Un año de teatro en La Paz
Una muestra, nada más, pero muy representativa y fiable, de lo que significó en calidad, cantidad, propuesta, innovación y pendientes, la actividad dramatúrgica y teatral nacional, en general, y paceña en específico.
Omar Rocha Velasco
Quizá el título es muy pretensioso, lo que haré será
hablar de unas cuantas obras que se presentaron en La Paz en este 2015, obras que
analizamos en la Escuela de espectadores de teatro de la ciudad de La Paz.
Antes de pasar a los comentarios, unas cuantas palabras
acerca de la Escuela de espectadores: se trata de un “grupo abierto” de
personas interesadas en el teatro que se reúne, el último lunes de cada mes,
para discutir sobre una obra escogida previamente. Es cierto que la palabra escuela
evoca inmediatamente sentidos ligados al estudio, al instituto, al espacio
cerrado donde se imparte educación, pero nosotros recuperamos el sentido
inicial de “escuela”, más ligado al ocio al tiempo libre.
Escuela también es sinónimo de ocio, estamos hablando
de la “capacidad del hombre para sustraerse al dominio de la necesidad y de lo
útil y entregarse a actividades libres y desinteresadas…”, como diría Francisco
Arenas. El modelo inicial y el nombre lo tomamos de la escuela que Jorge
Dubatti dirige en Buenos Aires. Lo que está detrás, finalmente, es establecer un
espacio de estudio, análisis y discusión de espectáculos teatrales que están en
“cartelera” o que se presentaron recientemente. El público al que está dirigido
no es la “gente de teatro”, es decir, directores, actores, críticos o
promotores, los que participan de la escuela son personas interesadas del
público en general y que quieren ir un poco más allá de lo que vieron en una
presentación concreta. En definitiva, es un público que quiere, desde su lugar,
formarse críticamente.
Así las cosas la Escuela de espectadores de teatro de La
Paz se inició en marzo de 2012, al impulso de instituciones como el FITAZ, el
Espacio Patiño, a través del CEDOAL, y la Carrera de Literatura de la UMSA. Ya
llevamos tres años de trabajo, viendo teatro, hablando de teatro y escribiendo
de teatro; es obvio, a medida que nos formamos colectivamente, tenemos más
cosas que decir.
El 2015 vimos y discutimos ocho obras: De cómo
moría y resucitaba Lázaro el Lazarillo, Los raros, Tamayo, Los diarios de Adán y
Eva, Gula, Mar,
El zaguán de aluminio y Arriba El
Alto,
comentaré algunas de estas obras como recuento del año, es cierto que frente a
todo lo que se presentó en La Paz es solo una pequeña muestra, injusticia
terrenal.
De cómo moría y
resucitaba lázaro el lazarillo
Con esta obra fuimos muy críticos y nos hicimos varias
preguntas:
La percepción general fue que el intento de hacer
participar al público o interactuar con él resultó agresivo y amedrentador; un
espectador de teatro no siempre acude a la sala con la intención de estar
absolutamente cómodo y pasivo, sin embargo, verse forzado a intervenir o ver
cómo fuerzan al que está al lado fue excesivo, el clima emocional fue tenso
¿Por qué no avisar al principio que en esta obra se pedirá la intervención del
público? ¿Sería una superabundancia de consideración con el público?
Es una obra que se mueve en diferentes géneros y
registros, eso la hace difícil de asimilar y seguir, nos perdemos entre el
monólogo, la interacción con el público y la utilización de un programa de
sonido que reproduce la voz del actor de forma recurrente.
¿Por qué la utilización de ese programa que reproduce
la voz del actor?, el recurso es interesante, pero queda al margen, queda como
algo “accidental” y desprendido. ¿Está en relación a la historia? ¿Tiene que
ver con el énfasis en la voz de los distintos personajes? ¿Es la voluntad de
insertar un elemento de las nuevas tecnologías a como dé lugar?
