sábado, 3 de octubre de 2015

El último mestizo

El hombre de los libros

¿Cuán sospechoso es o debería ser en estos días ver a una persona cargada y recargada de libros?


Manuel Vargas

Los hechos que relataré en el presente informe, ocurrieron hace un mes, en el décimo año del reinado de Perico de los Palotes. Y a pesar del tono y el carácter alambicado de mi estilo, todo es verdad y nada le he añadido a los hechos. Los hechos. Sí, nada de comentarios abusivos ni interpretaciones chuecas. Y aquí voy…
Estamos en el año 2015. Viajo de noche, en un bus de la flota Bolívar, de La Paz a Cochabamba, ¿a qué? Cuándo no, a una feria del libro, a un encuentro de escritores con el público estudiantil, invitado por los escritores de Quillacollo, en la persona del doctor Ágreda Maldonado.
Fue un viaje tranquilo, aunque supe, no sé en qué momento, que el bus debería ser detenido para una revisión de rutina por parte de las autoridades militares, ya se sabe, en busca de droga o de alguna otra mercancía ilegal. Todo normal, toda la vida ha sido así, ¿por qué no ahora, en el décimo año del reinado de…?
Yo tenía dos maletines, uno bajo mi asiento y otro arriba de mi cabeza, en la maletera. El de abajo estaba repleto de libros, el de arriba con unos cuantos que ya no cupieron en el otro.
Un paréntesis. Hace unos cinco o seis años, estaba yendo a Cuba, con un colega boliviano, a la feria del libro. Llegamos al aeropuerto José Martí ya de noche. Nos debían revisar las maletas. Adelante estaba una señora que llegaba de Europa con una inmensa maleta, le dijeron que la abra, y los encargados se pusieron a revisar minuciosamente (trapitos, bolsitas, muñequitos, calzoncitos…), a pesar de las protestas de la señora debido a que podían pasar horas en dicho afán. Ellos seguían en su trabajo, impertérritos y hasta autoritarios. Detrás veníamos nosotros, dispuestos a soportar la revisión cuando nos toque. Pero antes de lo pensado, uno de los revisores se nos acercó, ¿y ustedes?, ¿de dónde vienen? De Bolivia, venimos a la feria del libro. Ah, de Bolivia, a la feria del libro, pasen, pasen. Y pasamos, sin más.
Estoy ya en las cercanías de Cochabamba, son las cuatro y media de la madrugada. Un joven militar está en los primeros asientos del bus, pidiendo al primer pasajero de adelante que le muestre su carnet de identidad y que baje su maletín. El pasajero hace lo que le pide, y el soldado, un jovencito me parece, ayudado de su linternita, revisa, revisa, mete la mano, revisa. “Ahora cierre“. Pasa al siguiente, lo mismo. No tarda demasiado, pero somos tantos pasajeros… y él está solo con su linternita…
Ya me toca a mí. “Su carnet. Baje por favor su maletín”. Vaya, no había sido un soldado sino una muchacha oculta bajo su sombrero y su seriedad reglamentarios. Bajo mi maletín. Ábralo por favor. Abro el cierre, ¿y esos libros?, me dice, son mis libros, le digo. Con acento en el “mis“. Ella por todo comentario mete la mano por debajo de esos cuatro libros que cubrían mis ropas, tal vez en busca de más libros, y los encuentra, al fondo, pero tampoco me pregunta más. Ya, ciérrelo. Pasa al siguiente pasajero.
No se le ha ocurrido atisbar debajo de mi asiento donde está mi maletín pesado de puro libros… Bueno, esto va a tardar y ya no podré dormir. Me levanto y salgo a tomar aire. Sí, ya no se siente frío. Algún otro pasajero ha bajado y ya se vuelve al bus. De pronto veo que éste se mueve, subiré nomás, avanza y logro subir a la primera grada de la puerta, donde está la chica, esta vez con su jefe. Claro, no teníamos por qué bajar, yo soy el último, el que falta, y el jefe de la muchacha pregunta: ¿Este es el hombre de los libros? Sí. Él tiene también su linternita y me dice, no tan suavemente como la chica: muéstreme su carnet. Estamos los tres de pie al lado de la puerta aún abierta, el bus no se decide a partir. Le muestro mi carnet, él lo alumbra con la linternita y luego me lo devuelve. “Ya, pase“…
En este mundo siempre pasan cosas extrañas y dignas de contar. Ahora yo esto lo supongo: La chica no ha podido revisar en esos pocos minutos cada maletín y cada carnet de cada pasajero del bus. Ya se aburrió, o su jefe estaba apurado, qué sé yo. Entonces fue el jefe y le dijo, ya basta, que siga su viaje el bus. Sí, mi teniente. ¿Alguna novedad? Nada, mi teniente, bueno, solamente había un pasajero… que llevaba libros en su maletín. ¿Cuántos? Cerca de diez libros. ¿Cuál es? Estaba en este asiento… ah, es el que ha bajado, allí viene. En ese momento yo subo a la grada de la puerta del bus y se produce el diálogo que ya he contado.
Lo demás, lo dejo a la imaginación o al buen entendimiento de mis lectores.






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