Una bitácora posible
Prólogo del libro de cuentos Tradiciones del futuro, publicado hace algunos meses por el orureño Sergio Gareca.
Martín Zelaya Sánchez
El Carnaval de Oruro en el siglo XXII. Un más que terrenal
arcángel Miguel que llega a redimir a la gente de sus pecados pero no titubea
en dejarse ganar por sus tentaciones. Una reveladora interpretación-recreación
del origen de la diablada, acaso el mayor símbolo artístico-cultural orureño.
Así arranca Tradiciones
del futuro, un libro de cuentos bien logrado en lo temático, en lo formal y
en sus múltiples trasfondos: contrastes, ambigüedades y dobles sentidos, ya incluso
desde su atinado título.
Humor contra tragedia. Costumbres, idiosincrasia contra
incertidumbre. La distopía, como no podía ser de otra manera en una obra de ciencia
ficción, hila el sentido, es el leitmotiv
de esta colección de relatos pero en este caso, lejos de centrarse el autor
solamente en las desventuras del futuro, se regodea -perverso ajuste de cuentas-
en desmenuzar al máximo ritos, rutinas, hábitos de nuestro pasado real, y del
pasado de su universo ficticio (nuestro presente y futuro inmediato, claro está).
Un par de artistas -padre e hija- que fatalmente cumple el
triste destino del clown: pasar de la risa fugaz al dolor; un mercado
monstruoso que une y desbarata ciudades y engulle a la vez gentes y sociedades;
un pantagruélico Oruro de excesos y desperdicios -imagen más que carnavalesca,
claro- y un Carnaval sin Carnaval por una Virgen perdida.
Humor decíamos, y adelantaremos, solo para tentar a las
ganas, la memorable escena en la que la Lujuria -voluptuosa, lasciva y
arrogante- tienta a Miguel, tanto de dama como de varón.
“Busca el arcángel a la Lujuria y una de sus sirvientas le
dice:
- La señorita Lujuria dice que está ocupada y que, siendo
usted un ángel, tenga la bondad de esperarla cinco minutos por favor (…)”.
Sale finalmente la conspicua Lujuria:
- “Carajo, Miguel, qué inoportuno eres (…) ¿No ves que en la
mesita está toda la colección del Marqués de Sade?, podías haber leído un poco.
La Soberbia tiene razón, eres un inculto…”.
La distopía, palabra común a todo intento de
inventar-recrear el futuro, en este libro, tiene lugares comunes al género,
claro está, pero también una esencia e identidad muy propias y características
de la unidad y concepto general que logra el autor: además del poder absoluto -o,
por el contrario, la anarquía irremediable-; la violencia extrema, el caos y la
carencia total de orden o estado de derecho, hay escenas muy originales que
cada vez que uno las piensa más -exhorto a practicar la sana costumbre de la
relectura- se hacen más posibles-creíbles.
Además del Carnaval -eje central, pretexto total- un par más
de constantes le dan fuerza e identidad a este libro: el hábil manejo de un
lenguaje que, sobre todo en los diálogos, explora arriesgadamente en dialectos,
jergas y modismos propios de las esferas populares y clasemedieras de Oruro y del
occidente boliviano en general. Y por otro lado -valga repetir el verbo- la exploración
en la intemporalidad que permite interpretar acertadamente la lógica dinámica
de nuestra sociedad: situaciones propias de hoy y ayer, adaptadas-imaginadas en
contextos futuristas, sobrenaturales.
Ah, y a no olvidarse del Perro Petardos. En un claro guiño
de homenaje al colectivo literario cultural del que es co-creador, el autor -a
momentos con naturalidad, a ratos algo forzadamente- no deja de incluir en cada
relato a un lastimero, malagüero o indiferente can callejero, el Perro Petardos:
“Al terminarse el mundo, barriendo el viento lo que quedó de
la raza humana, mientras el Perro Petardos olfateaba los escombros, una
cofradía, reunida en los subsuelos de lo que fue el legendario bar Huari,
sintió un pequeño temblor en el mediodía de aquel sábado…”.
Este es un libro que puede leerse en toda Bolivia, en
cualquier país, pero -qué duda cabe- tiene un guiño especial a los orureños que
verán acá reflejadas no solamente facetas de la cultura urbana y general de
esta urbe, o tradiciones, costumbres e idiosincrasias propias, sino que con
seguridad reconocerán como “posible” o “entendible” al Oruro utópico y
alucinado que concibe Gareca: Oruro, la puerta secreta al infierno; Oruro, la
necrópolis del mundo; Oruro, mercado omnipresente; Oruro, sede de una
sublevación contra el Vaticano; Oruro, con sus dunas de cocaína que seducen a
los turistas. Y es que por más alta que sea la dosis de ficción y fantasía, si
es idónea, es verosímil.
Seguramente muy poco o nada de lo que se aventura en esta
colección de cuentos pasará en 100, 200 ó 300 años; el pronóstico sociológico es
tarea de las ciencias sociales, no de la literatura. Pero nada de lo que se relata
en las siguientes páginas -salvo lo evidentemente sobrenatural- es imposible de
concebir: degradación social, desintegración de la institucionalidad civil,
despersonalización, deshumanización total del individuo… ¿Acaso no vienen
arriesgando lo mismo los maestros de la ciencia ficción desde Aldous Huxley hasta
Philip K. Dick, pasando por George Orwell, y ahora también “nuestro” Edmundo
Paz Soldán?
Sea como fuere, nadie se quedará aquí lo suficiente para
comprobar nada, así que simplemente quedan algunas certezas, como asumir y
reconocer la incurable naturaleza y debilidad humana… y es que a fin de
cuentas, como dice el autor, “el pecado siempre tiene la razón”.
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