Doce meses, algunos libros
Un exhaustivo recuento comentado y valorado del año editorial poético en Bolivia
Gabriel Chávez Casazola
LetraSiete me ha pedido, para esta columna que despide el
año, esbozar un recuento -de ser posible, valorado- de los libros de poesía
publicados durante 2015 en Bolivia.
Aunque la poesía se publica menos que otros géneros, aquí
y en el resto del mundo pues sus lectores somos una “inmensa minoría”, tampoco hablamos
de escasísimos títulos. Solo en nuestro país se publicaron 24 este año en
editoriales establecidas de La Paz y Santa Cruz (aunque menos que en años
precedentes, ya que la cantidad de publicaciones de poesía en la ciudad de los
anillos mermó).
No tengo el dato de todos los que aparecieron en pequeñas
editoriales independientes en estas ciudades y Cochabamba, salvo dos o tres que
llegaron a mis manos, ni tampoco de poemarios publicados en otras capitales, pero
estamos hablando de al menos dos libros de poesía publicados cada mes.
Hecha esta precisión, queda claro que mi recuento es
parcial y, además, limitado en varios casos a la referencia de la publicación,
ya que he leído varios de los aparecidos este año -algunos me los han obsequiado
los autores o los he comprado- pero no he revisado todos. Aunque suene a
reclamo, no puedo dejar de decir que las editoriales no han tenido el detalle
de enviarme sus títulos de poesía lo que sería lógico considerando que tengo a
mi cargo los dos únicos espacios permanentes de poesía en la prensa nacional.
En La Paz, entre dos editoriales publicaron 19 poemarios.
Cuatro de ellos por Plural Editores y 15 por Editorial 3600, que fue la que más
le apostó al género este año. Plural, en su colección Letras Fundacionales,
reeditó el único e inencontrable libro del romántico suicida Manuel José Tovar
(1831-1869): La creación y otros poemas
(1855), con estudio introductorio y edición de Leonardo García Pabón.
Esta misma editorial publicó los más recientes libros de
dos de las voces más importantes de la poesía boliviana actual, ambas de una
misma generación: A tu borde, de María
Soledad Quiroga (1957), un hermoso poema extenso enhebrado por varios
fragmentos, y La hierba es un niño,
de Vilma Tapia Anaya (1960), aún no presentado, cuyo título trae un guiño a Walt
Whitman.
El cuarto libro de poesía de la editorial dirigida por
José Antonio Quiroga corresponde a quien escribe estas líneas: se trata de una
cuidada edición de mi antología personal Cámara
de niebla, aparecida originalmente en Buenos Aires.
La Mariposa Mundial publicó este año, amén del recuperado
e inclasificable Nonato Lyra de
Arturo Borda (1883-1953), la Poesía completa de Sergio Suárez
Figueroa (1924-1968), reuniendo sus cuatro libros publicados en vida además de
textos dispersos, en una necesaria y rigurosa edición al cuidado de Rodolfo
Ortiz y Alan Castro Riveros.
Aunque no sean poemarios, merecen mención (y
recomendación) aquí dos libros de ensayo sobre poesía, ambos de la colección
“La crítica y el poeta” (Plural / UMSA) coordinada por Mónica Velásquez: los
dedicados a abordar las obras de Raúl Otero Reiche y de Octavio Campero Echazú,
que se suman a los siete volúmenes aparecidos antes sobre otros poetas.
Por su parte, como anoté antes, Editorial 3600, dirigida
por Marcel Ramírez, entregó 15 títulos. El volumen I de la Obra poética de Matilde Casazola (1943), en una edición en tapa
dura, que reúne, en su orden original (no necesariamente en el que fueron
publicados), seis libros escritos entre 1965 y 1978, desde Los ojos abiertos hasta A
veces un poco de sol, imposibles ya de conseguir en sus primeras ediciones;
todos corresponden a la que su autora llama “serie autobiográfica”, a
diferencia de la “serie temática” (que Gente Común compiló en 2011, con los que
me parecen algunos de sus mejores libros).
