Rodolfo el descreído, la otra
cara de la literatura del
Chaco
Después de más de 75 años, en los siguientes meses la legendaria novela de David S. Villazón se reeditará gracias a los oficios de La Mariposa Mundial.
Martín Zelaya Sánchez
Alguien dijo -y sin dejar de tener cierta razón- que mucho
de lo mejor en la literatura boliviana de la última década son las reediciones.
Desde hace varios años Plural reeditó sistemáticamente toda
la prosa de Jaime Saenz (y de René Zavaleta Mercado, aunque ésta última no sea “literatura”
propiamente dicha). En 2013 el Ministerio de Culturas impulsó la Biblioteca
Plurinacional que reeditó libros tan importantes como casi olvidados: Chaco, de Luis Toro Ramallo; Lo que se come en Bolivia, de Luis
Téllez Herrero y una versión de Ensayos
escogidos, de Carlos Medinaceli, entre otros; y ni qué hablar de la
Biblioteca del Bicentenario creada por la Vicepresidencia, y que desde
noviembre empezará a reeditar 200 de los más importantes textos de bolivianos y
sobre Bolivia.
En esta tendencia destaca por la calidad de su propuesta La
Mariposa Mundial que, luego de habernos regalado Pirotecnia, de Hilda Mundy; Aguafuertes,
de Roberto Leitón, La tumba infecunda,
Cuentos completos y Las cuatro estaciones, de René Bascopé
Aspiazu y Poesía completa de Sergio
Suárez Figueroa, entre otros, está a punto de rescatar una novela casi tan
mítica como desconocida: Rodolfo el
descreído de David Villazón.
Sobre este texto publicado por primera y única vez en 1939,
escribe Omar Rocha en el número 7/8 (de 2002) de la revista La Mariposa Mundial: “se trata de una
escritura fuera de los cánones novelescos de fines de los treinta. Y lo que
predomina es el “humor”, no tanto la risa o la simple carcajada. No el efecto
que logra un piruetista con sus movimientos, sino el efecto que logra el
piruetista al desmaquillarse frente al espejo, es decir, reírse de sí mismo.
Humor, entonces, humor corrosión, humor destrucción”.
A modo de sintetizar el argumento de la novela, Wilmer
Urrelo, comenta: “Es la historia de Rodolfo, un dandy paceño que vive en París
y que retorna al país justo en los momentos previos a la Guerra del Chaco. En
La Paz pasa por muchas cosas, entre ellas las fiestas loquísimas que
protagonizaba la juventud, pero también se va enterando del irremediable
estallido bélico y decide escapar. En esa huida es atrapado y lo mandan al
frente, y es ahí donde retrata la guerra desde un punto de vista muy personal y
muy distinto a lo que la generación de Villazón hizo”.
Precisamente estos son -según lo que se puede inferir de lo
poco escrito y oído sobre Rodolfo el
descreído- algunos de sus grandes méritos: la originalidad, el desmarcarse
de lo que se entendía en ese entonces como literatura nacional, la desfachatez
formal y de fondo, el humor y la falta de pudores y reparos políticos y
sociales. Disfrutemos un breve fragmento de las páginas 13 y 14:
Y fue
otro beso, terrible, espantoso, que crispó el cuerpo de Regina en un etcétera
fragante.
—¡Baja!
—¡Oh!
las noches carnavalescas…
—¿Qué
dices?
—Qué
bellas son.
—No
digas tonterías, ven, sube.
—Ya.
—¿Te
gusta?
—¿Tu
saloncete?
—Sí.
—¿Quieres
un “camel”?
—Dame
un “benedictine”.
—Quítate
el antifaz Regina.
—No
puedo (y se quitó el dominó).
—Quiero
besar tus ojos profundos como abismos de perdición.
—Quítamelo
tú.
El
hombre del dominó negro quitó el antifaz del rostro de Regina, retrocediendo
dos pasos para contemplarla.
Acá, el
lector puede también contemplar a Regina Imperio del Solar, sin necesidad de
retroceder una sola línea.