Tamayo
No es una obra fácil para el
espectador. Quizá la primera intención es ir a enterarse “algo” acerca de
Tamayo, ese incomprendido, ese personaje casi mítico de la literatura y la
política en Bolivia. Finalmente, además de algunos estudiosos, ¿alguien ha
leído a Tamayo? La sensación es que no se puede seguir la historia, eso es muy
riesgoso, puede generar reacciones de asentimiento demasiado intelectualizado,
o puede generar un “desenchufe” total (siempre del lado del público). ¿Cuál es
la propuesta de Percy Jiménez para cerrar su trilogía?
Difícil pregunta. Quizá la
respuesta sea evadirse de lo lingüístico y acudir a las sensaciones, quizá lo
que le queda al público es la sonoridad, como afirma Lucía Mayorga, en un texto
producido durante un taller que dictó Karmen Saavedra: “¿Cómo interpretar el discurso en Tamayo?
Tal vez evadiendo su carácter lingüístico y preponderando la sonoridad
construida.
Tamayo fue una realización escénica incrustada en una paradoja, pues en ella
prevaleció el texto por encima de otros componentes (como la corporalidad)
pero, al mismo tiempo, sustrajo al parlamento su carácter lingüístico y lo
convirtió en pura sonoridad, despojada de significado. Si, en Tamayo, consideramos la sonoridad como
criterio de análisis central entonces la voz de los personajes llegaría a ser
lenguaje sin significado, la voz crearía espacialidad y construiría un ambiente
hostil que desde la música del inicio prefiguraría el final fatal, el
silenciamiento de Tamayo-poeta. En el caso de Adonais no importa que su texto
comunique un sentido o no, porque el sonido del canto es el sentido, Adonais es
la poesía, en este caso la voz se presenta en su pura materialidad”.
Lo que sí encontramos es un choque de tiempos, un
personaje escindido, dividido que se encuentra con él mismo y con otros. Se
imponen las imágenes más que las palabras, aunque todo está lleno de palabras.
Se impone la estética del “espectro” (cara herencia shakespeareana) y todo lo
que ello conlleva.
Arriba El Alto
Llegar a la “casa” del Teatro Trono en la Calle de
las Culturas en Ciudad Satélite es ya una experiencia maravillosa (claro, para
nosotros que vivimos en la hoyada mirándonos los zapatos).
La obra tiene un ritmo impresionante, el escenario
es maravilloso, más a la inglesa que a la italiana o, en otras palabras, el
público está abajo, al medio y los actores arriba (también abajo, pero solo
para cambiar de lado). Los actores se desplazaban en dos niveles y corren por
todo lado. Se trata de “representar” escenas de la vida cotidiana del El Alto:
el minibús, la comidera, el albañil, el soldadito, la fiesta, la borrachera,
etc. Todo dinámico, todo vertiginoso, no hay un segundo para distraerse, para
aburrirse, para bajar la mirada.
Sin duda estamos frente a una propuesta diferente,
unas intenciones diferentes, un teatro que no estamos acostumbrados a ver. Es
más político, social, con intenciones claras y no solamente sugeridas. Hay
mucha gente en escena, ¿cuántos son 20, 30?, algo así. La obra no tiene un hilo
conductor, aunque una historia de amor trata de enlazar algunas de las escenas
(¿sketches?) allí presentadas. Todo conduce hacia la guerra del gas, hay una
apelación al sentimiento a despertar esas sensaciones de enojo por lo que ha
pasado, por las injusticias, por ese momento culminante en el que el soldadito
se tiene que enfrentar a su enamorada.
Discutimos y elogiamos la obra, evocamos un
comentario que escuchamos de un brasilero que vio una obra de Fredy Chipana,
“es una obra honesta”. ¿Qué significa?, quizá se trata de una obra despojada de
toda pretensión “estetizante”; a veces las obras, o los textos, que parten de
una premisa (que generalmente suele ser el cuestionamiento a algún elemento fundamental
del teatro) suelen resultar forzadas, poco honestas.
