Cartas inéditas y memorias: Julio Cortázar de puño y letra
Nota originalmente publicada en Fondo Negro en 2009, recuperada exclusivamente para la edición digital de LetraSiete
Martín Zelaya Sánchez
Como siempre, lo más terrible es la lucha contra el olvido -le
dice Julio Cortázar a su amigo, el poeta cubano José Lezama Lima, en una carta
fechada el 2 de enero de 1974-; la gente se cansa hasta de las peores tragedias
y pasa a otros temas”. El gran Cronopio se refiere al entonces reciente golpe
de Estado de Augusto Pinochet en Chile.
“Mi querida Rosario.
Me diste una gran alegría con tu carta tan tuya. Sé muy bien que estoy en deuda
contigo, una gran deuda imperdonable; pero si te hago una mera síntesis de lo
que ha sido mi vida en estos meses, comprenderás mi silencio…”.
El 3 de agosto de ese mismo año, el autor de Historia de cronopios y de famas le
escribió estas líneas a Rosario Santos, una agente y gestora cultural boliviana
a quien había conocido meses antes en Nueva York, Estados Unidos.
“Fui a recibirlo al aeropuerto, -cuenta ella- porque no
hablaba inglés muy fluidamente. Congeniamos muy bien y lo primero que me dijo
era que quería conocer la bohemia de la Gran Manzana. Esa misma noche nos
fuimos a un par de cafés a oír jazz”.
El jueves 12 de febrero se cumplieron 25 años de la muerte
del genial escritor argentino 1. Decenas de homenajes de todo tipo se
organizaron en el mundo; los más, en el Buenos Aires que tanto amó y en la
vieja París que le catapultó al mundo.
Desde la sala de su casa en Sopocachi, inundada de obras de
arte de grandes artistas sudamericanos como Mario Toral (Chile), Omar Rayo
(Colombia), Antonio Amaral (Brasil) y la paceña María Luisa Pacheco, la amiga
boliviana de Julio Cortázar nos obsequia los recuerdos de una intensa amistad,
ergo: veladas de tertulia y jazz, intercambio de lecturas, arte y
emprendimientos culturales y sociales.
Diez años de frecuente carteo entre Nueva York, París y
decenas de destinos del cosmopolita autor; la imagen de un paseo por las
márgenes del Sena; extractos de cartas dirigidas a su “querida bolivianita”, a
máquina y en puño y letra; y -otra joya- un poema inédito (o casi) que el poeta
chileno Gonzalo Rojas -Premio Cervantes 2003- dedicó a Cortázar a poco de su
fallecimiento y envió a Rosario, en ese entonces (febrero de 1984) editora de
la revista estadounidense Review,
dedicada a la literatura y artes latinoamericanas.
Ese enorme niño
eterno
Además de haber concebido algunos de los cuentos más
perfectos de la historia de la literatura en español, de haber revolucionado el
estilo convencional de hacer novela con Rayuela
(1963), y de ser punta de lanza del boom de las letras latinoamericanas junto
con Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, Julio era un frenético lector
y escritor de epístolas.
No en vano sus Cartas
1969-1983, recopiladas por Alfaguara, ocupan tres gruesos tomos, 1.838
páginas, casi un millar de misivas a familiares, amigos, escritores, editores,
periodistas y lectores.
No incluye esta publicación la correspondencia con Rosario,
inédita, casi secreta; guardada en el baúl y la memoria hasta que un cuarto de
siglo de ausencia le parecieron suficientes. Y demasiado.
“Acabo de volver de
Viena —continúa contando Julio a su amiga— donde pasé un mes trabajando, y esta tarde salgo para Venecia donde la
Bienal organiza una serie de actos de solidaridad con Chile”.
Santos es la autora de The
Fat Man From La Paz (1996), una de las más divulgadas antologías en inglés
de relatos de autores bolivianos. Entre 1970 y 1985 trabajó en el Center of
Interamerican Relations -hoy American Society- en el que promovió, difundió y
organizó diferentes expresiones artísticas destinadas a dar a conocer a
creadores latinoamericanos en Estados Unidos.
“El 74 yo estaba de asistente del Departamento de
Literatura, y cuando tocó organizar una reunión del PEN, en pleno contexto de
dictaduras e intelectuales exiliados, decidimos enfocar el encuentro a que
escritores norteamericanos conocieran a los de América Latina”.
Luego de recibir a Julio, se fueron de paseo. “Me acuerdo
que tardó tanto en salir que pensé que había perdido el vuelo. Lo que pasó fue
que lo detuvieron en inmigración y le hicieron un duro cuestionario porque su
nombre ya figuraba como activista contra las dictaduras”.
A la par que a Julio le fascinaba la enorme Nueva York y su
inabarcable vida cultural, Rosario -como todos quienes lo trataron- no dejó de
percibir, deslumbrada, ese extraño halo que se le atribuye a Cortázar. “Sí,
como todos dicen, parecía un niño, pese a ser tan alto. Un niño por su mirada
inocente, su carisma y mística; un niño con una cultura y sabiduría
impresionantes…”.
Idas y vueltas
Después de varias décadas de vivir y trabajar, siempre en
arte y literatura, Rosario volvió a su La Paz natal y sólo ahora, a tono con la
efeméride, decide compartir este pequeño gran tesoro: las memorias de una
amistad con uno de los mayores exponentes de la literatura universal del siglo
XX.