Alta, esbeltísima, la piel ligeramente
morena. Lucía cabellera negra como el ébano; su faz, un óvalo perfecto, y sus
senos, redondos, enhiestos, gloriosos. Pupilas enormes, castañas, con
pequeñísimos puntitos áureos, y su boca…una fantasía de boca.
El lector entusiasmado: —Y sus manos, sus
pies, sus piernas.
El editor: —La naturaleza había hecho de
Regina una soberbia criatura, caro lector.
El lector: —¡Hum…!
—¿Dudas de mi amor?
—Eres tan hermosa, y tantos hombres van tras de
ti…
—Déjalos, se cansarán.
—Homo
homini lupus[1]
Regina.
En el capítulo “El arco de la modernidad” de Hacia una historia crítica de la literatura
en Bolivia, Blanca Wiethüchter señala: “El vaciamiento de sentidos que
practica Hilda Mundy en Pirotecnia
(1936), o el dialogismo frívolo de Rodolfo
el descreído (1939) de David Villazón, novela en la que el autor se burla
explícitamente desde las notas al pie de página del narrador, constituyen las
rupturas que imaginan un mundo en ruinas”.
En el mismo texto, continúa Wiethüchter: “Esa vanguardia
quedó ignorada en nuestra historia literaria y mutilada en su impulso por el
boom de la Guerra del Chaco, el que otorgó el triunfo, en desmedro de las
experimentaciones vanguardistas, a los productores del sentido ‘fondista’”.
Sin querer menoscabar a estos “triunfadores fondistas”
(nadie va a poner en duda el valor y calidad de El Pozo del Chueco Céspedes, o Aluvión
de fuego de Oscar Cerruto, por ejemplo), recién en los últimos años se
propició la salida a luz de dos obras tan irreverentes como fundamentales sobre
la Guerra del Chaco. La anterior, Chaco,
de Toro Ramallo, cuya edición del Ministerio de Culturas fue prologada por
Urrelo.
- Tú investigaste
mucho sobre literatura de la Guerra del Chaco [para su novela Hablar con los perros, 2011], y escribiste
que junto con Chaco, de Toro, Rodolfo… es una novela políticamente
incorrecta y que por eso fue dejada en el olvido.
- La hipótesis que tengo es que Rodolfo... se sale, se desmarca del objetivo central de la
literatura del Chaco. ¿Cuál era ese objetivo?: refrendar la Revolución del 52,
buscarla en el desastre de la guerra y después justificarla ante el país (ojo
que después de la revolución eso fue una política de Estado).
Rodolfo... es una
novela humorística en el más amplio sentido de la palabra. Tú si fuiste al
Chaco puedes hablar de los heridos, del engaño, de los sufrimientos, pero no
puedes hacerlo desde el humor. Hacer eso era como quitarle algo, no sé, cierto
aire de superioridad a las personas que fueron a la guerra.
El mismo autor se da cuenta de eso y coloca una especie de
advertencia antes de arrancar la novela, una advertencia dirigida a la crítica sobre
todo, anunciándoles, entre líneas, que ya sabe qué pasará con su libro, qué
destino tendrá.
- ¿Y qué puedes decir
de lo formal, el estilo, la impronta de Villazón?
- Para lo que se estaba escribiendo en ese momento, sin duda
que Rodolfo... era eso que ahora bautizamos
como “algo adelantado a su época”. Villazón tiene una prosa, digamos que
correcta, pero el experimento va más allá: coloca diagramas, fotos, algunos
mapitas de la distribución de los soldados durante una batalla (hay un mapita chistoso
porque parece un juego de niños, un divertimento).
Y aquí viene una afirmación de Urrelo que dialoga con la
reflexión de Wiethüchter: “Creo que todo esto, tomarse la guerra con esa
supuesta superficialidad, hizo que la obra de Villazón fuera condenada al
olvido con muchísima intención: es más fácil no prestarle atención a un libro
que jode a una generación a atacarlo, pues eso lo haría crecer más”.
