Sobre Cuaderno de Juan Cristóbal Mac Lean
Una versión más extensa de este texto fue leída durante la presentación, hace algunos días en La Paz, del libro publicado por Plural Editores.
Ana Rebeca Prada
Aquí van unas cuantas notas en torno a este tan
bello libro. Los primeros cuatro apartados se arman a partir de uno o más
escritos incluidos en él. Luego viene un quinto apartado que es una salida…
I
“Cuadernos, márgenes y garabatos”
¿Qué es un cuaderno? – allí donde anotamos, donde
libremente borroneamos, donde en intimidad esbozamos, en privado garabateamos…
En Bolivia hay una hermosa tradición de las anotaciones en cuadernos. Dos de las
obras más importantes del siglo XX se escribieron primero en cuadernos, como
cuadernos: El Loco de Borda y En el país del silencio de Urzagasti. No
es que empezaran en cuaderno (o sea: en borrador) y luego se ‘mejoraran’ o
‘definieran’ en algo que no fueran unas notas, no. Cuando una lee El Loco o El país, una está leyendo un cuaderno. He ahí la particularidad de
esas escrituras y su dificultad. Atravesarlas es arduo, denso.
Piénsese (como de hecho lo hace Juan en este libro,
pues cruza mucho las reflexiones sobre escribir con las reflexiones sobre
dibujar, pintar) en los sketch books (cuaderno
de bocetos) de los artistas. Otra vez: privados escenarios de ideas, trazos,
juegos, garabatos… Cuando podemos entrar en ellos, se abre otro lugar del arte
del gran pintor o escultor –Juan menciona los cuadernos de Miguel Ángel, de
Leonardo, luego de haber hablado de los cuadernos de dibujos de Kafka: de los que él mismo decía –“no son dibujos
que se pueda mostrar a nadie. Son solamente personales, por tanto ilegibles
–jeroglíficos”.
Según Juan “hay un gremio (…) de escritores de/en
cuadernos”. Menciona a Victor Hugo, a Artaud, en los que se mezcla el dibujo,
la escritura… Menciona también los cuadernos de Saenz.
El cuaderno que él escribe quiere acercarse a estos
cuadernos que mencionamos. Su propia escritura –ésta que no sabemos si llamar
ensayo, nota, artículo, escrito…- estaría en relación de rebeldía con otros
géneros más prestigiosos (como rebelde es el dibujo o el esbozo respecto a la
pintura). “El ensayo –dice-, el artículo, la pieza breve, incluso en sus casos
el cuento, pueden ocupar el espacio del dibujo o del sketch”. Hay una idea de fragmento, de esbozo rápido, efímero.
Frente a la oferta heterogénea y diversa de la realidad, la necesidad de fijar algo
–“dentro de esa turbulencia líquida”-.
II
“Apuntes sobre el afuera. K’ita, puruma y literatura”
“Recopilación sin orden de cosas, tomadas de aquí y
de allá” –decía Leonardo de sus cuadernos. Juan comenta sobre los cuadernos de
Artaud y Victor Hugo. En ellos recoge un vaivén entre la voluntad y la
distracción, recoge “haces de descuidos naufragando, iluminando o ensuciando;
botados entre los márgenes, los escritos”.
Me sirve esta forma de acercarse a los cuadernos
para señalar otro elemento (y sin embargo el mismo) de Cuaderno. Y es el elemento del pensamiento. Ni en Borda ni en Urzagasti
hay modo de separar el proyecto estético o literario del proyecto de un
pensamiento en curso, en movimiento. Precisamente sus cuadernos eran también y
al mismo tiempo el esbozo de ideas, de conceptos; el procesamiento libre de nociones…
Ya en otro lado he trabajado el tema del afuera en la obra de estos dos
escritores. Y el tema del afuera emerge muy fuerte en la obra de Juan. Y lo
hace bajo las nociones de k’ita y de puruma –nociones aymaras tomadas de la
antropología. En pocas, los k’itas
son aquellas existencias (animales, vegetales, humanas) que se salen del
corral, del terreno cultivado, del orden social; son lo no domesticable, lo no
regimentable. Al salirse del orden y de lo regimentado, se van a la puruma: la periferia, “las tierras
desérticas o en barbecho, ese espacio de penumbra alejado de las comunidades,
cercano a los espíritus, los demonios”. Juan concluye: “En el espacio puruma se aloja la literatura”. [Roberto
Calasso -al trabajar la relación perversa de Saint-Beuve con Baudelaire, al que
despreciaba profundamente-, recuerda que el crítico decía (metafóricamente) que
Baudelaire vivía en Kamchatka –península del extremo oriental de Rusia, lugar
volcánico y poco hospitalario-; Saint-Beuve pensaba que insultaba al gran poeta
con esto, cuando estaba más bien describiendo magníficamente el lugar de uno de
los más grandes k’itas de la historia
de la literatura].
Tales nociones, claro, tienen que ver con la noción
de línea de fuga deleuziana. El filósofo Deleuze entendió y teorizó bien el afuera,
la fuga, esas almas que “se rehusan a ser atrapadas, conquistadas, domadas, por
el poder o los poderes”.
Juan va a mencionar a otros grandes k’itas o fugados: Kafka, Rimbaud.
Pero sin ir tan lejos, quisiera yo relacionar estas
nociones aymaras con el propio Juan y su escritura. Pertenece nomás a esa
genealogía de cuadernistas que son
Borda y Urzagasti. Seguramente hay más integrantes del gremio, claro (Saenz…).
