sábado, 26 de diciembre de 2015

Sombras nada más

Doce meses, algunos libros


Un exhaustivo recuento comentado y valorado del año editorial poético en Bolivia



Gabriel Chávez Casazola

LetraSiete me ha pedido, para esta columna que despide el año, esbozar un recuento -de ser posible, valorado- de los libros de poesía publicados durante 2015 en Bolivia.
Aunque la poesía se publica menos que otros géneros, aquí y en el resto del mundo pues sus lectores somos una “inmensa minoría”, tampoco hablamos de escasísimos títulos. Solo en nuestro país se publicaron 24 este año en editoriales establecidas de La Paz y Santa Cruz (aunque menos que en años precedentes, ya que la cantidad de publicaciones de poesía en la ciudad de los anillos mermó).
No tengo el dato de todos los que aparecieron en pequeñas editoriales independientes en estas ciudades y Cochabamba, salvo dos o tres que llegaron a mis manos, ni tampoco de poemarios publicados en otras capitales, pero estamos hablando de al menos dos libros de poesía publicados cada mes.
Hecha esta precisión, queda claro que mi recuento es parcial y, además, limitado en varios casos a la referencia de la publicación, ya que he leído varios de los aparecidos este año -algunos me los han obsequiado los autores o los he comprado- pero no he revisado todos. Aunque suene a reclamo, no puedo dejar de decir que las editoriales no han tenido el detalle de enviarme sus títulos de poesía lo que sería lógico considerando que tengo a mi cargo los dos únicos espacios permanentes de poesía en la prensa nacional.
En La Paz, entre dos editoriales publicaron 19 poemarios. Cuatro de ellos por Plural Editores y 15 por Editorial 3600, que fue la que más le apostó al género este año. Plural, en su colección Letras Fundacionales, reeditó el único e inencontrable libro del romántico suicida Manuel José Tovar (1831-1869): La creación y otros poemas (1855), con estudio introductorio y edición de Leonardo García Pabón.  
Esta misma editorial publicó los más recientes libros de dos de las voces más importantes de la poesía boliviana actual, ambas de una misma generación: A tu borde, de María Soledad Quiroga (1957), un hermoso poema extenso enhebrado por varios fragmentos, y La hierba es un niño, de Vilma Tapia Anaya (1960), aún no presentado, cuyo título trae un guiño a Walt Whitman.   
El cuarto libro de poesía de la editorial dirigida por José Antonio Quiroga corresponde a quien escribe estas líneas: se trata de una cuidada edición de mi antología personal Cámara de niebla, aparecida originalmente en Buenos Aires.   
La Mariposa Mundial publicó este año, amén del recuperado e inclasificable Nonato Lyra de Arturo Borda (1883-1953),  la Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa (1924-1968), reuniendo sus cuatro libros publicados en vida además de textos dispersos, en una necesaria y rigurosa edición al cuidado de Rodolfo Ortiz y Alan Castro Riveros. 
Aunque no sean poemarios, merecen mención (y recomendación) aquí dos libros de ensayo sobre poesía, ambos de la colección “La crítica y el poeta” (Plural / UMSA) coordinada por Mónica Velásquez: los dedicados a abordar las obras de Raúl Otero Reiche y de Octavio Campero Echazú, que se suman a los siete volúmenes aparecidos antes sobre otros poetas.
Por su parte, como anoté antes, Editorial 3600, dirigida por Marcel Ramírez, entregó 15 títulos. El volumen I de la Obra poética de Matilde Casazola (1943), en una edición en tapa dura, que reúne, en su orden original (no necesariamente en el que fueron publicados), seis libros escritos entre 1965 y 1978, desde Los ojos abiertos hasta A veces un poco de sol, imposibles ya de conseguir en sus primeras ediciones; todos corresponden a la que su autora llama “serie autobiográfica”, a diferencia de la “serie temática” (que Gente Común compiló en 2011, con los que me parecen algunos de sus mejores libros).   
De Jessica Freudenthal Ovando (1978),  una voz distinta en nuestra poesía actual pues se caracteriza por su incisiva exploración en el lenguaje y por su propuesta visual, 3600 publicó El filo de las hojas, donde precisamente hurga en “las comisuras del lenguaje, sus resquicios, en las hendiduras entre la representación verbal y lo representado, los intersticios entre el nombre y lo que el nombre nombra, las imposibilidades del decir”.
En este sello aparecieron igualmente el segundo poemario del artista visual Luis Mérida Coímbra, Hojarasca d’la mía Vid’; el primero del ensayista y narrador Fernando Molina, Noticias de mí, que aún no he leído; el interesante Disección, de Luis Carlos Sanabria, quien es además parte activa del equipo de 3600; Jazzologías, de Miguel Carpio y Acudo universal, de Sergio Velasco; así como la antología Beni: poetas de huellas imborrables, con selección a cargo de Arnaldo Mejía Méndez, libro que forma parte de la colección de antologías regionales editada por la Fundación Cultural del Banco Central.

