Divagaciones por un mar para Chile
Este texto “de Bolivia, con amor”, fue publicado la semana pasada en la revista chilena The Clinic.
Alex Aillón Valverde
“De
todas maneras, cuando algún boliviano llega al mar, aunque éste sea ajeno, siempre
se trata de un blanco, nunca de un indio. Hubo un indio, sin embargo, nacido
junto a las minas de Oruro, que por un extraño azar pudo alcanzar el mar
prohibido”.
Éste,
uno de los párrafos del conocido texto de Mario Bennedetti, Un boliviano con salida al mar, suena en
estos días de euforia nacional, a propósito de la decisión de La Haya, como una
premonición, como la voz de un oráculo por fin cierto, o como el presagio aquel
que nos lanzó un Túpac Katari descuartizado: “Volveré y seré millones”.
¡Ganamos!, dicen que
fue la primera palabra que pronunció el presidente Evo Morales ante el fallo favorable de la Corte
Internacional de Justicia.
¿Será posible?, nos
preguntamos los bolivianos en este tiempo de Pachakuti y de renovadas
mitologías. ¿No será acaso Evo la encarnación de ese niño que cuidaba llamas y
caminaba kilómetros de kilómetros sobre un mar seco, todos los días, para
sobrevivir? ¿No será este niño nacido a más de 4000 metros sobre el nivel del hambre, precisamente orureño, precisamente
pobre, precisamente indio, el que venga a abrirnos las puertas del mar cautivo
-como en el cuento del uruguayo- cerradas hace tanto tiempo?
Pero, ¿por qué no? Claro
que nos gusta creer. Nuestra imaginación es generosa y desbordada. Claro que
nos gusta pensar que fue un presidente indígena, de cuna humilde, alguien muy
de abajo -y no todos los presidentes blancoides e inútiles que tuvo Bolivia-,
el que le plantó cara a esa clase propietaria y política chilena, blanca y
tantas veces descaradamente racista.
Evo Morales, de
alguna manera (y solo de alguna manera), encarna ese rostro del llok’alla al que nuestro querido Pedro
Lemebel regaló su metro de mar, si es que acaso ese metro, efectivamente, le
pertenecía. Ahora dudamos de la propiedad del mar chileno.
“Incluso, te regalo
el metro marino que quizá me pertenece de esta larga culebra oceánica. Tanta
costa para que unos pocos y ociosos ricos se abaniquen con la propiedad de las
aguas. Por eso, al escuchar el verso neopatriótico de algunos chilenos me da
vergüenza, sobre todo cuando hablan del mar ganado por las armas”.
Pero
ese Evo Morales, no es ya el llok’alla
triste e inofensivo del que hablaba Bennedetti, ni es el niño del Titicaca que
conoció Lemebel. Tampoco los bolivianos lo somos. Quizás nunca lo fuimos. Ya no
estamos para lamentarnos, como en aquel poema de Oscar Cerruto, otro poeta
boliviano al que tal vez nunca hayan oído siquiera mencionar:
“Mi
patria tiene montañas, no mar. / Olas de trigo y trigales, no mar. / Espuma
azul los pinares, no mar. / Cielos de esmalte fundido, no mar. / Y el coro del
ronco viento sin mar”.
No
más.
Sabemos
cómo se reparten las cartas. Sabemos cómo va el juego. Sabemos cómo se manejan
los estados, los políticos y el capital. Sabemos que pedimos lo justo, lo
mínimo, lo fraterno: un acceso soberano al Pacífico. Sabemos que hay
solidaridad -por supuesto no es una solidaridad del Estado, de la casta militar
o de los empresarios a quienes no les importa una salida latinoamericanista
franca y abierta-, pero sabemos que es cuestión de tiempo para que esto se
repare. La rueda del mundo tira para ese lado.
Mientras
tanto los hermanos chilenos no tienen por qué preocuparse. Los bolivianos no
estamos preparando nuestras planchas de surf, ni nuestros trajes de baño, ni
todo nuestro alud cultural y mitológico para desembarcar en su largo litoral. Aunque
hay que decirlo, en el mar del delirio provocado por el fallo de La Haya, el
barco político de Evo navega viento en coca.
Quizás
los chilenos deberían preocuparse más por su situación. Nosotros lo estamos.
Nos dicen que su mar en realidad no les pertenece. Que qué nos van a devolver
si no lo tienen, si está privatizado.
No
tengan duda, nosotros seríamos los primeros en gritar: ¡Devuélvanle el mar a
los chilenos! ¡Un mar para Chile! Hasta estaríamos de acuerdo con que se lo devuelvan
a ustedes primero, ya que están más cerca. Nosotros podemos esperar. Estamos
acostumbrados a esperar. Los bolivianos esperamos siglos y siglos para que las
cosas cambien. En cambio ustedes. Quién sabe. En todo caso, suerte. Mucha
suerte.
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