Maxi Barrientos, en la línea de fuego
Reseña de Una casa en llamas (Eterna Cadencia y El Cuervo), el más reciente libro de cuentos del escritor cruceño.
Martín Zelaya Sánchez
“Mis personajes viven continuamente en sus cabezas. Están
atrapados en un tiempo que no es el presente”, comentó Maximiliano Barrientos
en una reciente entrevista que le hizo Silvina Friera para Página 12, a
propósito del reciente lanzamiento de Una
casa en llamas en Buenos Aires.
Del estilo del autor cruceño se dice -acertadamente- que
agarra lo mejor del lenguaje cinematográfico: precisión, claridad y
contundencia. Habría que agregar que en sus textos se distingue además otra recurrencia:
desfase, quiebre, crisis, ya no en su impronta estética, claro, sino en otros
recursos narrativos: construcción de personajes y escenarios.
Todos o casi todos sus personajes -en su narrativa en
general y en este libro de relatos en específico- sin estar necesariamente en
situaciones dramáticas (que también las hay), atraviesan conflictos crónicos
(que no necesariamente agudos), viven atormentados por el pasado, a merced de
la abulia cotidiana, o desesperados y vacíos de cara al futuro. Y así, claro,
se trazan hechos y ambientes violentos, descarnados y oscuros; pero no imposibles
ni inverosímiles, más bien tan terrestres que le pasan a cualquiera en
cualquier momento de su vida, y la gran mayoría ni se preocupa en detectarlos.
“Una belleza que no formaba parte de este mundo, él la
forzaba. Algo para conservar en la memoria, para recordar quiénes fuimos todas
las tardes anteriores a esa tarde”. (Algo
allá afuera, en la lluvia, pág. 29)
Como aquella pareja de huida permanente, de hotel en hotel,
o como aquel migrante retornado que jamás logra reencontrarse –nos referimos a
sus anteriores Hoteles y La desaparición del paisaje- los protagonistas
de Una casa en llamas –que se publicó
en septiembre por Eterna Cadencia en Argentina, y esta semana se lanza con El
Cuervo para Bolivia- siempre están al límite, en circunstancias determinantes
que, o bien estallan, o bien trasmutan bruscamente a una normalidad
irremediable, definitiva; ¿acaso algo violenta más al hombre que la rutina
impuesta?
Giovanna Rivero -otra consumada narradora boliviana- comentó
hace algunos días a propósito del premio Eñe que recibió por su relato Albúmina: “ante el derrumbe de los
megarrelatos en la actualidad, el cuento tiene el encargo de contar la vida”. Y
vaya que para eso Barrientos tiene talento, para contar el transcurrir, el
durar cotidiano e implacable de la gente.
“Andrea y yo somos una pareja sin nada excepcional que
comparte una felicidad hecha de momentos como este, que arma memoria con ritos
sin importancia”. (El fantasma de Tomás
Jordán, pág. 63)
Al viejo estilo de los cuestionarios relámpago con los que
los viejos periodistas pedían a sus entrevistados que describan en pocas palabras
y espontáneamente ciertos nombres o conceptos sugeridos, y a modo de invitar a
la lectura, compartimos a continuación una escueta descripción de cada relato de
este libro, seguida por algunas ideas o frases por estos provocadas.
No hay música en el
mundo
Un luchador en decadencia empieza a morirse apenas toma la
decisión de retirarse, luego de perder claramente su última pelea. Antes del
fin -el fin definitivo, inexorable, acelerado por un ebrio cazador adolescente-
su mente empieza a sacar sus últimas cartas: se adelanta, vuelve atrás, juega
un poco antes de apagarse.
Algo allá afuera, en
la lluvia
Un joven y una prostituta. Un joven y el recuerdo y
presencia constantes del padre loco. La
locura ubicua. La lluvia no siempre se lo lleva todo. Nada puede con aquellas
recurrentes obsesiones guardadas en lo más inextricable de la mente.
“[La lluvia] cae con fuerza, sumiendo al mundo en un ruido
que no llega a ser estridente y que se convierte en el fondo perfecto para
diluirnos, para apagarnos de a poco, muy lentamente”. (Pág. 32)
Sara
Una mujer violada tiempo atrás, por una venganza contra su
marido, se enfrenta a la posibilidad de consumar a su vez su propia vendetta.
No todos son capaces de todo… ni de perdonar u olvidar, ni siquiera a veces de
tan solo resarcirse.
Fuego
Una mujer desequilibrada aparece y desaparece de la vida de
su pareja. Él sabe que nunca la tendrá, sabe que no le hace bien… pero sabe
también que nunca podrá desligarse de ella. Hay gente que ni cuando desaparece
para siempre se va por completo.
“Su mirada estaba cargada de una electricidad triste, desde
que era niña había desamparo: la certeza de estar en un lugar hermoso pero al
mismo tiempo inhóspito”. (Pág. 50)
El fantasma de Tomás
Jordán
Un muchacho bebe con la viuda de su hermano en una inútil
ceremonia anual de memoria y luto. Termina asaltando la misma licorería que
asaltó su hermano antes de morir. Amores
tercos son desamores. La redención no se logra a pedido, llega cuando debe
llegar.
Gringo
Una familia recibe fotos obscenas de un extranjero que
estuvo ligado a ella muchos años atrás. Un pasado escabroso, una cadena de
mentiras, y una mentira final que puede -tiene que- venir bien.
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