Rapsodia en azul
Semblanza de George Gershwin, uno de los mayores músicos estadounidenses de inicios del siglo pasado.
Pablo Mendieta Paz
El 24 de septiembre pasado se recordó un año más del
nacimiento de uno de los mayores compositores que ha dado Estados Unidos:
George Gershwin.
Cuando en 1890 su padre, Morris Gershovitz, partió
acompañado por su esposa de la Rusia natal para establecerse en aquel país, su
vida pobre y de muy baja condición, lejos de causarles aflicción o dolor, se
veía naturalmente preferible a los “pogrom” (levantamientos asesinos) que día
tras día amenazaban a los judíos en Rusia.
Ya plenamente instalados, los Gershovitz tuvieron cuatro
hijos: Ira (1896), George (1898), Arthur (1900) y Frances (1906). Con el
tiempo, ellos americanizaron su apellido a Gershwin, y todos encontraron en la
música su modo de expresión en un medio en el que pronto habrían de adaptarse.
Ira se mostraba como una letrista talentosa que colaboraba
estrechamente con George. Por su parte, Frances, cantaba con voz dúctil en
modestos escenarios siempre abarrotados de gente. Arthur, experto en valores
mobiliarios, igualmente amaba la música y escribía canciones que pegaban en el
público.
Ya en esa época, George pasaba mucho de su tiempo escuchando
los sonidos de su infancia que, posteriormente, habrían de ser encontrados en
su fértil imaginación musical: el claxon de los automóviles, el pitido de las
locomotoras, el ruido de las remachadoras, los sones de los organillos, el
vocerío de los comerciantes, las melodías de los pianistas de ragtime o de
jazz, la música de los negros americanos.
Luego de que su padre, con la ayuda de una amiga
neoyorquina, hiciera los mayores esfuerzos en 1910 en comprar un piano para que
Ira aprendiera a tocar, Gershwin, influido por su amigo Max Rosenzweig, un
violinista prodigio de tan solo ocho años, y por otro amigo que tenía un piano
mecánico, se unieron para dar vida a aires populares, sobre todo al ragtime.
Ya con la música que fluía poderosamente por las venas, el
futuro compositor se convirtió en alumno de Charles Hambitzer, un excelente
pianista que, según Gershwin, fue la primera persona en inculcar en él una gran
influencia en su vida musical. Reconocido el talento de Gershwin por Hambitzer,
especialmente por el jazz y otras músicas modernas, insistió, sin embargo, en
impartirle ante todo una sólida base en música clásica.
Pese a que en 1912 fue inscrito en la High School de
Comercio, abandonó sus estudios un año más tarde con el alma entregada a tocar
el piano. Dadas sus excelentes cualidades, ejercía como “pianista-demostrador”
en diversas salas de espectáculos donde conoció a directores de orquesta de
variedades y artistas de music-hall.
La experiencia de codearse con músicos de esa condición se
reveló trascendental en su posterior carrera como compositor, ya que de aquella
valiosa práctica compuso en 1919 su primera partitura completa para la opereta La, La, Lucila. Luego escribió Escándalos de Jorge White, que estuvo en
cartelera desde 1920 hasta 1925. No
menores fueron sus populares composiciones Swanee
(1919), escrita con su amigo Irving Caesar, así como Somebody Loves Me y I´ll
Build a Stairway to Paradise (1922).
Consciente de la carencia de una educación musical
absolutamente formal (no conocía el contrapunto y, por tanto, le era imposible
escribir fugas, por ejemplo), por aquella época, no obstante, Paul Whiteman -“el
rey del jazz”-, lo invitó a escribir una obra sinfónica de ese género.
Fue así que concibió en un viaje con destino a Boston,
inspirado por los ritmos de acero del tren, quizás su creación más célebre
terminada sólo en diez días: la Rapsodia
en blue (1924), orquestada por Ferde Gofré, el arreglista de Whiteman.
Estrenada la obra en el Aeolian Hall de Nueva York, el
entusiasmo que suscitó fue de tal grado que Gershwin alcanzó rápida fama mundial como “el primer autor de jazz sinfónico”, o
el debut de “un jazz sofisticado”, en especial por la vitalidad y frescura de
sus vibrantes ritmo y armonía.
Técnicamente, en Rapsodia
en blue, los introductorios compases dan paso a una vibrante trompeta que
anuncia los temas principales. Como en una atmósfera o sensación casual y
accidental, de pronto cobra vida el piano, mientras de una u otra forma el
primer tema aparece y reaparece como un florecimiento de rítmicos fragmentos de
jazz que alcanzan un precioso desenlace en la conocida melodía para saxofón y
violonchelos.
La tonalidad de ésta se desenvuelve en un brillante mi mayor
que oculta brevísimos pasajes en su tonalidad relativa menor, es decir, en un
do sostenido menor por poco imperceptible, como si Gershwin hubiera imaginado
esos escuetos recursos armónicos para conferir hacia el final un elocuente e
innovador material temático.
Subyugado por tan espléndida creación, en 1979 Woody Allen
utilizó melodías de ella en su filme Manhattan,
y algunos años más tarde, en 1984, se interpretó la Rapsodia en blue en la apertura de los Juegos Olímpicos de Los
Ángeles. El espectáculo gozó de una cualidad tan vistosa y dotada de singular
excelencia que 84 pianistas tocaron la partitura en 84 pianos blancos.
Esta experiencia fue, sin duda, uno de los momentos
estelares e indelebles de la música estadounidense. Es oportuno señalar aquí
que la música de Gershwin tan “nueva, dramática, emocionante, lírica y
rapsódica”, es considerada como parte integrante del patrimonio nacional de
Estados Unidos.
El mismo 1924, año del estreno de la Rapsodia, George e Ira, su hermana letrista -como ya se dijo-,
obtuvieron un resonante triunfo en Broadway con la comedia musical Lady, Be Good!; amén de que años
después, ya plenamente cimentada su música en géneros más populares, compuso
las célebres obras de fundamento clásico-jazzístico como Un americano en París (1928), Segunda
rapsodia (1931), y luego de sus vacaciones en Cuba, fascinado por los
instrumentos latinoamericanos, la Obertura
cubana (1932).
En 1930, Gershwin conoció la novela negra Porgy, de DuBose Heyward. De ella,
después de pasar todo un verano en el barrio negro de Charleston estudiando la
vida y las canciones de los negros, creó la ópera Porgy and Bess estrenada en Nueva York en 1935. Su aria principal,
la deslumbrante melodía Summertime,
transportó a esta nueva composición a todo escenario del planeta.
No es todo un descubrimiento advertir que en las melodías de
Gershwin se conjugan ingenio, humor, encanto y un sentimiento musical propio de
los grandes compositores clásicos. No por nada Arnold Schõnberg, muy distante
del jazz y del swing, aseguró que lo que Gershwin había conseguido en ritmo,
armonía y melodía no eran uno y otro y otro solamente estilo ni se hallaban
unidos a martillazos; estaban fundidos en un molde donde todo un talento los
cobijaba.
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