jueves, 21 de agosto de 2014

Nota especial

Cartas inéditas y memorias: Julio Cortázar de puño y letra

Nota originalmente publicada en Fondo Negro en 2009, recuperada exclusivamente para la edición digital de LetraSiete


Martín Zelaya Sánchez



Como siempre, lo más terrible es la lucha contra el olvido -le dice Julio Cortázar a su amigo, el poeta cubano José Lezama Lima, en una carta fechada el 2 de enero de 1974-; la gente se cansa hasta de las peores tragedias y pasa a otros temas”. El gran Cronopio se refiere al entonces reciente golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile.

“Mi querida Rosario. Me diste una gran alegría con tu carta tan tuya. Sé muy bien que estoy en deuda contigo, una gran deuda imperdonable; pero si te hago una mera síntesis de lo que ha sido mi vida en estos meses, comprenderás mi silencio…”.

El 3 de agosto de ese mismo año, el autor de Historia de cronopios y de famas le escribió estas líneas a Rosario Santos, una agente y gestora cultural boliviana a quien había conocido meses antes en Nueva York, Estados Unidos.
“Fui a recibirlo al aeropuerto, -cuenta ella- porque no hablaba inglés muy fluidamente. Congeniamos muy bien y lo primero que me dijo era que quería conocer la bohemia de la Gran Manzana. Esa misma noche nos fuimos a un par de cafés a oír jazz”.
El jueves 12 de febrero se cumplieron 25 años de la muerte del genial escritor argentino 1. Decenas de homenajes de todo tipo se organizaron en el mundo; los más, en el Buenos Aires que tanto amó y en la vieja París que le catapultó al mundo.
Desde la sala de su casa en Sopocachi, inundada de obras de arte de grandes artistas sudamericanos como Mario Toral (Chile), Omar Rayo (Colombia), Antonio Amaral (Brasil) y la paceña María Luisa Pacheco, la amiga boliviana de Julio Cortázar nos obsequia los recuerdos de una intensa amistad, ergo: veladas de tertulia y jazz, intercambio de lecturas, arte y emprendimientos culturales y sociales.
Diez años de frecuente carteo entre Nueva York, París y decenas de destinos del cosmopolita autor; la imagen de un paseo por las márgenes del Sena; extractos de cartas dirigidas a su “querida bolivianita”, a máquina y en puño y letra; y -otra joya- un poema inédito (o casi) que el poeta chileno Gonzalo Rojas -Premio Cervantes 2003- dedicó a Cortázar a poco de su fallecimiento y envió a Rosario, en ese entonces (febrero de 1984) editora de la revista estadounidense Review, dedicada a la literatura y artes latinoamericanas.

Ese enorme niño eterno
Además de haber concebido algunos de los cuentos más perfectos de la historia de la literatura en español, de haber revolucionado el estilo convencional de hacer novela con Rayuela (1963), y de ser punta de lanza del boom de las letras latinoamericanas junto con Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, Julio era un frenético lector y escritor de epístolas.
No en vano sus Cartas 1969-1983, recopiladas por Alfaguara, ocupan tres gruesos tomos, 1.838 páginas, casi un millar de misivas a familiares, amigos, escritores, editores, periodistas y lectores.
No incluye esta publicación la correspondencia con Rosario, inédita, casi secreta; guardada en el baúl y la memoria hasta que un cuarto de siglo de ausencia le parecieron suficientes. Y demasiado.

“Acabo de volver de Viena —continúa contando Julio a su amiga— donde pasé un mes trabajando, y esta tarde salgo para Venecia donde la Bienal organiza una serie de actos de solidaridad con Chile”.

Santos es la autora de The Fat Man From La Paz (1996), una de las más divulgadas antologías en inglés de relatos de autores bolivianos. Entre 1970 y 1985 trabajó en el Center of Interamerican Relations -hoy American Society- en el que promovió, difundió y organizó diferentes expresiones artísticas destinadas a dar a conocer a creadores latinoamericanos en Estados Unidos.
“El 74 yo estaba de asistente del Departamento de Literatura, y cuando tocó organizar una reunión del PEN, en pleno contexto de dictaduras e intelectuales exiliados, decidimos enfocar el encuentro a que escritores norteamericanos conocieran a los de América Latina”.
Luego de recibir a Julio, se fueron de paseo. “Me acuerdo que tardó tanto en salir que pensé que había perdido el vuelo. Lo que pasó fue que lo detuvieron en inmigración y le hicieron un duro cuestionario porque su nombre ya figuraba como activista contra las dictaduras”.
A la par que a Julio le fascinaba la enorme Nueva York y su inabarcable vida cultural, Rosario -como todos quienes lo trataron- no dejó de percibir, deslumbrada, ese extraño halo que se le atribuye a Cortázar. “Sí, como todos dicen, parecía un niño, pese a ser tan alto. Un niño por su mirada inocente, su carisma y mística; un niño con una cultura y sabiduría impresionantes…”.

Idas y vueltas
Después de varias décadas de vivir y trabajar, siempre en arte y literatura, Rosario volvió a su La Paz natal y sólo ahora, a tono con la efeméride, decide compartir este pequeño gran tesoro: las memorias de una amistad con uno de los mayores exponentes de la literatura universal del siglo XX.

