El espejo frente al espejo
Desde la filosofía y la literatura; desde las artes plásticas, sobre todo, y también desde la psicología. La complejidad y ambigüedad de la imagen reflejada/refractada.
Edwin Guzmán Ortiz
Nuestro
comercio civilizatorio con el espejo no parte exclusivamente de la relación
cotidiana con aquel sutil utensilio. Se remonta más bien a un pasado inmemorial
en el que el rostro se veía reflejado en el agua, la superficie de un metal, o en
algún material pulido por la mano, o por la mano del tiempo.
El
espejo es un objeto hecho de vidrio + una base de metal reflectante. De la
función básica de reflejar un determinado objeto, salta a condición de complejo
artefacto capaz de copiar el mundo, de reproducir las formas a su imagen y
semejanza. Este poder facsimilar, lo proyectó a la categoría de símbolo, un órgano
de autocontemplación con capacidad de reflejar el universo.
A
veces, con funciones fatales como en el mito de Narciso que, enamorado de sí
mismo, a partir de la propia contemplación en las aguas de un estanque, consuma
su muerte prematura -la autocontemplación narcisista puede culminar en la
autofagia. O con facultades supremas, como en la filosofía sufí, donde Dios es el espejo en el que tú te ves a ti mismo, así
como tú eres Su espejo en el que Él contempla Sus nombres.
Aunque la física ha
desplegado una mitología propia acerca de la reflexión de la luz, implicando sus rayos en un juego de
incidencias lumínicas a partir de ángulos copulativos, su verdadero interés
creativo estriba en la contrastación reflexiva que ocurre en el juego de varios
espejos, como en el caso de las imágenes caleidoscópicas, o la mecánica
incidencial que trabaja distancias y ángulos en el vientre del telescopio. Es
más, asombra la convergencia entre la física contemporánea con los hallazgos
silenciosos del arte.
Tradicionalmente
los espejos han sido reconocidos como símbolos del alma, de la sombra y del
espíritu. Frazer señalaba: “así como muchos pueblos creen que el alma humana
radica en la sombra, así otros (o los mismos), creen que reside en la imagen
reflejada en el agua o un espejo”. Otto Rank por su parte, los relaciona con el
doble, pues también actúan como metáfora de desdoblamiento de la personalidad.
El
psicoanalista francés Jaques Lacan, ha caracterizado una parte importante de la
formación del yo, en el infante, a partir de lo que ha denominado el “estadio
del espejo”. Éste está plagado, ni más ni menos de todo ese bestiario que
desencadena la autopercepción corporal, la constitución de un imaginario
referenciado, la danza libidinal, el desfase entre lo real y lo virtual, su
orden ficcional y el popurrí de mediaciones simbólicas que brota entre un yo
bisoño y un alter que se cree perenne.
Mas
-¡cuándo no!- el arte ha explotado un volumen inimaginable de posibilidades
desde esa capacidad enorme que sugiere
el espejo para explotar la naturaleza humana, la identidad, la cultura, la
naturaleza y el propio universo. En esa perspectiva no resisto la tentación de
acercarme a ciertas obras que, espejo por medio, me han motivado el genitivo
entusiasmo y la consecuente perplejidad por su generosa prédica.
Alicia a través del espejo, de Lewis Carroll, es una novela infantil, sucedánea de Alicia en el País de las Maravillas. En
ella, Alicia accede a un mundo
fantástico cruzando un espejo, no sin la inquietud de imaginar qué pasaría a través de él. Así, Alicia y los lectores nos vemos
transportados a
una extraña dimensión en que todo ha sido subvertido y la realidad invertida.
Categorías como el tiempo, la lógica y la relación causa efecto no tienen
cabida en esta realidad que propone el matemático de Oxford. Se trata de una obra que trabaja un contrarreflejo
en el sentido lógico, el espejo transfigura el mundo de lo predecible.
Tres pinturas -para mi gusto-
coronan la feliz iniciativa de introducir el espejo en sentido filosófico. El matrimonio Arnolfini, de van Eyck; Las meninas, de Velásquez y el Hombre mirándose la nuca, de René
Magritte.
En los Arnofinni, al fondo,
detrás de la pareja, se percibe un espejo redondo de escasas dimensiones que,
de alguna manera, captura un espacio escondido del cuadro. Su ubicación es
central. Más de un experto ha visto en ese espejo el centro de gravedad de todo el cuadro. Su posición
y contenido captura nuestra atención: una suerte de “círculo mágico” ubicado
con increíble precisión para magnetizar la mirada y revelarnos un enigma del
cuadro. Ni más ni menos, una llave.
Velásquez en Las meninas -su obra
más famosa- plasma en un espejo al fondo del
cuadro, una pareja, dos retratos unidos de Felipe IV y su segunda mujer
doña Mariana de Austria. Ambas figuras se superponen unidas allende el lienzo,
pero reflejadas en el espejo que está colgado en la pared al fondo del cuarto
que sirve de estudio al artista.
En general, se ha considerado que la aparición de los reyes en el espejo de
la pared del fondo sería una de las claves, quizá la más importante, que
permitiría interpretar el significado de este cuadro. ¿Velásquez pinta a los
reyes que supuestamente posan fuera del cuadro?, o ellos aparecen en el espejo como simple presencia no protagónica?...
las exégesis se continúan multiplicando como la imagen incesante de los espejos.
Magritte, en su pintura Prohibida su
reproducción, muestra un hombre de espaldas frente a un espejo, que en vez
de reflejar su rostro, reproduce su posición de espaldas, efecto que despierta
una sorpresa insólita. Aparentemente simple, pero terriblemente cuestionadora a
la hora de pensar que la mecánica reflejante del espejo convencional ha sido
transgredida. Ese no-reflejo es una subversión del sistema de correspondencia
establecido, y la obra nos invita a repensar otras posibilidades de reflejar el
mundo, donde el reflejo se resiste a la trampa cartesiana, para ensayar un
salto a lo insólito.
No sería justo dejar fuera del orden visual los dibujos de M.C. Escher. Probablemente,
el más conocido sea La esfera reflejante,
que copia el rostro del dibujante holandés, con la distorsión de la forma
original no, precisamente, una anamorfosis. Pero en la obra que despliega su
gran capacidad creativa es en Espejo mágico,
en la que un plano cortado oblicuamente por un espejo vertical es travesado por
pequeños felinos alados que al hacerlo se desdibujan para volver a redibujarse
en tridimensional metamorfosis. En el antes, a través y después del espejo, los
pequeños monstruos se imbrican en teselado, mientras una expectante esfera da
la pauta para el complejo haz de reflejos especulares, desde su monda
fijeza.
El espejo, filme del cineasta ruso Andrei
Tarkowski recupera desde la memoria esa biografía íntima de sucesos personales
e históricos de la URSS en tiempos de revolución. El espejo refleja el interior del ser humano y los hechos dramáticos en la vida de
los principales personajes: Aleksiey, María, Natalia e Ignat. Es, a su vez, una
metáfora fundamental de esa visión que recupera la función psicoanalítica de
los estados de la conciencia humanos, en los que se refleja y busca comprender
los hechos que emergen y que se van desmenuzando en la memoria. La película,
cual inmenso espejo, que tiene el poder
de revelar el mundo interior de Tarkovski y sus personajes, desde un
tiempo plagado de nostalgias, extravío, incertidumbre y destellos de fe.
De este modo
el arte devendría en otro espejo que, además de reflejar el mundo, no cesa de
sugerir otras maneras de construir la realidad. El poema de Borges lo concibe
así: “A
veces en la tarde una cara / nos mira desde el fondo de un espejo; / el arte
debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara.
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