miércoles, 12 de octubre de 2016

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La superposición fue la clave

Un intento por brindar al lector un acercamiento básico a Arte, poder e identidad, el último libro de Teresa Gisbert. Carlos Mesa, su hijo y también historiador, ayuda a desentrañar la esencia de esta obra que cierra y redondea una trayectoria ejemplar.



Martín Zelaya Sánchez

Arte, poder e identidad es el último libro de Teresa Gisbert. No solo es su nuevo libro que acaba de presentarse hace un par de semanas, sino que literalmente es el último, el cierre de una brillante trayectoria intelectual en la que junto a su esposo José de Mesa (+) generó un invaluable aporte a la historia del arte boliviano, las expresiones culturales indígenas de la región y el mestizaje entre otros temas.
“Este libro marca el final de mi vida intelectual”, escribe Gisbert en el “Agradecimiento indispensable” con el que abre el volumen, y en el que resalta el aporte de su sobrina Mariángela Abela en la finalización de este trabajo. “En 1956 publicamos nuestra primera obra Holguín y la pintura virreinal en Bolivia -prosigue, refiriéndose a su fallecido esposo-. Han pasado sesenta años desde entonces, muchos más de los que yo habría imaginado cuando nos apasionamos por el desentrañamiento del pasado de Bolivia, Perú y la región andina”.
“Mi madre tiene casi 90 años y esta es su última producción intelectual por lo que para ella y para la familia tiene una significación muy importante”, comenta Carlos Mesa, historiador también, cuya formación y obra propia “siempre estuvo en diálogo” con las investigaciones y aportes de sus papás, por lo que ante las dificultades de conversar con la autora, es la mejor opción para intentar desentrañar este libro bellamente acabado en una edición (Gisbert, 2016) a full color y con decenas de ilustraciones.
“Originalmente, iba a ser una recopilación de artículos que se publicaron en diferentes medios, sobre todo internacionales, pero una vez que empezó a revisar qué era lo más importante que tenía escrito e inédito, y ya cuando corregía y reelaboraba algunos textos ella encontró que había una unidad que permitía hacer un libro con sentido integral”, comenta Mesa y agrega que “el concepto central que mi madre plantea parte de una pregunta: ¿cómo podemos combinar dos elementos que parecen absolutamente distintos, el mundo indígena y el mundo europeo?, y la respuesta que encuentra es que todo el legado artístico demuestra que hubo una superposición, no una mezcla; una suerte de cohabitación en la que ambos mundos pudieron funcionar sin haberse fusionado completamente”.
La autora lo explica en sus palabras en la “Introducción”: “culturalmente estamos ante una sociedad diversa que superpone y no mezcla, sociedad que en muchas partes de los andes todavía subsiste”.
De esta manera, Arte, poder e identidad no solo redondea el largo y valioso recorrido de Gisbert, sino que además complementa ideas y conceptos que la desvelaron desde siempre, y a la vez cierra una trilogía iniciada con sus otros dos libros capitales: Iconografía y mitos indígenas en el arte (1980) y El paraíso de los pájaros parlantes (1999).
Mesa arriesga una definición más de esta nueva obra, que concuasa cabalmente con la idea expuesta por Silvia Arze en un trabajo leído durante la presentación de la obra en la reciente Feria Internacional del Libro de La Paz, y que puede leerse en esta misma edición de LetraSiete. “Es una recuperación, una relectura del arte desde una perspectiva de carácter social, político y simbólico”, comenta Carlos, mientras que Arze reflexiona: “es un aporte enorme al conocimiento sobre la historia, el arte y el pensamiento de nuestro país y de esta parte del continente”.
Hecha esta abundante y necesaria generalización de Arte, poder e identidad, resta solo repasar sus seis partes, cada una compuesta por varios capítulos.
“La primera parte está vinculada al poder, Se llama ‘La imagen del poder’. Es un análisis de los elementos de ese poder reinante en el periodo virreinal: la fe, los mitos y la autoridad de la Colonia”, explica Mesa.
A continuación se hace una descripción a profundidad de las expresiones artísticas que se “superpusieron” en la mencionada etapa; la sección se llama “El arte de españoles, indios y mestizos”.
Mesa hace énfasis en la tercera sección “El matrimonio de los dioses”, en la que primero nota un “fortalecimiento de las ideas plasmadas ya en Iconografía…, pero con un valioso aporte que es la revelación de la visión de los dioses encarnados en montañas y, sobre todo, el hecho de que el Cerro Rico, tan simbólico en toda la historia del país, era una de las wacas más importantes identificadas con el dios Pachacámac”.

La siguiente sección es “La fiesta”, en la que se reflexiona desde y sobre las diferentes facetas de esta tradición fundamental “como elemento clave -dice el historiador- que define el tránsito histórico de cómo nos concebimos como sociedad, como mundo precolonial, colonial y republicano”.
Luego viene el momento de la obra: “La visión europea y la visión indígena”, en el que, como bien revela el también expresidente del país, “se trata de mostrar el sentido de pertenencia e identidad creativa de los indígenas. La idea predominante siempre fue que eran los criollos quienes desarrollaban ideas creativas para hacer cuadros o imágenes y que los indígenas eran artesanos o artistas con capacidad pero sin ideas propias; pero acá se demuestra que hubo más de un pleito en el que los indígenas reivindican su conciencia de que son creadores, documentos en los que asumen su derecho de autoría”.
La parte final, “Fuentes para la historia del arte colonial”, establece las fuentes de información básicas del arte virreinal, desde las perspectivas indígena y occidental.
No cabe duda de que estamos ante un libro fundamental para la bibliografía histórica de Bolivia, en general, pero sobre todo para la historia del arte prehispánico y colonial, categoría prácticamente inventada y desarrollada por Teresa Gisbert y su esposo José de Mesa. A no olvidar que, como bien recuerda su hijo Carlos, “el trabajo de mis padres tiene dos etapas y facetas esenciales: recopilación, catalogación, levantamiento e historiación descriptiva del arte creado en lo que hoy es el territorio boliviano, y luego está la faceta teórica: la interpretación crítica de esa historia”.


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