Sobre Cuaderno
Hace algunas semanas se presentó el libro Cuaderno (Plural, 2015) de Juan Cristóbal Mac Lean, columnista de LetraSiete. Para invitar a su lectura, presentamos un fragmento tomado de las páginas118-120.
Juan
Cristóbal MacLean E.
Leonardo es quizá el primero en hablar desembozadamente,
según parece, de lo que hoy llamamos -¿o llamábamos?- cuadernos. Advierte del
contenido que ellos pueden tener: “Esta pretende ser una recopilación sin
orden, de cosas, tomadas de aquí y de allá, que he copiado aquí con la
esperanza de que después pueda organizarlas según los temas de los que se
ocupan; y me parece que tendré que repetir lo mismo muchas veces; por lo cual,
querido lector, no he de ser recriminado”. (…)
Están, en otro extremo, los cuadernos de Kierkegaard. En
ellos, cada página, con los ojos actuales, podría fácilmente competir como obra
de arte, como el colmo de la finura en la escritura, el dibujo -la escritura
misma como dibujo. Kierkegaard, cuentan, tenía varias mesas altas, como pupitres
elevados y escribía de pie. Cada mesa, por llamarla así, estaba ocupada con un
cuaderno distinto y él iba, a veces, pasando de una a otra. ¡He ahí una verdadera
topo-grafía!
Otro caso, de los más asombrosos, es el de Kafka,
con sus cuadernos y esos “garabatos”
como él mismo llamaba a las figurillas que con frecuencia se complacía en
dibujar. En hojas sueltas, al margen de los cuadernos…
Y entre la maraña de cuadernos que desfila de pronto por
nuestros ojos, inicialmente dos detienen nuestra mirada, dos casos tan
absolutamente opuestos, ¡de tan distintas manos! Son los cuadernos de Víctor
Hugo, son los cuadernos de Antonin Artaud. Ambos valoraban sus incursiones en
el dibujo, el dibujo-pintura, el dibujo-escritura, como si en la pluma, en el
dibujo, se descubriese como otra herramienta, reglamentara otro espacio al que
entregarse y sean ellos, la pluma, el lápiz, otro nuevo recurso o dador de
recursos, surgido entre la voluntad y la distracción, naufragando, iluminando o
ensuciando, botados entre los márgenes, los escritos.
Hugo le escribe a Castel: “El azar ha hecho caer ante mis
ojos algunas especies de ensayos de dibujos hechos por mí en horas de
ensoñación casi inconsciente con lo que quedaba de tinta en mi pluma sobre
márgenes o cubiertas de manuscritos…”. Líneas más abajo, sitúa el momento en
que le suelen ocurrir esas “ensoñaciones”: “Eso me divierte entre dos estrofas”.
Esas citas las recoge Gaetan Picon, en el hermoso libro Las líneas de la mano, donde llega a preguntarse, hablando justamente
de Hugo, “¿La transmutación del lenguaje en visión es posible?”.
Y, por otra parte, ¿se basta a sí mismo el dibujo? Pues,
cuando se miran los de Hugo (basta buscar en Google), a veces parece que la
forma-dibujo, suponiendo que haya realmente una, también es rebalsada, así como
todo rebalsa en Víctor Hugo, el que podía hacer hablar a la Vía Láctea en
primera persona; el que encontraba en ella un “hormiguero de abismos”, un
“precipicio de astros”, debía también desbordar
por/en el dibujo, y de ahí su empleo de materiales heteróclitos, el
recurso a la mancha, la casi vecindad con el collage, que van develando, entre
las hojas, sus materiales y sus formas, una íntima “tectónica secreta”, como la
llama Gaetan Picon.
Es impresionante ver hasta qué punto, en muchos de sus
dibujos-tintas, Hugo se aproxima a lo que posteriormente sería llamado arte
abstracto. Ya son de pronto las manchas mismas, las formas arrasadas, las
palpitaciones internas de un espacio, las que se imponen sobre la naturaleza o
las ruinas, los vientos retratados. Como si, a través del dibujo, los asomos de
pintura, Hugo se concediera una libertad mayor de la que es capaz de extraerle
al lenguaje, que consideraba lo realmente suyo por excelencia, mientras se
sentía tímido como pintor, aunque apreciase enormemente, tómese en cuenta, el
que Baudelaire, nada menos, hubiese elogiado sus creaciones gráficas…
La aparición del dibujo, de dibujos o pinturas en las
páginas de los numerosos cuadernos de Antonin Artaud, en cambio, pertenece a
otro régimen muy alejado del de Hugo, cuando no su opuesto. En Artaud ciertos
trazos, dibujos, garabatos, a veces parecieran tener la forma o función de encantamientos que se alternan o
participan de la escritura, de la voz cantada, y juegan un papel que en
absoluto es marginal, o meramente paralelo al de la escritura. Los dibujos, en
sus cuadernos, más bien, pertenecen a los órdenes de la magia negra, del
conjuro. Así como la escritura arrasa con las convenciones del sentido y aún de
la sintaxis, el dibujo o las pinturas,
el acto o voluntad del que parecen trasuntos, también rompen y se alejan, con
mucho, de cualquier vecindad con las clásicas Bellas Artes.
Los títulos de muchos, escritos sobre el mismo papel,
como formando parte del dibujo, dan cuenta del estado de máxima tensión y
vibración en que se ejecutan: “La Proyección del cuerpo verdadero”, “La torpeza
sexual de dios”, “La execración del Padre-Madre”, “La máquina del ser o dibujo
para mirar con traviola”… El entrelazamiento de frases y dibujos habla de todo
lo que Artaud, en una lucha contra fuerzas primitivas, cósmicas, depositaba de
sí en los cuadernos, de lo que él mismo llamaba, en El Pesa-Nervios, los “deshechos de mí mismo, esos pellejos (raclures) del alma que el hombre normal
no alberga”.
Los dibujos y las palabras, pues, brotan de una
desgarradura desde la que pretenden afianzarse a punta de una escenificación de
la propia palabra, del mismo trazo. En carta a Paul Thevenin, desde Rodez,
Artaud aclara: “Las frases que anoté sobre el dibujo que le di, las busqué
sílaba a sílaba y en voz alta al trabajar, para ver si las sonoridades verbales
capaces de ayudar a la comprensión de quien mirase mi dibujo fueron encontradas”.
Aquí es entonces la escritura la que está puesta al servicio del dibujo, las
frases o sílabas que se ciernen alrededor suyo, desde el punto de vista de sus
sonoridades y alteraciones, alternaciones, son las que podrán ayudar, podrán
ritmar, la correcta comprensión del dibujo. La hoja, de pronto, es también una
partitura.
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