domingo, 6 de diciembre de 2015

El último mestizo

Con Viscarra en Antofagasta

Una crónica chileno-boliviana o, más precisamente, de escritores bolivianos, de literatura boliviana en Chile.



Manuel Vargas

Un jovencito sonriente, con rastas y muy suelto de cuerpo, a la pregunta de cuál es la onda en su escritura poética, responde así: “Me interesan Malcom Lowry, (nombra a un inglés y a un francés más, ya no sé si entró aquí Bukowsky), y también Jaime Saenz y Víctor Hugo Viscarra, no por su escritura -aclara- sino por la vida y la muerte que tuvo que cargar”.
¿Qué mezclita es esta? Estamos en un encuentro de escritores y editores en la ciudad de Antofagasta, en el penúltimo mes de 2015. Quien esto escribe estuvo con Luis Carlos Sanabria, de la editorial 3600 de La Paz. Aquí no hay apellidos famosos ni premiados, todos muchachos y muchachas, y yo soy el único de cierta edad, siempre fuera de lugar, como últimamente me pasa.
El sonriente jovencito se autonombra Helvert Barrabás y viene de Talca. “Me llamo Barrabás / soy acreedor de mil asesinatos / he recorrido las ergástulas de Palestina y Jerusalén…”, dice en su libro primerizo Sinfónica caótica, editado obviamente a mano y cosido a duras penas.
Como él, muchos, especialmente de Chile, han tenido que venir a La Paz y haber paseado por “los libros usados de la Pérez” para conseguir las ediciones piratas más truchas de las que ellos hacen en sus respectivas ciudades. (En Bolivia los hacen los comerciantes, allá los propios autores). Barrabás me dedica su libro así: “Existen quienes se encuentran borrachos tras cantinas o bajo el frío paceño ocultos tras una fogata. A nosotros nos reúne Víctor Hugo Viscarra”.
Para pena de muchas gentes del gremio en Bolivia, fue este autonombrado “thanta escritor” paceño el que tuvo que convertirse en mito. Ante la noticia, cómo habría reaccionado este borracho común y silvestre, me pregunté sintiendo la brisa marina de las seis de la tarde, en la plaza Colón donde se desarrollaba el evento.
Ya te jodieron, che, te endilgaron una carga más, y no me queda otra que escribirte una oda, si no una joda, pues desde el día después de tu muerte estabas ya en peligro de ser canonizado, y ahora eres un ejemplo de vida, o de sacrificio, para estos poetas que no pueden seguirte más que en sus actitudes de rebeldes tardíos, o de redentores con causas universales en un mundo donde no hay espacio para ellos. Tal vez queda la noche, el margen, el trago a las orillas del mar a las tres de la mañana, esperando que no aparezcan los carabineros de Chile y mínimamente te saquen la impagable multa respectiva.
Mientras yo estaba ofreciendo mi literatura cuerda, viene Barrabás y me obsequia una edición pirata del sur de Chile, Los relatos de Víctor Hugo, con el prefacio de Vicky Ayllón incluido. “…y aquí en Víctor Hugo Viscarra se ha encontrado el espíritu que no acaba en una muerte, y atraviesa lugares y épocas al azar… Por considerarle un renegado de la sociedad que le empujó a la calle, quien tuvo la valentía de vivir al margen de la conveniencia, del trabajar para olvidar, morir sin vivir con miedo a la muerte aún… lanzado a la cura de la embriaguez para comprobar la verdad del despojo del no poseer…”. (Palabras del prólogo añadido a esta edición).
Y por ahí andamos y ya no hay nada que hacer. Ya por la noche, en el boliche la Leonera, junto con Janine de Cochabamba, tuve que contarles algunas novedades. Cómo el actor Jorge Ortiz representó totalmente desnudo el cuento del susodicho, Anoche, en un putero, en la acogedora sala del Instituto Goethe de La Paz, dejando fríos y patitiesos a muchos espectadores. Cómo antes de publicar sus libros en editorial Correveidile, nos tomamos cuatro cervezas, todo normal, pero con la novedad de que él fue quien las pagó y yo le presté el libro Allá lejos de J. K. Huysmans para que leyera una escena de misa negra.
Claro que nunca más supe de ese libro. Y en otra ocasión le presté Memorias de un alcoholista, de Jack London, que tampoco me lo devolvió, pero sí, un año después, una fotocopia encuadernada del mismo, que aún conservo. Vaya uno a saber qué fue lo que hizo, pero se nota que no se agarraba los libros por interés, sino que se le iban de las manos, y cuando podía, los devolvía. Y finalmente cómo, para asegurarse el día a día sin muchos sobresaltos, se relacionaba con altas autoridades de la Iglesia, la Policía, algunos hospitales, y de intelectuales de izquierda o directores de ONG.
Y siguiendo la misma onda, les conté que yo tuve el gusto de farrear, allá por los años  90, en Santiago, con Las Yeguas del Apocalipsis en su propio refugio, pero cuando Pedro Lemebel no sonaba ni tronaba y la verdad, ni siquiera supe cuál de ellos/ellas era, tal era nuestro estado general.
Aparte de Gary Daher, ya no me acuerdo qué otro boliviano estaba ahí. Entonces fue que les contamos que en Bolivia había también un grupo de escritores, Los Jinetes del Apocalipsis, y se relamieron pensando en un posible encuentro apocalíptico.
En fin, ¿qué pueden hacer o decir en su defensa los muertos, que son cada vez más y tan poco o mal conocidos en vida? Lo que está claro, es que ellos no tienen la culpa de que se los quiera o se los desprecie en el recuerdo. Nos quedan solo la memoria y la imaginación. Así es la vida.



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