La libertad es tal vez uno de los elementos más importantes de estas
escrituras. Muy distinto es el decurso de la escritura de Juan respecto a las
otras dos, claro, pero deambula con similar la libertad en sus escritos,
pasando de una cosa a otra, divagando, estableciendo tránsitos que parecieran
no tener meta alguna sino la del puro designio del escribir sobre lo que hay
que escribir y del pensar lo que hay que pensar –más allá del periódico al que
le tienes que mandar el artículo, la revista con la que has comprometido tal
nota, la editorial que está por publicar una recopilación de tus escritos. Y en
ese deambular está la expresión de un gran lector, de un lector voraz que en
gran medida escribe porque lee, y para seguir leyendo. Una se encuentra con
profusa cita principalmente sobre arte, literatura y filosofía, en una
convivencia rica, potente.
En este sentido se aparta del ensayista o el
articulista que escribe sobre tales o cuales temas, atento a la emergencia de
lo social y lo político. O de los críticos que escriben específicamente sobre
esta zona u área del quehacer artístico, literario. Nos encontramos en Cuaderno, como sucedió con ese otro
bello libro que es Fe de errancias,
con una escritura que deriva. La deriva es, claro, además, una forma de paso
por el mundo, de recorrido por la vida. Es una forma de mirar y es una forma de
organizar la experiencia. Y esto lo digo porque hay un yo que lee, camina y
escribe que es el yo de estos escritos. Aquel articulista político, aquel
crítico literario no se permitiría la trama auto-biográfica; no corresponde. Y
precisamente esta es una de las marcas de Cuaderno:
espectamos, leemos el desarrollo de un pensamiento que tiene que ver con la
experiencia propia. Y esta experiencia está, además, cruzada de poesía, de
humor, de reminiscencia, de pensamiento. Porque, claro, el autor de Cuaderno es además poeta. Y es también
un febril lector.
De ahí que puedo hablar de una escritura en libertad,
de una hostilidad respecto a lo regimentado. Si una se pone a querer listar los
temas sobre los que tratan los escritos de Cuaderno,
se pierde. Pues el errar, el ir y venir a través de una y otra cosa es su
característica, al interior de cada uno de los escritos, como a lo largo y
ancho del conjunto que compone el libro.
III “Época
de lluvias”, “Las dolencias del verano”, “Sica-sica”…
Decía que uno de los registros que recorren esta
escritura es la reminiscencia. Esta vez me ha conmovido particularmente la
forma en que estos escritos integran la reminiscencia vinculada a la infancia.
Creo sin duda que los fragmentos más poéticos que encontramos en el libro
tienen que ver con la actualización de memorias infantiles. Rara vez la
narración de una escena o un hecho de la infancia viene solo o puro.
Generalmente se mezcla con elaboraciones del yo adulto, que entrañablemente
guarda los recuerdos de la infancia – entretramándolos con otros registros,
otras elaboraciones. Pero está claro que la infancia es un repertorio luminoso,
así las reminiscencias tengan que ver con resfríos, mocos, días de lluvia,
colegio.
Y está claro que aquel tiempo de la niñez está
pensado como un tiempo ido, irrecuperable, cancelado. Pero la escritura del
adulto es capaz de sacarla de allí y ponerla a rodar otra vez en la elaboración
amorosa, gozosa sobre aquella experiencia del pasado.
IV. “El
fantasma y la piedra”, “La aldaba y el anillo”, “Animales, juegos y vasijas”
Y, por último, está el tema de la mirada. Cuando leí
la siguiente frase: “Pero aunque pueda uno haber estado preparado para lo que
vería, la sorpresa, y hasta la estupefacción, la admiración y el embeleso que
suscita lo hallado dentro excede con mucho lo que uno hubiera soñado” – me di
cuenta que en ella estaba de algún modo resumida la mirada que atraviesa todos
estos escritos.
Más allá de la hipérbole, puede decirse que en esta
frase está definida una decisión, una porfía incluso: la de no despojar al
mundo de su maravilla. En la aldaba en forma de mano, y de mano con anillito;
en el paisaje visto desde un cerro cercano a Tarabuco, junto a una piedra con
musgo; en aquella piedra al borde del río, aquella “piedra extinguida”… podemos
claramente ver que ante esta mirada –tan sofisticada, tan culta, tan exquisita
a ratos- el mundo en verdad es un lugar maravilloso. No por las nuevas
tecnologías, contra las que escribe duros comentarios; no por el progreso de
las ciudades, contra el que arremete duramente; no por ciertos géneros del arte
contemporáneo, que lo desesperan y enojan. Sino por la posibilidad de aún
deambular por ahí y encontrarse con minúsculos objetos o vivir aparentemente
intrascendentes experiencias que en la escritura –dada la porfía, decíamos, de
esta particular mirada- se tornan extraordinarias.
V.
Salida
En estos complejos vaivenes es que se da esta
escritura. En la que no es paradoja la convivencia de una sesuda elaboración
sobre nociones filosóficas del arte con manifestaciones de una fe viva en la
belleza de este mundo. Cada texto que leemos es una sorpresa, un regalo.
No hay nada más libre o puro que el loco y el niño.
Nada más vulnerable por tanto. Y hete aquí que la escritura de Juan se detiene
largamente en el niño y en los locos. Barthes decía –además- que el loco está
libre de todo poder. No lo conoce, no sabe de él. Nada más libre, entonces, que
un loco. El poder no puede traspasarlo. Hay que ver cómo Juan escribe sobre los
locos y su arte; hay que ver cómo repasa la mirada del niño intentado
convertirla en escritura.
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