En la casa de 3600, en coedición con Equis, nació este año también una nueva colección de poesía: Trama del Ojo, dirigida por el poeta chileno, radicado en La Paz, Fernando van den Wyngard. Ya han visto la luz sus cuatro primeros títulos: Hasta el túetano, de Claudia Daza; Desnubilar, de Leonardo Nicodemo; Terrarium, de Catherine Mattos y Fauces, de Felman Ruiz, todos poetas novísimos.
Quiero dedicar unas palabras a tres títulos de 3600, que comienzan a llenar -será largo hacerlo, pero es preciso- un gran vacío de nuestro pequeño mundo editorial: la ausencia de títulos publicados en Bolivia de autores de otras naciones (¿otra muestra de nuestro ensimismamiento?).  Con la complicidad de Marcel Ramírez pude editar y publicamos una antología de la poesía del gran poeta y ensayista argentino Hugo Mujica (1942), con el nombre de En el hueco de la mano, que será reeditada en Ecuador en 2016. Es un libro de esos que podemos llamar, sin temor, esenciales.
Luego se presentó un volumen -tipo cara y cruz- con dos libros de poetas entrañables: Coplas de arena, del español Sebastián Mondéjar (1956) y La voz esencial del chaqueño Aníbal Crespo (1948). Y hace poco presentó un nuevo libro el poeta chileno, larga e indisolublemente ligado a Bolivia, Andrés Ajens (1961): Cúmulo lúcumo.
De Cochabamba solo tengo noticia de los poemarios cartoneros publicados por Yerba Mala: Blanco de Cecilia de Marchi, con poemas en prosa que aún aguardan su lectura, Arrazados de Roberto Cuéllar, más una reedición de Luciérnaga sangrante de Julio Barriga; y de Sucre, Revolución, de Alex Aillón, en Editorial S.
Last but not least, en Santa Cruz las publicaciones de poesía no fueron pródigas este 2015, a diferencia de años precedentes. El polifacético Oscar Barbery Suárez (1954) volvió a la poesía después de muchos años con Luna Ático, bajo el sello de La Hoguera; un libro de (des)amor y (agudo) humor, esa virtud cardinal que tanto espanta a la telúrica solemnidad de algunos, aquí combinada con el socarrón escepticismo que otorgan los años.
Otro autor que trabaja en varios géneros, Emilio Martínez (1971), retornó también con el poemario Introducción al método de la noche (La Hoguera), de una lúcida poesía intelectual que conversa con sus influencias y despliega diversos registros.  
En El Duendecillo Verde, Víctor Paz Irusta publicó Prontuario de ausencias (1959); en la colección para jóvenes de La Hoguera, Gricel Gamarra propuso sus Recuerdos del olvido; y en edición independiente, Pablo Carbone (1980), una de las voces más sugerentes de su generación, nos trajo La balada de los muros con sus pájaros dichosos y hogueras apacibles, señales o signos de un nuevo tiempo en su escritura. 

Este 2015 partieron Rubén Vargas, Emma Villazón y, apenas ayer, Sebastián Molina. Me voy, y el año se va, dejando como al pasar un haiku suyo: ¿Cómo se expresa / lo que la música ilumina / cuando enmudece?

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