domingo, 13 de diciembre de 2015

Las escenas

El mal, el subsuelo


Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.



Aldo Medinaceli

Se trata de uno de los pasajes más memorables de las novelas que he leído. Pleno de honestidad, profundidad y simpleza. Aunque polémico. Tanto así que su autor -el ruso Fiódor Dostoievski- añadió un pie de página inmediatamente después, que dice: “Tanto el autor de estas memorias, como las memorias mismas son, obviamente, imaginarios”.
Tal vez un velado pudor le llevó a intentar evitar que se lo asocie con el personaje de la novela, es decir a confundir al personaje de ficción con el artífice. Sin embargo para más de un lector esta escena ha quedado como un testimonio de la vida de Dostoievski por aquel tiempo.
Año: 1864. El gran traductor español, Rafael Cansinos Assens, decía acerca de esta época para Dostoievski: “acababa de regresar del extranjero después de liquidar sus últimas ilusiones y de perder sus últimas monedas en la ruleta y en los casinos. Todo se le hace hostil, y vuelve de ese viaje vacío del todo. Y como para añadir sarcasmo al dolor, en vez de un aneurisma, tiene unas corrientes hemorroides”.
El mencionado pasaje memorable -de la novela Memorias del subsuelo- se pude leer desde ángulos muy diferentes. Para los críticos de su tiempo se trataba de una caricatura del héroe romántico, altruista, de las novelas rusas de la primera mitad del siglo XIX, llenas de utopías e idealizaciones políticas.
Para el biógrafo más documentado en la vida del escritor ruso, Joseph Frank (quien escribió cinco voluminosos tomos en una especie de novela documentada y ensayo literario), esta etapa en la vida de Dostoievski, y en especial de Memorias del subsuelo, finalizaba un traumático ciclo con la siguiente conclusión:
“La única esperanza consiste en rechazar todas estas artificiales ideologías occidentales, librescas, ajenas, y volver a la tierra rusa con su espontánea incorporación del ideal cristiano del amor desinteresado”.
Porque al escribir la novela, el autor recién regresaba de un largo viaje por las capitales europeas más desarrolladas. París o Londres le habían hecho cuestionar las profundas diferencias culturales y programáticas entre las Europas oriental  y occidental.
Y tan solo unos años antes, Dostoievski había compartido celdas y calabozos, además de extensas jornadas de trabajos forzados con criminales y asesinos, en una desolada cárcel en medio de la estepa en Siberia.
Pero bueno, entonces, la novela inicia así:

“Soy un hombre enfermo. Soy malo. No tengo nada de simpático. Creo estar enfermo del hígado, aunque después de todo, no entiendo de eso ni sé en realidad dónde tengo el mal. No me cuido, ni nunca me he cuidado, por más que profeso estimación a la Medicina y a los médicos, pues soy sumamente supersticioso, al menos lo suficiente como para tener fe en la Medicina. (Mi Ilustración me permitiría no ser supersticioso, sin embargo lo soy). No caballero, si no me cuido es por pura maldad… Me hago perfecta cuenta de que, al no cuidarme, no perjudico a nadie, ni siquiera a los médicos. Sé mejor que nadie en el mundo que solo a mí mismo me hago daño. No importa, ¿Que mi hígado está enfermo? ¡Pues que reviente!”.

Así se nos presenta el llamado “hombre del subsuelo” en esta primera escena, directa y sin anestesia, en la que la maldad se reconoce sin mayores vueltas. Casi como un estado fisiológico, relacionado al hígado y sus secreciones.
Más adelante, el hombre del subsuelo intentará desarrollar una teoría en la cual 2+2 no siempre resulte en 4. Apelando a los límites de la racionalidad, asegurando que el instinto y el lado salvaje de los seres humanos es irreprimible. Que la humanidad vive en un sistema centrado en la razón, pero que eso jamás impedirá que -en ocasiones- 2+2 pueda resultar 5.
En aquella su utopía instintiva el hombre del subsuelo alcanzará niveles de misoginia y patetismo impensables, alejándose de sus semejantes, encerrándose en una habitación oscura y maloliente que se encuentra -precisamente- en un subsuelo.
Hasta se podría leer un antecedente del protagonista endemoniado de la película Pi de Aronofski.
Este mismo personaje sería la base para los grandes caracteres que después Dostoievski desarrollaría en sus novelas mayores, como Raskólnikov y Svidrigailov en Crimen y castigo, o el mismo Aliosha de Los hermanos Karamázov.
En palabras de Cansinos Assens: “Memorias del subsuelo marca la primera aparición explícita del espíritu demoníaco, subversivo, en la obra de Dostoievski”.
Sin embargo, aquella maldad a momentos será relativizada como una parte inseparable de las almas, como algo universal y presente en la naturaleza humana, entendiendo que lo meramente irracional también puede ser interpretado como maldad, que cualquier otro orden diferente al orden dominante, también puede ser interpretado como maldad, o que una profunda autoexploración hasta el hipotálamo en donde habitan nuestras partes más primitivas -y su reconocimiento-, también puede ser interpretado como maldad.
Assens lo expresa de mejor manera, cuando dice que: “¿son los culpables los otros, o es él mismo el que tiene la culpa, por efecto de una innata torpeza, que malogra su gesto de amor?”.
¡Porque el hombre del subsuelo anhela amar al mundo entero! Sin embargo, cuando tiene una posibilidad real de hacerlo, es decir, no desde la simple teoría, sino desde los hechos, desde las acciones cotidianas, se encara a sí mismo sus falencias. Y se dice:
“No, tú no eres grande ni generoso. Tú no estás lleno de un supuesto amor al prójimo. Toda tu pretensión no pasa de la mera intención (…) Tú no eres más que un ególatra, un vanidoso, un hipócrita. ¿Que los demás no valen más que tú? ¿Que ellos también llevan adentro su propio subsuelo? Estamos conformes. Pero al menos ellos no alardean de corazón. Te llevan la ventaja del silencio y la economía de sus lágrimas”.
Tal vez en esta obra, más que en ninguna otra del novelista ruso, se note tan descarnada y dolorosamente su cúmulo de contradicciones, de conflictos internos, de grandes ambiciones humanas y al mismo tiempo bajezas misóginas. La mezcla de varias pasiones que muchas veces iban en direcciones contrarias…

Con una de las escenas más directas y magistrales de las letras, el escritor demostró que jamás se lo podría encasillar en solamente una corriente, y que su única bandera sería aquella que dice de manera simple y también directa: “humano, demasiado humano”.

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