Gula
Fue, sin duda, el proyecto
más ambicioso del año. Una enorme producción que, bajo la dirección de Eduardo
Calla (Escena 163), logró reunir a muchos actores importantes de nuestro medio: David Mondacca, Percy Jiménez, Bernardo Arancibia, Carlos Ureña, Patricia
García, Paola Oña, etc.
Se trata de una versión de la Visita de la vieja dama, de Friederich Dürrenmatt, un clásico del
teatro universal, una de las razones por las que es un clásico es que los temas
están siempre vigentes: poner en duda la solidaridad humana, la justicia, la ética… en fin, explora los dilemas morales, las contradicciones humanas: ¿qué
haríamos nosotros si fuéramos de Gula?, ¿defender a Elías? ¿Se puede comprar la
justicia? La tesis de la obra es que “todo se puede comprar”.
El pueblo de Gula es muy buen ejemplo
para despertar todos estos problemas, un pueblo industrial venido a menos que
pide la muerte de uno de sus habitantes a cambio de bienestar.
El primer acierto, no seguir la obra
al pie de la letra (por ejemplo el detalle de la llegada en helicóptero y no en
tren) hay un trabajo que reconoce el público boliviano al que se está enfrentando.
Por otro lado está la propuesta estética, no de la época, quizá un kitsch no en
un sentido negativo (arte barato), sino en lo que tiene de cierta inadecuación
de época, colores, formas, vestuario, etc. Combina muy bien con el humor, una
estética que Calla está explorando con mucho éxito. ¿Es eso más digerible?
La dirección de los actores fue
estupenda, ninguno desentona, ninguno deja la sensación de haber podido más,
ese es un mérito que no se ve siempre, dejar que los actores desplieguen todas
sus posibilidades sin que algo les moleste, los inhiba, pero no saliendo del
conjunto.
Comentamos especialmente la actuación
de Mondacca, al que le cuesta dejar de ser Saenz (su gran personaje). Así, en
todos los casos. La escenografía merece un comentario aparte, en esta gran
producción, ambiciosa y bien lograda, el trabajo de Gonzalo Callejas impone la
huella del Teatro de los Andes, pero se acomoda muy bien a la obra. ¿Cuál es
esa huella?, un elemento se va transformando y va cobrando varias funcionalidades
en escena. Habría que comentar muchas cosas, pero una pregunta quedó flotando,
¿si las condiciones económicas estuvieran dadas (no olvidemos que esta
producción fue auspiciada por la embajada de Suiza en Bolivia) el teatro
boliviano mejoraría ostensiblemente?
Mar
Fue la que elegimos como la
mejor obra del año. Destacamos el texto, la dirección, la
escenografía, la relevancia temática, la actuación y el ritmo (elementos de los
que generalmente hablamos en nuestras sesiones), la mayoría coincidió en que esta
propuesta teatral se atreve a reflexionar críticamente sobre Bolivia y los
bolivianos marcados por esa ausencia constitutiva que es el
mar. Pero no se trata solo de lo temático, los elementos propiamente teatrales
están muy bien logrados; solo por poner dos ejemplos, el manejo corporal de los
actores es impecable y la escenografía creativa, espectacular, fiel a la
“poética” del Teatro de los Andes, mencionada más arriba.
La propuesta es fascinante,
evita la queja, la denuncia y la victimización, el “lamento boliviano”[1]. Explora la pérdida, se pregunta por los efectos de una “ausencia”. El mar para los
bolivianos es un vacío constitutivo;
una falta y una añoranza que quedan instaladas en la memoria.
