lunes, 21 de diciembre de 2015

Ensayo

Mantecosas y lustrosas: algunos gordos
y algunas gordas en la literatura


De Sancho Panza a Ignatius Reilly. La poética de la gordura desde personajes, a cuál más entrañable, de la literatura universal.




Virginia Ayllón


…mantecosa, con las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las
falanges -como rosarios de salchichas gordas y enanas-, con una piel suave
y lustrosa, con un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura,
que muchos la deseaban porque les parecía su carne apetitosa
                                      Bola de sebo



La gordura nos produce ternura o rechazo, nos posiciona siempre en el extremo: o los queremos o los rechazamos.
Claro que la gordura es hecho serio y no tan solo médico sino también hecho del lenguaje. Ambigua como las más, esta palabra suele remitirnos a confusos significados. Así, un “libro gordo” puede referirse a un hermoso diccionario o a un pesado conjunto de páginas que no dicen nada. Lo mismo, los “peces gordos” pueden ser buenísimos como malísimos. Historiadores como el francés Georges Vigarello la ha estudiado y precisamente el seguimiento a la palabra le ha permitido bucear en los significados sociales de la gordura.
La dudosa significación de la palabra se ha trasladado, por supuesto, a la literatura y nos es entrañable la nobleza de Bola de sebo de Maupassant como pueden ser intranquilizadores el nihilismo y la terquedad de Ignatius Reilly de John Kennedy Toole.
Celebramos la gordura de Gargantúa (Rabelais) que nos recuerda el placer del vino de Baco, al que casi iguala Obelix (Goscinny y Uderzo) quien decía de sí mismo que estaba “exactamente un poco rellenito”. Igualamos en estos personajes la embriaguez y el abandono con la libertad, pero no nos produce lo mismo la ruda sabiduría no libresca del siempre bien amado gordo Sancho Panza (Cervantes).
La gula, pecado capital, ha sido puesta en el lado de la pasión y, por ese efecto, el gordo es quien no controla sus instintos; en cambio la delgadez se ubica del lado de la racionalidad. De ahí que es interesante que detectives gordos o casi gordos como Poirot de Agatha Christie o Jules Maigret de Georges Simenon se encuentren en las mismas arenas que el delgadísimo Sherlock Holmes de Conan Doyle.
Entonces no se puede hablar de la gordura sin referirse a la delgadez, historia marcada en los cuerpos femeninos y es sabido que la literatura ha puesto lo suyo en la norma moderna del cuerpo femenino delgado. No es este espacio para analizar la delgadez femenina. Nada más diré que El peso de la tentación de la argentina Ana María Shua es una interesante novela sobre la búsqueda del ideal moderno de la apariencia perfecta, puesta en espacios cerrados, clausurados.
Volvamos a la gordura, esta vez desde la pintura ya que las gordas de Rubens como las de Botero dicen del extremo de la sensualidad como la forma de la vitalidad. Claro que las  pinturas de Botero sobre la prisión iraquí de Abu Ghraib también registran la tortura en cuerpos obesos.
En la danza está el gran Lawrence Goldhuber, bailarín de la compañía de danza de Bill T. Jones y Arnie Zane de Nueva York. Como bien dice una periodista del Chicago Reader, al ver por primera vez a Goldhuber en escenario uno no sabe si éste lanzará una sarta de chistes o bailará porque estamos ante un sujeto alto, muy gordo y calvo, es decir ante un cuerpo comúnmente apegado al show cómico más que a la danza. Pero basta verlo iniciar su trabajo para engancharse con ese tremendo bailarín y desear que nunca, nunca, nunca  deje de bailar.
Bailar, beber, reír, abandonarse... he ahí el legado de los gordos para la humanidad. ¡Benditos sean pues  los gordos… y las gordas!



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