La vuelta
Esta vez, nuestro colaborador Alan Castro deja pendientes sus ensayos y reflexiones y nos ofrece un texto de ficción.
Alan
Castro Riveros
–Bienvenido a casa –me dijo Hermes,
el pájaro del escritorio.
Yo me quedé pensando en esa
bienvenida. ¿Había llegado, otra vez había llegado? Además, a casa... ¿Otra vez
había llegado a casa?
–¿Cómo es eso de llegar a casa
cuando ya había llegado a casa antes?
–La otra vez ha llegado y de ahí se
ha olvidado que ha llegado y se ha hecho al recién llegado.
Era verdad, para qué.
–Pero jugaremos –dijo Hermes. –La
cosa es que ha vuelto y para que no se olvide tiene que haber una bienvenida...
En serio... –insistió Hermes ante mi sospecha.
–¿El juego de las vueltas? –dije yo
para hacerme al que sabía de lo que estaba hablando.
–El juego que ya ha empezado –me
dijo el pájaro, con sus garras de pronto firmemente agarradas a una piedra.
Me estaba haciendo pis, así que fui
al baño. Allí me puse nostálgico por las cosas que había regalado en muertes
pasadas y pensé que las cosas guardan cosas.
Cuando volví al escritorio recordé
que la palabra cosa no molesta cuando
se repite. Así me lo había dicho hace años el maestro. La cosa siempre puede ser otra cosa, pensé.
Entonces miré a Hermes, quien
esperaba listo para el juego de las vueltas.
–¿Qué te pasa, por qué no empezamos?
–me apuró.
No había caso de darle ninguna
excusa –mucho menos aquella de no saber de qué trataba el juego–, porque su
gesto sereno y expectante imposibilitaba una respuesta negativa.
–Okey, entonces te hago girar un
poco hasta que la luz cambie tu perfil y seas otra cosa, ¿no? Ahorita estás
como la primera vez que te vi, como un antiguo aliado sobre dos patas.
El amarillo del atardecer se entró
al escritorio y lo inundó hasta crear la ilusión de que la escultura de aquel
pájaro respiraba. Seguramente eran las seis y cinco.
–Ahora de una vez que empiece el
juego y veremos.
Hice girar la escultura algunos
grados hacia la derecha.
–Hola, qué tal –dijo otra voz.
–Ah la macana... te has convertido
en un gallito, con cresta y todo. Un gallito juvenil.
–Sí, un gallito malacara. En
realidad estoy un poco preocupado –dijo el pájaro mientras yo trataba de
percibir su nombre, pues claramente ya no era Hermes.
–¿Eres igual del comité de bienvenida?
No te preocupes...
El amigo me miraba como si esperase
que yo le diera algo, una voz única, un nombre. Estaba ahí y no decía nada.
–¿No entiendes...? –dijo otra voz,
dulce y con eco. –Hace rato que vengo diciendo que soy una mujer.
Esa transfiguración ambivalente de
gallito en mujer me sacó de onda y me dejó callado de aturdimiento. Aunque veía
intermitentemente una figura femenina, en esa misma posición –no sé desde qué
ángulo– la escultura parecía por momentos un gallito malacara. Y lo más grave
era que el gallito había hablado y luego se había quedado mudo. ¿Cómo eran
posibles esas dos voces en un perfil? ¿Por qué se transfiguraba en gestos tan
opuestos desde esa posición?
–¡Alan escuchame!
Me dijo eso y yo me quedé mirándola
un buen rato... tratando de mirarla en realidad... porque a veces se convertía
en el gallito y yo me desesperaba por volver a ella.
Hasta que me percaté de que yo había
girado la escultura algunos grados por demás. Entonces la retorné un poco hacia
la izquierda. Y la encontré ahí.
–¿Te acuerdas de mí? –me preguntó; y
yo quise decir que sí, que veía algo... –Bienvenido... –me dijo ella con un
gesto y una voz que hicieron burbujear la sensación de llanto dentro de mí.
–¿Quién eres hermosa...? –le dije
conmovido.
–Por ahora te doy la bienvenida. Yo
sé que quieres hablar conmigo y me conoces, solo que no te acuerdas mi
nombre...
Yo me quedé atónito mirándola,
porque no quería que se vaya y no sabía cómo acomodar mis ojos para hacerla
quedar. Además buscaba un nombre y no sabía...
–No voy a desaparecer, no te
preocupes. Estoy aquí, en esta posición. Ya has llegado.
–Dime tu nombre... –le rogué un
poco.
Y se fue, haciéndome un guiño de
microsegundo; pero estoy aquí,
diciendo.
Entonces giré nuevamente la
escultura hacia la derecha, lentamente, hasta que un personaje me miró de
frente.
–Hola míster Alan –me dijo este
señor, con una mirada fija, seria y extrañamente amable.
–Veo algo de sabiduría en usted
señor –le dije escrutándolo.
–¿Por qué me mira así? –me dijo extrañado,
seguramente porque yo movía mi cabeza en diferentes ángulos, como un zafado,
para ver si mi mirada cambiaba su gesto o le transformaba la voz.
–Desde otros ángulos, y con no sé
qué entorno de ojos, a veces usted parece monstruoso –le dije.
–Monstruoso. Sí seguramente. Pero lo
que importa es otra cosa. ¿Qué me llamo?
–¿Señor? –le dije tímidamente,
escapando un poco de sus ojos que nunca me perdían de vista.
–¿Señor qué?
Me acerqué a él sin miedo de
perderlo de vista.
–Sí, acérquese. Es una posición
estable.
Toqué su pico curiosamente con mi
mano derecha y estuve tentado a llamarle Pico, pero a él no le gustó, así que
le pregunté:
–¿A qué se dedica usted señor,
dentro del comité de bienvenida?
–Soy Hermes de nuevo; solo que esta
es mi cara de cuando traigo noticias.
–¿Cuáles? –le dije ansioso.
–Tenemos que ir... Gíreme un poco...
A quién reconoce en el próximo giro. Hacia allá vamos. Es parte de la
bienvenida, no se asuste.
–Okey –le dije y giré la escultura.
Me reconocí a mí mismo asombrado
frente al mundo de aquí afuera. No me miraba. Me miraba mirando.
–Y ahora qué.
–Ya estamos aquí, no lo olvides.
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