La obra es compleja y
construye varios planos; así, tres hermanos emprenden la búsqueda del mar para
cumplir el último deseo de su madre. En otro plano, varias escenas de la vida
cotidiana de los bolivianos se intercalan, entonces, los personajes empiezan a
bailar morenada. El grupo baila al son de la música, que todo el público
identifica como una expresión de algarabía; los bailarines tienen además de la
máscara unos sombreros que son barcos de papel. De pronto una marcha militar
interrumpe el baile, “recuperemos nuestro mar/recuperemos el litoral” se escucha
y esos cuerpos que bailan empiezan a rigidizarse, a hacer movimientos bizarros
a contorsionarse. Claramente la escena nos remite a la intervención de una
presencia vigilante y desconfiada, es la irrupción de la angustia cívica y el
patriotismo que renacen con fuerza. Es el arte teatral en todo su esplendor.
Cae telón
¿Alcanza para dar un panorama de lo que está pasando
en el teatro boliviano? No creo, sin embargo se puede decir que lo que está
pasando en el teatro boliviano es ambiguo y contradictorio: por un lado grandes
dificultades debidas al poco apoyo estatal y privado; inexistencia de salas que
posibiliten temporadas permanentes; falta de público que asista a las
esporádicas puestas en escena; etc.
Por otro lado, consolidación de festivales como el
FITAZ y el Festival de Teatro de Santa Cruz; formación seria y profesional de
gente ligada al teatro (dramaturgia, dirección, escenografía, actuación, etc.);
la consolidación de la Escuela de Formación de Teatro; varios libros y revistas
que publican textos dramáticos producidos en talleres o como esfuerzo
individual de dramaturgos contemporáneos; promotores culturales que apoyan al
teatro, etc.
Dentro de este panorama destaca algo innegable: un
trabajo sostenido por gente de teatro, gente que siente que tiene algo que
decir, que reacciona frente a una carencia o una insatisfacción de no verse
reflejados en lo que tienen al alcance de la mano.
¿Y el público? Quizá, como dice Ricardo Bajo, lo que
prima es la foto en el Municipal para el suplemento del domingo, quizá la
“Escuela sea un grupo de entusiastas que se ha estancado”. Yo soy más
optimista, el público es indudablemente parte del espectáculo teatral, es uno
de sus elementos constitutivos, hay público al que le interesa pasar solo un
buen momento, reírse un rato y hacer hora para lo que realmente importa el fin
de semana, pero también hay público interesado en ir más allá del “me gusta” o
“no me gusta”, espectadores que quieren buen teatro y se ponen cada vez más
exigentes.
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Fichas técnicas
De cómo
moría y resucitaba Lázaro el lazarillo
Texto:
Arístides Vargas
Creación
y actuación: Daniel Aguirre Camacho
Dirección:
Diego Aramburo
Tamayo
Dramaturgia
y dirección: Percy Jiménez
Actores:
Fredy Chipana, Miguel Angel Estellanos, Mauricio Toledo, Bernardo Rosado
Música:
Jorge Zamora
Arriba El
Alto
Elementos
escenográficos y técnicos: Teatro Trono
Dirección:
colectiva
Autoría:
colecctiva
Gula
Adaptación
de Visita de la vieja dama de Friederich Durrenmat
Dirección:
Eduardo Calla
Actores:
David Mondacca, Patricia García, Chirstian Mercado, Bernardo Arancibia, Carlos
Ureña, Percy Jiménez, Claudia Andrade, Paola Oña, Daniela Lema, Natalia Joffré,
Denisse Arancibia, y la voz de Luis Bredow.
Mar
Creación
colectiva del Teatro de los Andes y Aristides Vargas
Actores:
Lucas Achirico, Gonzalo Callejas, Alice Guimaraes
Música:
Lucas Achirico
Escenografía:
Gonzalo Callejas
[1] Este punto surgió luego
de un comentario que Eloísa Paz Prada hiciera en una sesión de la Escuela de espectadores
de La Paz, cuando analizábamos la obra Mar de Teatro de los Andes.
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