martes, 22 de agosto de 2017

Antología de cuentos de Oruro

Descubriendo y redescubriendo

Prólogo de Memoria y mañana, la antología de cuentos de Oruro publicada y presentada por la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia en la pasada FIL La Paz.



Martín Zelaya Sánchez


Este libro es, a la vez, un redescubrimiento y un descubrimiento. De la inmensa altiplanicie de cultivos y socavones, al Oruro urbano, distópico de un futuro probable. De lo rural-costumbrista, a lo urbano-individualista y disperso. De la pampa al cemento. De la memoria al mañana.
No sé si se puede decir que la cuentística orureña es incipiente. No es prolija ni alcanzó cimas como la poética, claro está, pero tampoco brilló por su ausencia en diferentes etapas históricas y literarias. Prueba de ello es que en esta compilación están representados casi a cabalidad los diferentes niveles y categorías inherentes a la literatura boliviana, léase tendencias y preferencias estilísticas y temáticas; está, además, el hecho de que la cronología de las fechas de nacimiento de los autores –que da orden y estructura a este libro- abarca prácticamente todas las décadas del siglo pasado y la última del siglo XIX
Veamos en detalle estos y otros tópicos, a modo de justificar la selección de estas 17 piezas de 17 narradores, cuentistas que nacieron en Oruro o, en algunos casos, vivieron y produjeron gran parte o la totalidad de su obra en esta ciudad.

De los autores
¿Quiénes escribieron y escriben prosa en Oruro? En este punto toca decir que la invitación de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia para preparar esta compilación dio pie -investigación mediante: leer y releer decenas de libros, antologías, compilaciones; indagar en anaqueles y estantes de bibliotecas públicas y privadas, y, en algún caso, en trabajos mediados por procesadores digitales de texto, a falta de las fuentes originales de algunos relatos publicados en ya desaparecidas revistas artesanales, impresas y online- a varios descubrimientos y redescubrimientos.
Redescubrimos a consolidados narradores cuya obra, con el paso de los años, se fue perdiendo de vista: Antonio José de Sainz y Rafael Ulises Peláez, por citar dos ejemplos; y “descubrimos” a dos noveles autores cuya aún breve obra augura buenos tiempos: Lourdes Reynaga y Sergio Gareca (este último, reconocido ya como poeta).
En el medio, se encuentran escritores de trayectoria como Carlos Condarco Santillán y Cé Mendizábal, y otros multipremiados y de generación intermedia, tal el caso de Benjamín Chávez y Vadik Barrón.

Del estilo (y su “lugar” en la literatura nacional)
En El toro de Carlos Condarco Santillán y El cuadro, de Cé Mendizábal, se reconoce a dos maestros del estilo: tradicional, con una pluma que recoge lo mejor del romanticismo y el modernismo, uno; prolijo, fluido, destacado cultor de la prosa contemporánea, diríamos, el otro.
A partir de ello, cabe señalar que los cuatro o cinco primeros antologados cultivan lo que se vino a llamar lenguaje clásico “cultivado” o “académico” de la primera mitad del siglo pasado; mientras que por la mitad (Calizaya, Mendizábal) ya se empieza a notar la evolución estilística tendiente a una liberación de dogmas formales, lo que da como resultado naturalidad y verosimilitud de diálogos y descripciones.
Ya hacia el final, los autores nacidos en los 70 y 80 destacan por el humor y la simpleza –que no desprolijidad- de su prosa cada vez más mundana.

De los temas y escenarios
Ya hablamos del cómo, hablemos del qué. Un indígena de apariencia frágil y andrajosa, pero socarrón a toda prueba, que porfía hasta el final por ahorrarse unos centavos (Regateo); un despechado y resignado enamorado que escribe una conmovedora carta para exorcizar su amor no correspondido (Para Blanca Coaquira. Donde quiera esté su reino), y una niña artista destinada a vagabundear con su padre en un Oruro del futuro y casi apocalíptico (La casa Pettenkofer).
Bien pueden estos tres ejemplos marcar tres vertientes o sendas. Siguiendo lo cronológico, una vez más, valga reparar en que el costumbrismo: motivos rurales, mineros y de la Guerra del Chaco u otras lides, marca la primera parte. Poco a poco, gana la dispersión, los temas íntimos o de estricto dominio del narrador y/o protagonista, que generalmente se desenvuelve en la urbe; todo esto, tal cual como discurrió la historia literaria boliviana general.

De la procedencia
En cuanto al origen de los autores, la gran mayoría, claro está, son orureños de nacimiento, aunque más de uno emigró muy joven y desarrolló su obra en otras regiones (Mendizábal, Vargas); hay un par de casos de autores que, habiendo nacido en otras regiones, pasaron gran parte de sus días en Oruro (Sainz, Urquieta) y dos (Chávez, Vadik Barrón), que coincidentemente reconocen no ser de Oruro “por error”, pues llegaron a ésta a pocos meses de nacidos, se formaron y vivieron en esa ciudad y se identifican públicamente como orureños.
En cuanto a la procedencia de estos relatos (ver anexo al final) hay, lógicamente, cuentos publicados en libros de los autores, otros tomados de antologías premiadas, un par de compilaciones o anuarios y uno solo inédito aún, pero pronto a publicarse, y que fue incluido en razón a méritos estéticos, claro, pero además porque cierra -temática y estilísticamente- el círculo abierto por Sainz y su parábola El diamante. Nos referimos a La casa Pettenkoffer de Sergio Gareca.
Si en El diamante prima la impronta antigua de escribir con lenguaje exquisito y subordinar la trama a un mensaje o aporte moral (algo clásico hasta inicios de 1900), en la pieza de Gareca se abre un espacio aún pendiente de exploración: la literatura fantástica, premonitoria y en la que, sin menospreciar lo estético, se enfatiza en la propuesta como conjunto: historia, provocación, posicionamiento.

La arbitrariedad es inherente a cualquier antología, lo saben todos. Esperemos, dicho esto, que de esta propuesta pueda, sino descubrirse algo, al menos redescubrirse, rescatarse. 

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