“Dentro de diez días
salgo para Caracas. Tremendo viaje para asistir a otro congreso, esta vez de
periodistas de izquierda en defensa de Chile. Ya te darás cuenta del descalabro
que este tipo de vida provoca en mi correspondencia personal”.
En 1975, la Feria del Libro de Fráncfort, Alemania -aún hoy
la más grande del mundo-, estuvo dedicada a América Latina y fue la
consolidación europea de los libros y autores del boom, y abrió además camino
otros escritores posteriores.
“Ahí nos encontramos por segunda vez, y pudimos charlar con
más calma. Recuerdo además haber compartido mucho con Manuel Puig, una persona
maravillosa, y otros escritores y editores, como la española Carmen Balcells -famosa
representante de grandes autores-”.
“En mi próxima carta
espero darte detalles concretos sobre nuestra reunión. Por el momento sólo sé
que será en marzo del próximo año en Nueva York. Me alienta mucho lo que me
dices sobre el deseo de colaborar y participar que tiene mucha gente en los
Estados Unidos…”.
Viajero infatigable, Julio no pasó jamás por Bolivia.
“‘Algún día voy a llegar a tu país, ya vas a ver’, me repetía cada vez que nos
encontrábamos”.
“Mándame unas líneas,
yo vuelo a París a fines de octubre y esperaré allí tus noticias. Entonces sé
que podré escribirte una larga carta”.
París, México, y Nueva York varias veces más. Años de
encuentros y correspondencia. “La última vez que lo vi fue en diciembre del 83,
a dos meses de su muerte. Llegó a Estados Unidos para un congreso de derechos
humanos y, como siempre, me llamó apenas aterrizó. Fuimos a desayunar y al
verlo me impactó su rostro muy agotado, demacrado y triste; pensé que era
porque pocos meses antes había muerto Carol (Dunlop, su segunda esposa)”. Era
eso y más.
Julio no dejaba de repetir, aquellos días, que había hecho
un gran esfuerzo para viajar. Su dolor y angustia eran grandes, pero no tanto
como su conciencia y responsabilidad social. Entonces andaba pregonando y
defendiendo la revolución sandinista en Nicaragua.
“Hizo su ponencia en casa, en mi máquina de escribir. Al
despedirse me dijo que pasando el Año Nuevo iba a hacerse unos chequeos
médicos. Luego supe que al llegar a París se internó en una clínica y no salió
nunca más”.
Ya internado en París, el 28 de diciembre, el innovador
novelista, original inventor de híbridos textos de prosa poética -a caballo
entre ensayo, parodia, poesía y crónica-; activista social riguroso, amante y
erudito del jazz y el blues, e insuperable cuentista, le escribía a su amigo Jean
L. Andrew. “Sigo enfermo y no puedo escribirte largo. Te agradezco tus páginas
sobre lo que viste en Argentina. Pienso volver en marzo y quedarme dos meses
para ir un poco al interior. Me reciben con mucho amor y no se enojan por lo
que dije en las entrevistas. Se creen ya ‘en democracia…’”.
Nunca más volvió.
* 1 Esta nota fue publicada
el 15 de febrero de 2009.
--
Adiós a Julio
Cortázar
Gonzalo Rojas
Ha el corazón tramado un hilo duro contra lo arbitrario del
aire, ha hilado la Espera que ya está ahí, a un metro, ha del rey pacientemente
urdido la túnica, la desaparición.
Lo ha en su latido palpitado todo: el catre último, atlas
las bellísimas nubes, éste pero no otro amanecer. Lo aullado aullado está.
Nubes, interminablemente nubes.
Es que no se entiende. Es que este juego no se entiende. Ha
el Perseguidor después de todo echádose largo en lo más óseo de su instrumento
a nadar Montparnasse abajo, a tocar otra música.
Ha fumado su humo, solo contra las estrellas, ha reído.
21-II- 84
Querida Rosario
Un fuerte abrazo
Gonzalo Rojas
* Escribió esto último
el reconocido vate chileno con plumafuente negro, al pie del mecanuscrito de
este poema que dedicó al Cronopio.
“Había conocido a Gonzalo muchos años antes en Nueva York
—comenta Rosario— y a poco de la muerte de Julio me llamó y me dijo que acababa
de escribir este poema. Lo publicamos en el Review que salió poco después y,
que yo sepa, no apareció nunca más en otro libro”.
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Un paseo por el Sena
(Carta de Cortázar a Rosario Santos)
Nairobi, 27 de octubre de 1976
Querida bolivianita,
Te escribo desde Nairobi, en el piso 18 del Conference
Center donde se lleva a cabo la reunión de la UNESCO. Desde mi ventana se ve un
inmenso panorama. El centro de la ciudad a mis pies. Es grande y animada; llena
de flores y de mujeres que parecen antílopes y gacelas, y más allá las
interminables planicies que imagino llenas de leones y de elefantes…
¿Y ves que tu carta llegó a Nairobi? Eso sí, después de
extraños itinerarios que dejaron sus huellas en el sobre. El más impresionante
dice Kenya Police/Security Checked. Espero que al inspector que abrió el sobre
le haya gustado la preciosa foto a orillas del Sena, y haya podido admirar lo
bien que se te ve tan chiquita a mi lado, y con el fondo del Sena y del Louvre
en la otra orilla.
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