“Dentro de diez días salgo para Caracas. Tremendo viaje para asistir a otro congreso, esta vez de periodistas de izquierda en defensa de Chile. Ya te darás cuenta del descalabro que este tipo de vida provoca en mi correspondencia personal”.

En 1975, la Feria del Libro de Fráncfort, Alemania -aún hoy la más grande del mundo-, estuvo dedicada a América Latina y fue la consolidación europea de los libros y autores del boom, y abrió además camino otros escritores posteriores.
“Ahí nos encontramos por segunda vez, y pudimos charlar con más calma. Recuerdo además haber compartido mucho con Manuel Puig, una persona maravillosa, y otros escritores y editores, como la española Carmen Balcells -famosa representante de grandes autores-”.

“En mi próxima carta espero darte detalles concretos sobre nuestra reunión. Por el momento sólo sé que será en marzo del próximo año en Nueva York. Me alienta mucho lo que me dices sobre el deseo de colaborar y participar que tiene mucha gente en los Estados Unidos…”.

Viajero infatigable, Julio no pasó jamás por Bolivia. “‘Algún día voy a llegar a tu país, ya vas a ver’, me repetía cada vez que nos encontrábamos”.

“Mándame unas líneas, yo vuelo a París a fines de octubre y esperaré allí tus noticias. Entonces sé que podré escribirte una larga carta”.

París, México, y Nueva York varias veces más. Años de encuentros y correspondencia. “La última vez que lo vi fue en diciembre del 83, a dos meses de su muerte. Llegó a Estados Unidos para un congreso de derechos humanos y, como siempre, me llamó apenas aterrizó. Fuimos a desayunar y al verlo me impactó su rostro muy agotado, demacrado y triste; pensé que era porque pocos meses antes había muerto Carol (Dunlop, su segunda esposa)”. Era eso y más.
Julio no dejaba de repetir, aquellos días, que había hecho un gran esfuerzo para viajar. Su dolor y angustia eran grandes, pero no tanto como su conciencia y responsabilidad social. Entonces andaba pregonando y defendiendo la revolución sandinista en Nicaragua.
“Hizo su ponencia en casa, en mi máquina de escribir. Al despedirse me dijo que pasando el Año Nuevo iba a hacerse unos chequeos médicos. Luego supe que al llegar a París se internó en una clínica y no salió nunca más”.
Ya internado en París, el 28 de diciembre, el innovador novelista, original inventor de híbridos textos de prosa poética -a caballo entre ensayo, parodia, poesía y crónica-; activista social riguroso, amante y erudito del jazz y el blues, e insuperable cuentista, le escribía a su amigo Jean L. Andrew. “Sigo enfermo y no puedo escribirte largo. Te agradezco tus páginas sobre lo que viste en Argentina. Pienso volver en marzo y quedarme dos meses para ir un poco al interior. Me reciben con mucho amor y no se enojan por lo que dije en las entrevistas. Se creen ya ‘en democracia…’”.
Nunca más volvió.

* 1 Esta nota fue publicada el 15 de febrero de 2009.
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Adiós a Julio Cortázar

Gonzalo Rojas

Ha el corazón tramado un hilo duro contra lo arbitrario del aire, ha hilado la Espera que ya está ahí, a un metro, ha del rey pacientemente urdido la túnica, la desaparición.

Lo ha en su latido palpitado todo: el catre último, atlas las bellísimas nubes, éste pero no otro amanecer. Lo aullado aullado está. Nubes, interminablemente nubes.

Es que no se entiende. Es que este juego no se entiende. Ha el Perseguidor después de todo echádose largo en lo más óseo de su instrumento a nadar Montparnasse abajo, a tocar otra música.

Ha fumado su humo, solo contra las estrellas, ha reído.

21-II- 84

Querida Rosario

Un fuerte abrazo

Gonzalo Rojas

* Escribió esto último el reconocido vate chileno con plumafuente negro, al pie del mecanuscrito de este poema que dedicó al Cronopio.

“Había conocido a Gonzalo muchos años antes en Nueva York —comenta Rosario— y a poco de la muerte de Julio me llamó y me dijo que acababa de escribir este poema. Lo publicamos en el Review que salió poco después y, que yo sepa, no apareció nunca más en otro libro”.
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Un paseo por el Sena

(Carta de Cortázar a Rosario Santos)

Nairobi, 27 de octubre de 1976

Querida bolivianita,

Te escribo desde Nairobi, en el piso 18 del Conference Center donde se lleva a cabo la reunión de la UNESCO. Desde mi ventana se ve un inmenso panorama. El centro de la ciudad a mis pies. Es grande y animada; llena de flores y de mujeres que parecen antílopes y gacelas, y más allá las interminables planicies que imagino llenas de leones y de elefantes…

¿Y ves que tu carta llegó a Nairobi? Eso sí, después de extraños itinerarios que dejaron sus huellas en el sobre. El más impresionante dice Kenya Police/Security Checked. Espero que al inspector que abrió el sobre le haya gustado la preciosa foto a orillas del Sena, y haya podido admirar lo bien que se te ve tan chiquita a mi lado, y con el fondo del Sena y del Louvre en la otra orilla.


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