sábado, 26 de diciembre de 2015

Etc.

“El comunismo no ha muerto,
su cadáver está vivo”


El autor participó en una entrevista colectiva a la Nobel Svetlana Alexievich, y transmite acá algunas de sus principales impresiones.



Carlos Decker- Molina

Las obras de Svetlana Alexievich han sido, indudablemente, escritas por ella, lo que hace suponer que son sus palabras, pero no lo son. Las obras de la Alexievich han sido escritas por la mano de la autora, pero son las palabras de otros.
A los periodistas nos dijo que no tiene ninguna técnica para entrevistar. “No provoco a nadie, no lo he hecho nunca. Yo escucho. Para comenzar suelo decir, cuéntame sobre tu vida. Evito preguntar como ustedes, los periodistas, que les interesa más el hecho que el protagonista. Para mí la persona es más importante”.
La Nobel 2015 no habla otro idioma más que el ruso, y eso dificulta bastante. Los matices y los giros del idioma de Dostoievski, “son preciosos y precisos”, me cuchicheó Irina mi colega rusa.
Para dar un ejemplo del tipo de entrevista de Svetlana, nos relató su encuentro con las lavanderas de Chernóbil. Dijo que en la reunión estaban también científicos y periodistas de otros países. Las lavanderas habían cocinado para invitar a sus visitantes, una tradición muy rusa pero, cuando advirtieron que los extranjeros tenían su propia comida bien envasada en cajas de plástico, enmudecieron y se expresaron solo con monosílabos. Entonces la Nobel se sentó junto a las lavanderas en la mesa de la cocina y comió las viandas preparadas por esas manos quemadas por la radiación. Entonces -dice- pregunté por el color de las manos y las lavanderas respondieron: “Las máquinas de lavar ropa quedaron inutilizadas, tuvimos que lavar a mano”.
Un colega la preguntó cómo hizo para que alguno de sus entrevistados hablara como niño. Después de una pausa, dijo: “Recuerdo que era un profesor. En nuestra sociedad son personajes con autoridad, jerárquicos, no como en las democracias en las que los profesores son gente como cualquiera. El profesor fue muy formal, concreto y seco cuando recordó que las tropas de Hitler llegaron al lugar, ‘entonces nosotros nos escondimos’… Lo interrumpí y le pregunté por qué dispararon a las caras. El profesor calló unos instantes y volvió al recuerdo de su infancia y dijo… ‘es que mi madre era muy bella’ y continúo el relato con voz de niño”.
Y ¿cómo sabes que la gente dice la verdad? “Pienso que el recuerdo es un trabajo laborioso que se puede comparar con el del escultor que labra la roca, le da forma; es lo mismo con las palabras, las reúne, la piensa, las formula o reformula siempre alrededor del recuerdo. Por eso hago cientos de entrevistas que terminan siendo solo unas cuantas en el libro”.
La escritora bielorrusa aclaró que nunca ha utilizado la expresión “sovok” peyorativa de “Homo sovieticus”, en cambio habla ella del “hombre rojo” que, aclara, es una figura trágica que en otras circunstancias pudo haber vivido de otra manera, “la mayoría no tienen energía para oponerse” dijo y contó la historia de Vasili Petrovich de 87 años cuya mujer murió en el Gulag y él mismo fue torturado y sometido a tres simulacros de fusilamiento, pero que cuando le dieron libertad y, sobre todo, le devolvieron la libreta del partido, lloró de alegría.
En sus palabras de agradecimiento Svetlana Alexievich demostró una vez más poseer una visión particular sobre la cultura de su país y de ese homo sovieticus que domina su obra. Nos entregó un puñado de frases contundentes.
Alexiévich describió el momento actual como “un tiempo de segunda mano”. Un tiempo de esperanza que “ha sido sustituido por el momento del miedo”, donde “es difícil hablar de amor”.
“Anteriormente el mundo estaba dividido, había verdugos y víctimas: qué fue el gulag, hermanos y hermanas, qué era la guerra, el electorado… era parte de la tecnología y el mundo contemporáneo. Nuestro mundo también había sido dividido en quienes fueron encarcelados y quienes encarcelaron; hoy hay una división entre eslavófilos y occidentalistas, ‘fascistas-traidores’ y patriotas. Y entre los que pueden comprar las cosas y los que no pueden. Esto último era lo más cruel de las pruebas para seguir el socialismo, porque no hace tanto tiempo que todos habían sido iguales. El Homo sovieticus no fue capaz de entrar en el reino de la libertad que había soñado alrededor de su mesa de la cocina. El comunismo no ha muerto, su cadáver está vivo”.
Naturalmente, el poder político de Bielorrusia la detesta, pero no la censura, usan un método curioso. Los precios los pone el estado, el libro La guerra no tiene rostro de mujer, uno de los más vendidos en el mundo, está en las vitrinas de las librerías de Minsk, a 322.600 rublos que es la décima parte de un salario de un profesor de escuela, por la misma suma se pueden comprar 10 botellas de vodka.
En Minsk, nadie puede comprar el libro de la Nobel de Literatura 2015.

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