¿Qué prefiere usted, amar sin ser
amada o ser amada
sin amar?
La breve pero crucial participación de las mujeres –de la mano de María G. Gutiérrez- en la revista Gesta Bárbara.
Omar Rocha Velasco
La revista Gesta Bárbara se publicó en Potosí entre
1918 y 1926, salieron diez números que marcaron a toda una generación de
jóvenes idealistas. En efecto, en esta revista se cultivó una idea: el arte es
la única opción para hacer frente a un medio “ineficaz”, pacato y conservador.
Estos jóvenes fueron “tocados” por una conferencia que dio Ricardo Jaimes
Freyre en tierras potosinas y asimilaron los impulsos traídos desde Puno por un
tal Juan Cajal, alias de Gamaliel Churata, alias de Arturo Peralta.
Aunque se ha dicho bastante -nunca suficiente- sobre
las dos figuras más representativas de esta revista (Juan Cajal y Carlos
Medinaceli) y los demás jóvenes que fueron parte de esas páginas (José Enrique
Viaña, Wálter Dalence, Armando Alba, Alberto Saavedra Nogales, Armando Palermo,
Celestino López, etc.), la participación femenina fue muy importante -sobre
todo en los primeros números, luego fue decayendo hasta casi desvanecerse-,
destaca el nombre de María G. Gutiérrez, que en el número dos figura como
directora[1].
El primer texto de María G. Gutiérrez aparece en el N°
1 de la revista y se llama “Palabras femeninas”, allí la escritora plantea que
las mujeres tienen miedo a ser felices, que es como si se sintieran a gusto con
el sufrimiento: “Las mujeres nos sentimos en el sufrimiento como en nuestro
elemento. Nada nos extraña sufrir, parecemos creadas para la queja, y el llanto
tiene poesía en nuestros ojos… pero la felicidad nos sorprende y nos asusta”.
Otra de las ideas que aparece en el texto es la
incongruencia que se manifiesta al llamar a la mujer “débil y bella” (sexo
débil). La conclusión es que no hay belleza en la debilidad y esta premisa
conduce a hacer una apelación contundente a las mujeres: “¡Templad vuestro
carácter y sed felices!”. La perspectiva es interesante porque no solo se trata
de la exigencia de formación y educación que se reclamaba en la época, aquí el
problema es el “carácter”. Ningún esfuerzo intelectual da frutos sino está
unido al carácter, esto último es lo que “procura felicidad”.
Aunque las secciones no tienen autoría y son
atribuibles a toda la “redacción”, estoy seguro que detrás de la sección
llamada “nuestra encuesta” estuvo la mano de María G. Gutiérrez. En el número 1
la pregunta es la que le da el título a esta reseña: “¿Qué prefiere usted, amar
sin ser amada o ser amada sin amar?”. Pregunta absolutamente conocedora de los
avatares del amor. Ya desde el banquete de Platón se establece en el discurso
de Fedro los dos lugares posibles de ocupar en una relación amorosa: Erastés
(amante) y Erómenos (amado).
Como aparece más adelante, de acuerdo a lo que pensaba
Gutiérrez, la mujer no se atrevía a ser feliz y tenía que buscar amar y ser
amada. En el número 2 de la revista aparecen varios poemas de esta joven
escritora, este es un fragmento del Poema
de Oro:
−
¿Suspiras? ¡Vano es suspirar! La brisa deshace esta
doliente queja del alma, y ni las flores se inclinan al roce de un suspiro que
se lleva el viento.
−
¿Amas?
−
Sí.
−
¿Eres amada?
−
¡También!
−
Entonces, ríe; dale al viento el metal de tu carcajada y las flores harán
fiesta al oír el rondó argentino de tu risa que es toda alegría, toda amor,
toda vida (…)
La respuesta a “nuestra encuesta” del primer número de
Gesta Bárbara la realiza “Aura”, seudónimo de alguna de las “señoritas de
espíritu rebelde” de la época. Al principio se presenta y dice que no es una
muchacha que “que tiene locura por los libros” que ha leído algunas novelas y
confiesa un “caprichillo”:
“Yo quisiera a que el orden social a que estamos sujetas,
fuera otro de mayor independencia y cultura, y, cuando Uds. menos lo esperaran
[dirigiéndose, obviamente, a los redactores de la revista], y riendo como unos graves hombres alegres, (cuenten con que
yo los conozco) se paseen echando humo como untos tanques (¡Válgame Dios!) irme de brazero con uno de Uds., con el
más loco y farsante, camino… camino del Pariorko, por que él me diga todas las
locuras de que están ávidos mis oídos…”. (sic.)
Finalmente Aura responde: “¡Yo quiero amar aunque no
me amen!”. Esta respuesta quizá no satisfizo a María G. Gutiérrez porque Aura,
además, confiesa que quiere sobrevivir a su amado, está enamorada del Dolor
como Carolina de Coronado (escritora romántica española). Y para rematar Aura confiesa
que ese amor al que se refiere le plantea un conflicto: “Yo quiero un amor puro
espíritu, puro éter… pero, Uds., los hombres son demasiado sensuales[2]
(biológicamente) para dejar florar sus espíritus como un velo de odalisca…”.
Las encuestas siguieron, en el número 3 la pregunta
fue, ¿cuál es, según su concepto, la mujer ideal? Las respuestas fueron
variadas y más breves, aquí algunas de ellas:
En mi concepto la mujer ideal es aquella que no
envejece jamás, como la Venus de Milo o la Gioconda de Vinci. Alfredo Araujo.
Para mí todas las mujeres son… IDEALES. Pedro Vélez.
Como la mayoría de los hombres, soñé con una mujer
ideal; pero como dirá también ella, encontré el reverso de mi sueño. J. Pérez.
La mujer ideal será aquella que en una belleza física
impecable, lleve engastado un espíritu singularmente bondadoso y exento de
vanidad. A. Vera. A.
La participación de María G. Gutiérrez en Gesta
Bárbara se fue diluyendo de a poco, perdió presencia y protagonismo, sin
embargo sus intervenciones en los primeros números muestran lo que se pensaba
de las mujeres en los círculos letrados de las primeras décadas del siglo XX; fue
un espíritu rebelde, sin duda, una escritora que, como dijo Juan Cajal en una
nota dedicada a ella, “ha clarineado sobre la calva ancestral de los
convencionalismos”.
[1] La fotocopia que poseo lleva el siguiente sello: “Biblioteca de Emilio
Medinaceli” y cada número tiene varias anotaciones y correcciones hechas
después de la publicación. Una especie de adenda a mano o fe de errata tardía
que, seguramente, hizo Emilio Medinaceli tratando de enmendar errores que a su
juicio se cometieron. En el número tres de la revista, publicado en diciembre
de 1918, la portada dice, Directora: María G. Gutiérrez, Administrador: Manuel
Sivila. Emilio anota, inmediatamente después del nombre María G. Gutiérrez, “suplente
de Carlos Medinaceli”. Lo dicho, en esta colección se puede ver varios
añadidos, borrones y correcciones de este estilo.
[2] Acá Emilio Medinaceli añade una palabra: “Uds. los hombres son, algunos, demasiado sensuales” (las
negrillas son mías). Le molestó la generalización y apeló a relativizar la
frase.
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