Sobre esto, en su nota a propósito de esta publicación que
se puede leer en este número de LetraSiete Rodolfo Ortiz, director de La Mariposa Mundial, comenta: “la Guerra del Chaco resuena aquí
a través de una estética de la insubstancialidad en la cual la novela
abiertamente se reconoce, y no solamente ella, sino fundamentalmente una
segunda, la novela de un tal Jorge Santa Cruz (ganador del Premio Gordo de
Lotería) que se entrevera dentro de la propia novela de David S. Villazón para
narrar con precisión los “sucesos” acaecidos alrededor del, digamos, “gran
suceso” llamado Guerra del Chaco”.
Y también apropósito de esta esperada reedición prevista
para diciembre, Ortiz adelanta, que a partir de 2016 La Mariposa Mundial publicará otros cuatro libros de autores
esenciales de nuestras letras: Telón
lento: una carta de Arturo Borda a
Carlos Medinaceli; Cartas y papeles,
de Hilda Mundy; Senderos, un poemario
inédito de Jesús Urzagasti y La araña
gigante, una novela de Sergio Suárez Figueroa. Nada menos.
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Noticia bibliográfica sobre David S. Villazón
David S. Villazón nació en La Paz en 1910. En 1936,
a sus 26 años, escribió su primera y más importante novela, Rodolfo el descreído (1939). Villazón es
un autor que figura de manera escueta en algunos diccionarios e historias
literarias de Bolivia, con una a la par mínima respuesta de lectores y “no
lectores”, tal como premonitoriamente se anticipó en el íncipit de esta su primera
novela.
Quince años después Villazón publicó su segundo
libro, esta vez de relatos cortos y fragmentos, titulado Cuentos y novelas (1954), y dos décadas luego su segunda novela, Al filo del abismo (1975), que
misteriosamente se encuentra catalogada en la Biblioteca Nacional de Australia.
Todos sus libros se publicaron en la Editorial Fénix,
ubicada por aquel entonces en la calle Illimani No. 66 de la ciudad de La Paz. Mientras
se prepara la segunda edición de Rodolfo
el descreído, Miguel P. Salvador, un joven amigo y fervoroso seguidor de
Villazón, se ha unido a las pesquisas y diablas de esta pronta publicación.
Nada que no sea un merodeo por orígenes borrosos, para nada circuncisos, pues
las Academias, los Ateneos y los Círculos culturales le fueron totalmente
ajenos, tal como distingue su primer prologuista, el politiquero y ex
vicepresidente de Bolivia, Enrique Baldivieso Aparicio.
Miguel P. Salvador ha barajado las lápidas y los
archivos del Cementerio General, y sin desilusión va descartando listas,
anaqueles, guías telefónicas, con una avidez que promete nuevas y reveladoras
noticias.
(Rodolfo Ortiz).
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Wilmer Urrelo: “La enfermedad del quedar
bien”
- Cuál es la
importancia de una nueva edición de Rodolfo... a casi 80 años de la primera.
¿Por qué debe volver a leerse esta novela?
- Es una gran noticia que al fin salga. Eso porque empezamos
a darnos cuenta que la guerra fue, en su momento, relatada desde diferentes
puntos de vista y que esos puntos de vista fueron silenciados con el olvido.
Rodolfo el descreído
es, a mi parecer, junto a un puñado de libros sobre la guerra, uno de las
mejores, uno que tuvo el valor de salir del camino para contar lo mismo, es
cierto, pero con una profundidad que la gente de la época (y buena parte de la
de ahora), rechaza o ve, quizá, como una falta de respeto.
Basta ver la película Boquerón
de Tonchy Antezana, por ejemplo. Creo que esta película es el claro ejemplo de que
la enfermedad de este país (por lo menos en las artes) es ser políticamente
correcto, es quedar bien con la historia oficial. Y Rodolfo... hace todo lo contrario.
Curiosamente es el único buen libro de Villazón. Si lees la
producción posterior es realmente mala. Además sabemos muy poco de él y de cómo
cayó la novela por esos años en el público.
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