De Jessica Freudenthal Ovando (1978), una voz distinta en nuestra poesía actual
pues se caracteriza por su incisiva exploración en el lenguaje y por su
propuesta visual, 3600 publicó El filo de
las hojas, donde precisamente hurga en “las comisuras del lenguaje, sus
resquicios, en las hendiduras entre la representación verbal y lo representado,
los intersticios entre el nombre y lo que el nombre nombra, las imposibilidades
del decir”.
En este sello aparecieron igualmente el segundo poemario
del artista visual Luis Mérida Coímbra, Hojarasca
d’la mía Vid’; el primero del ensayista y narrador Fernando Molina, Noticias de mí, que aún no he leído; el
interesante Disección, de Luis Carlos
Sanabria, quien es además parte activa del equipo de 3600; Jazzologías, de Miguel Carpio y Acudo
universal, de Sergio Velasco; así como la antología Beni: poetas de huellas imborrables, con selección a cargo de
Arnaldo Mejía Méndez, libro que forma parte de la colección de antologías
regionales editada por la Fundación Cultural del Banco Central.
En la casa de 3600, en coedición con Equis, nació este
año también una nueva colección de poesía: Trama del Ojo, dirigida por el poeta
chileno, radicado en La Paz, Fernando van den Wyngard. Ya han visto la luz sus
cuatro primeros títulos: Hasta el túetano,
de Claudia Daza; Desnubilar, de
Leonardo Nicodemo; Terrarium, de
Catherine Mattos y Fauces, de Felman
Ruiz, todos poetas novísimos.
Quiero dedicar unas palabras a tres títulos de 3600, que
comienzan a llenar -será largo hacerlo, pero es preciso- un gran vacío de
nuestro pequeño mundo editorial: la ausencia de títulos publicados en Bolivia
de autores de otras naciones (¿otra muestra de nuestro ensimismamiento?). Con la complicidad de Marcel Ramírez pude editar
y publicamos una antología de la poesía del gran poeta y ensayista argentino
Hugo Mujica (1942), con el nombre de En
el hueco de la mano, que será reeditada en Ecuador en 2016. Es un libro de
esos que podemos llamar, sin temor, esenciales.
Luego se presentó un volumen -tipo cara y cruz- con dos
libros de poetas entrañables: Coplas de
arena, del español Sebastián Mondéjar (1956) y La voz esencial del chaqueño Aníbal Crespo (1948). Y hace poco presentó
un nuevo libro el poeta chileno, larga e indisolublemente ligado a Bolivia,
Andrés Ajens (1961): Cúmulo lúcumo.
De Cochabamba solo tengo noticia de los poemarios
cartoneros publicados por Yerba Mala: Blanco
de Cecilia de Marchi, con poemas en prosa que aún aguardan su lectura, Arrazados de Roberto Cuéllar, más una
reedición de Luciérnaga sangrante de
Julio Barriga; y de Sucre, Revolución,
de Alex Aillón, en Editorial S.
Last but not
least, en Santa Cruz las publicaciones de poesía no fueron
pródigas este 2015, a diferencia de años precedentes. El polifacético Oscar
Barbery Suárez (1954) volvió a la poesía después de muchos años con Luna Ático, bajo el sello de La Hoguera;
un libro de (des)amor y (agudo) humor, esa virtud cardinal que tanto espanta a la
telúrica solemnidad de algunos, aquí combinada con el socarrón escepticismo que
otorgan los años.
Otro autor que trabaja en varios géneros, Emilio Martínez
(1971), retornó también con el poemario Introducción
al método de la noche (La Hoguera), de una lúcida poesía intelectual que
conversa con sus influencias y despliega diversos registros.
En El Duendecillo Verde, Víctor Paz Irusta publicó Prontuario de ausencias (1959); en la
colección para jóvenes de La Hoguera, Gricel Gamarra propuso sus Recuerdos del olvido; y en edición
independiente, Pablo Carbone (1980), una de las voces más sugerentes de su
generación, nos trajo La balada de los
muros con sus pájaros dichosos y hogueras apacibles, señales o signos de un nuevo tiempo en su escritura.
Este 2015 partieron Rubén Vargas, Emma Villazón y, apenas
ayer, Sebastián Molina. Me voy, y el año se va, dejando como al pasar un haiku
suyo: ¿Cómo se expresa / lo que la música
ilumina / cuando enmudece?
No hay comentarios:
Publicar un comentario