sábado, 26 de agosto de 2017

Lo nuevo de Saúl Montaño

Saúl Montaño, autorreferencial

Una lectura de Autorretrato (Nuevo Milenio, 2017), la reciente “no ficción” del escritor camireño.



Martín Zelaya Sánchez

¿Honestidad brutal? ¿Ego… exhibicionismo? No importa, está muy bien escrito y es de esos pocos textos breves que, como dice el lugar común, se pueden leer de un tirón. Ahora bien, si queda claro lo que se devela al final: que este no es un todo, apenas una parte de algo mayor, habrá que ver si ese algo mayor -novela, crónica autobiográfica, texto híbrido…- mantiene el mismo gancho.
“Me parece extraño que me feliciten por alguna publicación literaria que realizo. Me planteo escribir historias que retraten las contradicciones del ser humano, sin embargo, siempre concluyo historias donde lo que prima es alcanzar un efecto poético, tal vez por eso hasta ahora considero que he fallado como narrador”.
En este párrafo de la página 27 de Autorretrato (Nuevo Milenio, 2017), Saúl Montaño se explica y se contradice. ¿O no? ¿Vale el “efecto poético” en una “no ficción (así subtitula el libro), al menos en apariencia, autobiográfica? ¿Por qué no?
De todas maneras, no porque te adviertan de entrada que no es ficción hay que tomarlo como tal; pero claro, no por eso -también- hay que dejar de tomarlo como tal.
Este pequeño libro de 54 páginas que la editorial cochabambina puso a la venta para la Feria Internacional del Libro de La Paz es, como bien lo dice Maximiliano Barrientos en la contratapa, “un potente artefacto narrativo”, pero -lo enfatizo- deja abierta la interrogante en torno al proyecto mayor.
Ya Montaño dio muestras de que es capaz de alcanzar momentos muy bien logrados de prosa fluida, en muchos de los relatos de Desvelos (La Perra Gráfica, 2016), libro en el que, sin embargo, quedó en entredicho algo que ahora está fuera de discusión: la verosimilitud. Verdad, mentira… ambas, ninguna, una más que la otra… no importa, el lenguaje lo hace todo creíble y genuino. Y esto es lo que sí importa.
Autorretrato es una suma de retazos autodescriptivos sin más aparente orden o sentido que el que dicta el momento en el que el autor se sienta a escribir. Así, las confesiones de hazañas e inseguridades sexuales se juntan con listas de autores, películas, series y libros favoritos; las técnicas exitosas y fracasadas de conquista, alternan con tomas de postura como “no soy de izquierda”, o debilidades, como emocionarse hasta las lágrimas en una ceremonia religiosa.
Casi al azar, un párrafo (párrafo es un decir, no hay puntos aparte en todo el libro) que resume la heterogeneidad total:

“Detesto los zapatos Crocs. Este libro está pensado y escrito para lectores desconocidos, pero también para algunos amigos. He defecado en vía pública. Mi madre me dio de tomar cal en vez de leche en polvo cuando yo era un bebé; no lo hizo a propósito. Una prima dice que vio sangrar los pies de una estatua de la Virgen María. De niño fui testarudo con las cosas que no podía realizar, cuando las conseguía rompía en llanto. Pocas veces tengo lapsus etílicos, usualmente recuerdo todo…”. Pág. 38.

Entre lo variopinto, original y recurrente a la vez, este ejercicio literario es no solo válido, sino ejemplificador -considero- de cómo para hallar la voz literaria (allende su calidad) solo hacen falta dos cosas, las más obvias, pero para tantos, al parecer, las menos practicadas: leer, leer, leer, leer, leer… y solo después, y entre lectura y lectura, corregir y desechar la mayoría de lo que se escribe.


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