jueves, 28 de agosto de 2014

Cafetín con gramófono

La revista Don Quijote

Reseña de una singular publicación literaria surgida en un contexto de cambios y renovaciones.


Omar Rocha Velasco

1949 fue un año agitado para el país, algunos historiadores hablan de una auténtica guerra civil, lo cierto es que el terreno para la revolución, que advendría unos años después, se iba abonando.
Debido a la declaración de una huelga y a la toma de rehenes a cargo de mineros que trabajaban en Siglo XX, Llallagua y Uncía, todos centros mineros pertenecientes a Simón I. Patiño, en mayo del 49, Mamerto Urriolagoitia, Presidente interino, ordenó una intervención que derivó en la muerte de centenares de mineros, hecho que se ha bautizado como la “masacre de Siglo XX”.
Luego se dieron una serie de levantamientos en Santa Cruz, Cochabamba y Sucre protagonizados por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR); éstos fueron sofocados con violencia extrema.
Es en este contexto que hizo su aparición, en agosto de 1949, en La Paz, la revista El Quijote. Estuvo a cargo de un grupo de escritores cuyos seudónimos -obviamente era complicado firmar con el nombre propio- fueron: Carlos Lazarsa, Francisco Perro, Mario de Béjar, Armando Sánchez Fernández, Raúl de Béjar (poeta fusilado por la reacción feudal, vale decir, por los traficantes de la Guerra del Chaco), Froilán Mantilla e Iván Tarki.
En la lectura del manifiesto que aparece, “a lanzarda limpia”, en el número inicial destaca lo siguiente:

·                    Plantearon una “revolución” artística y literaria sin adscribirse a ninguna corriente o método de creación vigente. Confiaron en sus impulsos más que en un camino trazado: “Soltamos amarras. Abrimos la exclusa…”. No se asumieron ni modernistas ni vanguardistas (aunque el hecho de escribir un manifiesto es claramente vanguardista).
·                    Su actitud es crítica con el medio, “deseamos superar el ambiente”, decían, se sintieron sometidos, privados, usaron muchas imágenes referidas al encierro, al molde del que querían salir y del que no se consideraban parte. Profesaron la libertad guiada por la inconformidad.
·                    Manifestaron una clara adscripción ideológica que prefiguraba la lucha contra la “burguesía feudal” y un apego por el socialismo propio de la época.
·                    Se concibieron como marginales, al margen de todo circuito de difusión y divulgación tanto de los “conservadores” como de los “vanguardistas”, no tenían cabida en periódicos, revistas, salones ni teatros. Sus acciones no estaban condicionadas por buscar un público que los aplaudiera, no quisieron caer en “los mares de la popularidad barata”.
·                    Imaginaron a un Quijote con los pies sobre la tierra, uno que no confundiera molinos con gigantes, ni tampoco sucumbiera ante ningún embate. Este Quijote debía tener excelente vista y luchar por la revolución social, sin dejarse seducir por “espaldarazos” o apoyos financieros que los desviarían del camino.
·                    Creyeron en Lautraemont y Breton, les gustaba “Freud aliado a Marx, y Trotsky en compañía del abate Coignard”. 
·                    Se reconocieron en dos escritores bolivianos que en 1949 eran difíciles de considerar -he aquí un gran mérito-; se trata de Carlos Medinaceli y Arturo Borda. Estos “hermanitos mayores”, como los llamaron, ocuparon un lugar de privilegio en esa rebeldía y no barbarie (valga la aclaración), que llevó a estos escritores a la publicación de El Quijote.


Seguramente muchos de los que arriban figuran se dejaron llevar por ímpetus de la post Revolución del 52 y cayeron en aquello que cuestionaban de sus contemporáneos: “señoritos mimados que están al servicio de la más repugnante reacción”, sin embargo, algunos de los planteamientos sí hicieron carne.

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