miércoles, 12 de octubre de 2016

Comentario

Víscera con víscera para entender

Una invitación a la lectura de La pasión según G.H., de Clarece Lispector.




Jorge Patiño Sarcinelli 

Hace trescientos cincuenta millones de años, mucho antes de que el hombre apareciera sobre la tierra, existía ya la cucaracha. Trescientos millones de años después de que el hombre haya desaparecido, ella existirá todavía. El hombre es un instante en la vida de la cucaracha.
En todos estos millones de años la cucaracha no ha cambiado nada; no lo necesita. Mientras el hombre se reconoce imperfecto y anhela el cambio, la cucaracha ha encontrado la forma de ser que le asegura ese prodigio de supervivencia entre las especies, ha logrado la perfección, una cima ínfima y despreciable de la perfección. La cucaracha es lo eterno, la evolución que se burla del hombre. Él responde con un asco profundo de quien rechaza su ser elemental.
En La pasión según G.H. una mujer encuentra una cucaracha en un cuarto en el fondo de la casa, la aplasta y se pasa por los labios la blanquecina pasta visceral que sale del bicho. El punto de partida de la novela de Clarice Lispector es el deseo de entender. Comienza así:
“…estoy buscando, estoy buscando. Estoy tratando de entender. Intentando dar a alguien lo que vivi…”.
Son muchos los caminos del tratar de entender; Clarice toma uno inesperado, el del encuentro de una mujer con una cucaracha, en el fondo del ser.
“Así como hubo el momento en que vi que la cucaracha es la cucaracha de todas las cucarachas, así quiero de mí misma encontrar en mí la mujer de todas las mujeres”.
La pasión según G.H. es una novela -así lo quiere la autora- que dura un largo e intenso instante y se desarrolla en el espacio sin límites de las elucubraciones de G.H., una mujer. Reina de reinas, bruja de brujas, mujer de mujeres. La esencia de ser mujer llevada a su grado extremo. Mujer que divaga, llega al límite de la narración y crea. “Voy a crear lo que me sucedió. Solo porque vivir no es narrable”.
Lo que nos sucedió no sucedió hasta que no encontremos el lenguaje que lo cree. Vivir no es narrable porque entre la vida y la palabra hay un abismo. “El lenguaje es mi esfuerzo humano. Por destino tengo que ir a buscar y por destino vuelvo con las manos vacías. Pero vuelvo con lo indecible. Lo indecible solo me será dado a través del fracaso de mi lenguaje”.
Del fracaso del lenguaje surge uno nuevo, en el que se podrá decir lo indecible, en el que se puede hablar del otro, del más allá, de lo que ya no es uno. “Vi. Sé que vi porque no di a lo que vi mi sentido. Sé que vi porque no entiendo”.
Impresionante lucidez de quien admite que para entender realmente algo, es necesario darle el sentido que le pertenece, renunciando al propio. Pero el desafío es enorme y la lucidez no basta. La búsqueda, cuando encuentra su límite, debe crear. Hay que encontrar un camino que lleve al límite más profundo, al encuentro con el otro más otro que hay, para someter al ser y al lenguaje a la prueba más extrema.
Dice Lispector en una entrevista: “Yo, de repente, percibí que la mujer G.H. iba a tener que comer el interior de la cucaracha, y temblé de susto”.
Para dar al encuentro la dimensión de lo profundo esencial, es necesario matar y comer al otro, encontrarse cuerpo a cuerpo -víscera con víscera si es posible- con el ser más asqueroso de la creación, la cucaracha.
“Santa María, madre de Dios, os ofrezco mi vida a cambio de no ser verdad aquel momento de ayer. La cucaracha con la materia blanca miraba. No sé si ella me veía, no sé lo que una cucaracha ve. Pero ella y yo nos mirábamos, y tampoco sé lo que una mujer ve. Pero si sus ojos no me veían, su existencia me existía -en el mundo primario donde yo había entrado, los seres existen a los otros como un modo de verse. Y en ese mundo que yo estaba conociendo hay varios modos que significan ver: un mirar al otro sin verlo, un poseer al otro, un comer al otro, un apenas estar en un rincón y el otro estar allí también: todo eso también significa ver. La cucaracha no me veía directamente, ella estaba conmigo. La cucaracha no me veía con los ojos, pero con el cuerpo. Yo la veía entera, la cucaracha”.
Cuerpo, ojos; patas de cucaracha en los ojos. Alas secas en la boca, como una lengua rígida, álala; gusto a tierra amarga. Es el momento del encuentro. En todo el cuarto, en todo el mundo, el aire está muerto con olor pungente a cucaracha. Sin embargo, esos trazos de muerte cucaracha son la vida que queda, la única vida que queda. Es necesario sorber de ella con todas las fuerzas.
“Entonces, nuevamente, un milímetro grueso más de materia blanca se exprimió hacia afuera. […] Sus dos ojos estaban vivos como dos ovarios. Ella me miraba con la fertilidad ciega de su mirar. Ella fertilizaba mi fertilidad muerta. ¿Serían salados sus ojos? Si yo los tocase -ya que cada vez más inmunda yo gradualmente quedaba- si yo los tocase con la boca, yo los sentiría salados.
Yo ya había probado en la boca los ojos de un hombre y, por la sal en la boca, había sabido que él lloraba. Pero, al pensar en la sal de los ojos negros de la cucaracha, súbitamente retrocedí nuevamente, y mis labios secos retrocedieron hasta los dientes: los reptiles que se mueven sobre la tierra. En medio de la reverberación parada del cuarto, la cucaracha era un pequeño cocodrilo lento”.
Y hay más:
“Y es que no te conté todo.
No conté que, allí sentada e inmóvil, yo todavía no dejaba de mirar con gran asco, sí, todavía con asco, la masa blanca amarillada por encima del parduzco de la cucaracha. Y yo sabía que mientras tuviese asco, el mundo se me escaparía y yo me escaparía. Yo sabía que el error básico de vivir era tener asco de una cucaracha. Tener asco de besar un leproso era yo equivocando la primera vida en mí -pues tener asco me contradice, contradice en mí mi materia.
Entonces aquello que, por piedad por mí, yo no quería pensar, entonces lo pensé. No pude impedirme más, y pensé lo que en realidad ya estaba pensando.
Lo que era peor: ahora tendría que comer la cucaracha pero sin la ayuda de la exaltación anterior, la exaltación que hubiese actuado en mí como una hipnosis; y yo había vomitado la exaltación. E inesperadamente, después de la revolución que es vomitar, yo me sentía físicamente simple como una niña. Tendría que ser así, como una niña que estaba sin querer alegre, yo iba a comer la masa de la cucaracha.

Entonces avancé”.

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