El arte de desentrañar momentos
Prólogo de Libro de rastros (3600), de Oscar García, presentado en la recién culminada Feria Internacional del libro de La Paz.
Martín Zelaya Sánchez
No sabe uno con qué se encontrará cada que se dispone a leer
un texto de Óscar García. Bueno, en realidad, si se es un asiduo lector de sus
columnas, que aparecieron en diferentes medios locales desde hace ya más de dos
lustros, de pronto sí puede intuir lo que vendrá: algo insólito, provocador y,
ante todo, original. En fin, puede que uno sepa con qué se topará, pero a la
vez no sabe lo que le espera.
Con seguridad hay muchos adjetivos para definir estos
artículos: humorísticos, lúcidos, irónicos, sorprendentes… pero creo que si de
escoger uno se trata, hay que quedarse con irreverentes, pues si algo es inequívoco
cada vez que Óscar se sienta a escribir (una vez contó que casi todas sus
columnas le salen en pocos minutos, de una sentada, y que las corrige solo una
vez, pasados algunos minutos, y antes de enviarlas a las redacciones) es que
aunque de pronto ni él sabe a ciencia cierta sobre qué tecleará, la
espontaneidad y desfachatez para enfrentarse a la cotidianidad, y descifrarla
como pocos, están garantizadas.
¿Y de qué tratan estos artículos? De la Alasita, de la
idiosincrasia paceña y boliviana, de las taras de nuestra política, de los
vicios de la sociedad, de la mala salud, del transporte, de los traslados, de
la burocracia, los malos servicios, el tedio, los divorcios, las despedidas, y
hasta de la muerte: “habría que encontrar una respuesta a la cuestión planteada
por la imposibilidad de ser feliz después de la muerte. Al parecer los hay
felices y los hay tristes, eso se sabe. No de manera científica, por supuesto,
sólo se sabe. No se sabe cómo, pero se sabe”, escribe.
En realidad, tratan de todo lo que nos pasa a todos durante
nuestras vidas (lo que le pasa a Oscar, lo que le pasó a lo largo de los años
en que los escribió), y aunque no hay que desmerecer para nada el abanico de
temas e ideas, lo realmente valioso no es tanto lo que se cuenta sino cómo.
Con su mente y bagaje de músico García va decodificando a su
propio ritmo las pequeñas delicias y tribulaciones del día a día; pero más allá
de reflejar la rutina y lo que está a simple vista de todos, en los textos de este
libro destacan lo estrambótico, las insospechadas ocurrencias, como esa
digresión sobre una señora que mira las ventanas; o, a modo de Patricio Pron, esa
adivinación sobre cómo será la vida interior de las plantas; o esa hipótesis de
lo que le espera a una pantimedia a la que el viento llevó a un desconocido alambre
de colgar.
Oscar es un innovador del género de la columna periodística.
Hace algo pocas veces visto antes -al menos en el país- por su acuciosidad y
audacia; tal vez algo comparable a los legendarios artículos de Osvaldo Soriano
quien, no obstante, se centraba casi siempre en historias reales y mundanas.
Lo de García va más hacia una mixtura entre crónica,
dietario, cuento o manual de uso. Con todo, dentro de su libertad, es posible
tipificar sus textos por su tono y sentido, y es lo que hicieron los editores
de 3600 que para este libro proponen tres secciones: Percepciones, Reflexiones
y Ficciones.
Percepciones: sin dejar nunca de lado el buen humor y el
tino propios de la viveza criolla (Oscar escribe ante todo sobre La Paz, desde
La Paz, para los paceños y como paceño), opina, plantea y critica sobre hechos
políticos-sociales: regionalismo, discriminación, corrupción, desidia,
mediocridad, etc.
Reflexiones: “en la simpleza -escribe en una de las
columnas- se designa a los instantes, fragmentos que se organizan en la memoria
para reconstruir imagen, sonido, olor y textura”. Qué mejor síntesis que esta
para intentar explicar el quid de lo que le interesa cavilar.
Ficciones: historias, más que fantásticas, fabulosas; no
inverosímiles, sí casi imposibles. Avatares y desventuras con protagonistas que
son ellos, pero también somos todos; que son autónomos, pero también
controlados, predestinados. Personajes anónimos que tienen un poco de todos los
que hacemos a la cotidianidad de esta ciudad.
Aun en esta heterogeneidad se pueden hallar búsquedas e
intereses comunes en este racimo de escritos: el tiempo, el paso de la vida y
el mundo ante nuestros ojos; la presunta vida propia de las cosas inanimadas;
las causalidades y las casualidades… en síntesis, el movimiento vital, la
dialéctica, el latido de las personas y los objetos.
En Ficciones, hay un artículo llamado “El día tiene tres
pedazos”, en el que escribe: “hierve el agua en la caldera, el sol se filtra
apenas por una rendija alumbrando la foto de la abuela. Afuera suena la bocina
prohibida del camión que reparte gas. De una radio sale la música que resalta
las bondades del detergente (…). La tarde es una especie de purgatorio en el
tiempo de la ciudad (…) En la noche hay una cadena de prendidos y apagados,
cosa que llama la atención de los perros. Hace cientos de años le ladraban a la
luna, ahora ladran a los focos también”.
Léanse estos artículos a razón de uno por día –como fueron
concebidos y entregados- o todo de un tirón en un domingo ventoso; en la cama,
en el sofá o en el baño; de noche, de día o de madrugada; en desorden, de atrás
para adelante o al revés… no importa, cada quien halle su modo; pero eso sí, a
no dejar pasar nada desapercibido, que es justamente lo que mejor hace el
autor, y lo que enriquece y hace única esta propuesta narrativa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario