El mal, el subsuelo
Libros & películas. Una mirada. Una lectura de los pasajes que cambiaron nuestra forma de ver el mundo.
Aldo
Medinaceli
Se
trata de uno de los pasajes más memorables de las novelas que he leído. Pleno
de honestidad, profundidad y simpleza. Aunque polémico. Tanto así que su autor
-el ruso Fiódor Dostoievski- añadió un pie de página inmediatamente después, que
dice: “Tanto el autor de estas memorias, como las memorias mismas son,
obviamente, imaginarios”.
Tal
vez un velado pudor le llevó a intentar evitar que se lo asocie con el personaje
de la novela, es decir a confundir al personaje de ficción con el artífice. Sin
embargo para más de un lector esta escena ha quedado como un testimonio de la
vida de Dostoievski por aquel tiempo.
Año:
1864. El gran traductor español, Rafael Cansinos Assens, decía acerca de esta
época para Dostoievski: “acababa de regresar del extranjero después de liquidar
sus últimas ilusiones y de perder sus últimas monedas en la ruleta y en los
casinos. Todo se le hace hostil, y vuelve de ese viaje vacío del todo. Y como
para añadir sarcasmo al dolor, en vez de un aneurisma, tiene unas corrientes
hemorroides”.
El
mencionado pasaje memorable -de la novela Memorias
del subsuelo- se pude leer desde ángulos muy diferentes. Para los críticos
de su tiempo se trataba de una caricatura del héroe romántico, altruista, de
las novelas rusas de la primera mitad del siglo XIX, llenas de utopías e
idealizaciones políticas.
Para
el biógrafo más documentado en la vida del escritor ruso, Joseph Frank (quien
escribió cinco voluminosos tomos en una especie de novela documentada y ensayo
literario), esta etapa en la vida de Dostoievski, y en especial de Memorias del subsuelo, finalizaba un
traumático ciclo con la siguiente conclusión:
“La
única esperanza consiste en rechazar todas estas artificiales ideologías
occidentales, librescas, ajenas, y volver a la tierra rusa con su espontánea
incorporación del ideal cristiano del amor desinteresado”.
Porque
al escribir la novela, el autor recién regresaba de un largo viaje por las
capitales europeas más desarrolladas. París o Londres le habían hecho
cuestionar las profundas diferencias culturales y programáticas entre las
Europas oriental y occidental.
Y
tan solo unos años antes, Dostoievski había compartido celdas y calabozos,
además de extensas jornadas de trabajos forzados con criminales y asesinos, en
una desolada cárcel en medio de la estepa en Siberia.
Pero
bueno, entonces, la novela inicia así:
“Soy
un hombre enfermo. Soy malo. No tengo nada de simpático. Creo estar enfermo del
hígado, aunque después de todo, no entiendo de eso ni sé en realidad dónde
tengo el mal. No me cuido, ni nunca me he cuidado, por más que profeso
estimación a la Medicina y a los médicos, pues soy sumamente supersticioso, al
menos lo suficiente como para tener fe en la Medicina. (Mi Ilustración me
permitiría no ser supersticioso, sin embargo lo soy). No caballero, si no me
cuido es por pura maldad… Me hago perfecta cuenta de que, al no cuidarme, no
perjudico a nadie, ni siquiera a los médicos. Sé mejor que nadie en el mundo
que solo a mí mismo me hago daño. No importa, ¿Que mi hígado está enfermo?
¡Pues que reviente!”.
Así
se nos presenta el llamado “hombre del subsuelo” en esta primera escena,
directa y sin anestesia, en la que la maldad se reconoce sin mayores vueltas. Casi
como un estado fisiológico, relacionado al hígado y sus secreciones.
Más
adelante, el hombre del subsuelo intentará desarrollar una teoría en la cual
2+2 no siempre resulte en 4. Apelando a los límites de la racionalidad,
asegurando que el instinto y el lado salvaje de los seres humanos es irreprimible.
Que la humanidad vive en un sistema centrado en la razón, pero que eso jamás
impedirá que -en ocasiones- 2+2 pueda resultar 5.
En
aquella su utopía instintiva el hombre del subsuelo alcanzará niveles de
misoginia y patetismo impensables, alejándose de sus semejantes, encerrándose
en una habitación oscura y maloliente que se encuentra -precisamente- en un
subsuelo.
Hasta
se podría leer un antecedente del protagonista endemoniado de la película Pi de Aronofski.
Este
mismo personaje sería la base para los grandes caracteres que después
Dostoievski desarrollaría en sus novelas mayores, como Raskólnikov y
Svidrigailov en Crimen y castigo, o
el mismo Aliosha de Los hermanos
Karamázov.
En
palabras de Cansinos Assens: “Memorias
del subsuelo marca la primera aparición explícita del espíritu demoníaco,
subversivo, en la obra de Dostoievski”.
Sin
embargo, aquella maldad a momentos será relativizada como una parte inseparable
de las almas, como algo universal y presente en la naturaleza humana,
entendiendo que lo meramente irracional también puede ser interpretado como
maldad, que cualquier otro orden diferente al orden dominante, también puede
ser interpretado como maldad, o que una profunda autoexploración hasta el
hipotálamo en donde habitan nuestras partes más primitivas -y su
reconocimiento-, también puede ser interpretado como maldad.
Assens
lo expresa de mejor manera, cuando dice que: “¿son los culpables los otros, o
es él mismo el que tiene la culpa, por efecto de una innata torpeza, que
malogra su gesto de amor?”.
¡Porque
el hombre del subsuelo anhela amar al mundo entero! Sin embargo, cuando tiene
una posibilidad real de hacerlo, es decir, no desde la simple teoría, sino
desde los hechos, desde las acciones cotidianas, se encara a sí mismo sus
falencias. Y se dice:
“No,
tú no eres grande ni generoso. Tú no estás lleno de un supuesto amor al
prójimo. Toda tu pretensión no pasa de la mera intención (…) Tú no eres más que
un ególatra, un vanidoso, un hipócrita. ¿Que los demás no valen más que tú?
¿Que ellos también llevan adentro su propio subsuelo? Estamos conformes. Pero
al menos ellos no alardean de corazón. Te llevan la ventaja del silencio y la
economía de sus lágrimas”.
Tal
vez en esta obra, más que en ninguna otra del novelista ruso, se note tan
descarnada y dolorosamente su cúmulo de contradicciones, de conflictos
internos, de grandes ambiciones humanas y al mismo tiempo bajezas misóginas. La
mezcla de varias pasiones que muchas veces iban en direcciones contrarias…
Con
una de las escenas más directas y magistrales de las letras, el escritor
demostró que jamás se lo podría encasillar en solamente una corriente, y que su
única bandera sería aquella que dice de manera simple y también directa:
“humano, demasiado humano”.
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