Mantecosas y lustrosas: algunos gordos
y
algunas gordas en la literatura
De Sancho Panza a Ignatius Reilly. La poética de la gordura desde personajes, a cuál más entrañable, de la literatura universal.
Virginia
Ayllón
…mantecosa, con
las manos abotagadas y los dedos estrangulados en las
falanges -como
rosarios de salchichas gordas y enanas-, con una piel suave
y lustrosa, con
un pecho enorme, rebosante, de tal modo complacía su frescura,
que muchos la
deseaban porque les parecía su carne apetitosa
Bola
de sebo
La
gordura nos produce ternura o rechazo, nos posiciona siempre en el extremo: o los
queremos o los rechazamos.
Claro
que la gordura es hecho serio y no tan solo médico sino también hecho del
lenguaje. Ambigua como las más, esta palabra suele remitirnos a confusos
significados. Así, un “libro gordo” puede referirse a un hermoso diccionario o
a un pesado conjunto de páginas que no dicen nada. Lo mismo, los “peces gordos”
pueden ser buenísimos como malísimos. Historiadores como el francés Georges
Vigarello la ha estudiado y precisamente el seguimiento a la palabra le ha
permitido bucear en los significados sociales de la gordura.
La
dudosa significación de la palabra se ha trasladado, por supuesto, a la
literatura y nos es entrañable la nobleza de Bola de sebo de Maupassant como pueden ser intranquilizadores el
nihilismo y la terquedad de Ignatius Reilly de John Kennedy Toole.
Celebramos
la gordura de Gargantúa (Rabelais) que nos recuerda el placer del vino de Baco,
al que casi iguala Obelix (Goscinny y Uderzo) quien decía de sí mismo que
estaba “exactamente un poco rellenito”. Igualamos en estos personajes la
embriaguez y el abandono con la libertad, pero no nos produce lo mismo la ruda
sabiduría no libresca del siempre bien amado gordo Sancho Panza (Cervantes).
La
gula, pecado capital, ha sido puesta en el lado de la pasión y, por ese efecto,
el gordo es quien no controla sus instintos; en cambio la delgadez se ubica del
lado de la racionalidad. De ahí que es interesante que detectives gordos o casi
gordos como Poirot de Agatha Christie o Jules Maigret de Georges Simenon se
encuentren en las mismas arenas que el delgadísimo Sherlock Holmes de Conan
Doyle.
Entonces
no se puede hablar de la gordura sin referirse a la delgadez, historia marcada
en los cuerpos femeninos y es sabido que la literatura ha puesto lo suyo en la
norma moderna del cuerpo femenino delgado. No es este espacio para analizar la
delgadez femenina. Nada más diré que El
peso de la tentación de la argentina Ana María Shua es una interesante
novela sobre la búsqueda del ideal moderno de la apariencia perfecta, puesta en
espacios cerrados, clausurados.
Volvamos
a la gordura, esta vez desde la pintura ya que las gordas de Rubens como las de
Botero dicen del extremo de la sensualidad como la forma de la vitalidad. Claro
que las pinturas de Botero sobre la
prisión iraquí de Abu Ghraib también registran la tortura en cuerpos obesos.
En
la danza está el gran Lawrence Goldhuber, bailarín de la compañía de danza de
Bill T. Jones y Arnie Zane de Nueva York. Como bien dice una periodista del
Chicago Reader, al ver por primera vez a Goldhuber en escenario uno no sabe si
éste lanzará una sarta de chistes o bailará porque estamos ante un sujeto alto,
muy gordo y calvo, es decir ante un cuerpo comúnmente apegado al show cómico más
que a la danza. Pero basta verlo iniciar su trabajo para engancharse con ese
tremendo bailarín y desear que nunca, nunca, nunca deje de bailar.
Bailar,
beber, reír, abandonarse... he ahí el legado de los gordos para la humanidad.
¡Benditos sean pues los gordos… y las
gordas!
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