera
limpia y llana, ser capaz de mirarlo todo una y otra vez. Recoge leyendas y
mitos en los que se funda la identidad nacional y que deberán fungir como base
para la postergada modernización.
Con diecinueve años cumplidos, Del Granado abandonó el
remanso de la finca para incorporarse al servicio militar. Se vivían tiempos de
indudable transformación; él ya no sería el mismo, tanto menos la realidad
nacional. Era el 32, año en el que se desató la guerra entre Bolivia y
Paraguay.
Lejos de la cordillera, el país se enfrentaba no solo contra
el enemigo, sino también con sus contradicciones y con la falta de comprensión
de su propia realidad. Como toda guerra o revolución, la Guerra del Chaco
serviría de caldo de cultivo para nuevas propuestas literarias y políticas; de ella
surgió el germen de un pensamiento que buscaba explicar el escenario que había
posibilitado el conflicto, si es que éste pudiese ser definido a cabalidad.
Dado que no dejó más que escasos ensayos o artículos
políticos, pues es claro que prefirió reservar su ímpetu para la lírica, al
leerlo ahora uno se ve tentado a buscar más pistas si quiere conocer de cerca
las reflexiones que tenía este escritor sobre su país y la forma en la que fue
construyendo sus paradigmas y su visión del mundo.
Existe en las páginas de Javier del Granado un rechazo
manifiesto a las voces o idiomas extranjeros, hecho que nos acerca a su
intención: trabajar por la construcción de un pensamiento netamente
hispanoamericano que pudiera definir una realidad propia y específica, que
fuese capaz de asimilar el enorme bagaje precolombino a la posterior herencia
española y que se distinguiera de formas de pensamiento generadas en tiempos y
entornos diferentes.
Lo cierto es que aquel joven escritor iba dibujando en su
mente un tentativo camino a la modernización y asentamiento para una república
aún en formación que, habiendo sufrido dos mutilaciones físicas en menos de cincuenta
y cinco años, iniciaba con bríos un periodo de consolidación y reforma.
Así, a solo diez años del inicio de la Guerra del Chaco, Del
Granado fue uno de los creadores del Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR), junto con un grupo de hombres con quienes compartía valores y criterios
en torno a cómo juzgar la realidad nacional y generar un discurso realista para
su transformación. Entre ellos figura Carlos Montenegro (ideólogo y autor de Nacionalismo y coloniaje), Víctor Paz
Estenssoro, Hernán Siles Zuazo y los también escritores Augusto Céspedes y
Walter Guevara Arze. Un intento de asesinato en su contra, ocurrido en esa
misma década, la de los cuarenta, lo obligó sin embargo a alejarse de la
militancia política (…).
Al igual que 1932, 1952 fue un año decisivo para Bolivia y
también para la vida del poeta que contaba ya con seis libros escritos e ingresaba
a la Academia Boliviana de la Lengua. En ese año dedicó varios poemas a
escritores bolivianos y escribió por primera vez sobre la Guerra del Chaco, en
un poema dedicado al escritor y excombatiente Augusto Guzmán:
La roja espada de Marte / quemó la jungla chaqueña, / que
desgarró en los manglares / nuestra gloriosa bandera; / y el escritor
prisionero, / robando sangre a sus venas, / trazó con pluma de cóndor / la historia
de nuestra tierra, / hecha de grandes hazañas / y de pequeñas miserias. (Figuras literarias del solar hispano que
florecieron en Bolivia).
Tal vez los últimos versos de esta estrofa pueden darnos
pauta de la mirada que tenía hacia la historia boliviana y a sus protagonistas;
pues si bien no niega el dolor, intenta siempre resaltar la grandeza.
Hace, no obstante, cuestionamientos existenciales e
históricos más severos, no solo sobre Europa, sino sobre todo el mundo en el Poema de la guerra, escrito en 1945 al término
de la Segunda Guerra Mundial. En él, Del Granado expresa sus preocupaciones en
torno a la violencia y devastación en términos más contundentes:
“…y toda esa macabra legión de los ex hombres/ será posible
hablarles/ de la bestia que duerme agazapada y turbia/ en el pecho del hombre/
enjaulando sus nervios bajo un chorro de látigos”. (Canciones de la tierra). (…)
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