El hombre de los libros
¿Cuán sospechoso es o debería ser en estos días ver a una persona cargada y recargada de libros?
Manuel Vargas
Los hechos que relataré en el presente informe,
ocurrieron hace un mes, en el décimo año del reinado de Perico de los Palotes.
Y a pesar del tono y el carácter alambicado de mi estilo, todo es verdad y nada
le he añadido a los hechos. Los hechos. Sí, nada de comentarios abusivos ni
interpretaciones chuecas. Y aquí voy…
Estamos en el año 2015. Viajo de noche, en un bus de
la flota Bolívar, de La Paz a Cochabamba, ¿a qué? Cuándo no, a una feria del
libro, a un encuentro de escritores con el público estudiantil, invitado por
los escritores de Quillacollo, en la persona del doctor Ágreda Maldonado.
Fue un viaje tranquilo, aunque supe, no sé en qué
momento, que el bus debería ser detenido para una revisión de rutina por parte
de las autoridades militares, ya se sabe, en busca de droga o de alguna otra
mercancía ilegal. Todo normal, toda la vida ha sido así, ¿por qué no ahora, en
el décimo año del reinado de…?
Yo tenía dos maletines, uno bajo mi asiento y otro
arriba de mi cabeza, en la maletera. El de abajo estaba repleto de libros, el
de arriba con unos cuantos que ya no cupieron en el otro.
Un paréntesis. Hace unos cinco o seis años, estaba
yendo a Cuba, con un colega boliviano, a la feria del libro. Llegamos al
aeropuerto José Martí ya de noche. Nos debían revisar las maletas. Adelante
estaba una señora que llegaba de Europa con una inmensa maleta, le dijeron que
la abra, y los encargados se pusieron a revisar minuciosamente (trapitos,
bolsitas, muñequitos, calzoncitos…), a pesar de las protestas de la señora
debido a que podían pasar horas en dicho afán. Ellos seguían en su trabajo,
impertérritos y hasta autoritarios. Detrás veníamos nosotros, dispuestos a
soportar la revisión cuando nos toque. Pero antes de lo pensado, uno de los
revisores se nos acercó, ¿y ustedes?, ¿de dónde vienen? De Bolivia, venimos a
la feria del libro. Ah, de Bolivia, a la feria del libro, pasen, pasen. Y
pasamos, sin más.
Estoy ya en las cercanías de Cochabamba, son las
cuatro y media de la madrugada. Un joven militar está en los primeros asientos
del bus, pidiendo al primer pasajero de adelante que le muestre su carnet de identidad
y que baje su maletín. El pasajero hace lo que le pide, y el soldado, un
jovencito me parece, ayudado de su linternita, revisa, revisa, mete la mano,
revisa. “Ahora cierre“. Pasa al siguiente, lo mismo. No tarda demasiado, pero
somos tantos pasajeros… y él está solo con su linternita…
Ya me toca a mí. “Su carnet. Baje por favor su
maletín”. Vaya, no había sido un soldado sino una muchacha oculta bajo su
sombrero y su seriedad reglamentarios. Bajo mi maletín. Ábralo por favor. Abro
el cierre, ¿y esos libros?, me dice, son mis libros, le digo. Con acento en el
“mis“. Ella por todo comentario mete la mano por debajo de esos cuatro libros
que cubrían mis ropas, tal vez en busca de más libros, y los encuentra, al
fondo, pero tampoco me pregunta más. Ya, ciérrelo. Pasa al siguiente pasajero.
No se le ha ocurrido atisbar debajo de mi asiento
donde está mi maletín pesado de puro libros… Bueno, esto va a tardar y ya no
podré dormir. Me levanto y salgo a tomar aire. Sí, ya no se siente frío. Algún
otro pasajero ha bajado y ya se vuelve al bus. De pronto veo que éste se mueve,
subiré nomás, avanza y logro subir a la primera grada de la puerta, donde está
la chica, esta vez con su jefe. Claro, no teníamos por qué bajar, yo soy el
último, el que falta, y el jefe de la muchacha pregunta: ¿Este es el hombre de
los libros? Sí. Él tiene también su linternita y me dice, no tan suavemente
como la chica: muéstreme su carnet. Estamos los tres de pie al lado de la
puerta aún abierta, el bus no se decide a partir. Le muestro mi carnet, él lo
alumbra con la linternita y luego me lo devuelve. “Ya, pase“…
En este mundo siempre pasan cosas extrañas y dignas de
contar. Ahora yo esto lo supongo: La chica no ha podido revisar en esos pocos
minutos cada maletín y cada carnet de cada pasajero del bus. Ya se aburrió, o
su jefe estaba apurado, qué sé yo. Entonces fue el jefe y le dijo, ya basta,
que siga su viaje el bus. Sí, mi teniente. ¿Alguna novedad? Nada, mi teniente,
bueno, solamente había un pasajero… que llevaba libros en su maletín. ¿Cuántos?
Cerca de diez libros. ¿Cuál es? Estaba en este asiento… ah, es el que ha
bajado, allí viene. En ese momento yo subo a la grada de la puerta del bus y se
produce el diálogo que ya he contado.
Lo demás, lo dejo a la imaginación o al buen
entendimiento de mis lectores.
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