La suma poética de Eduardo Mitre
Una detallada y analítica lectura de Obra poética (1965 – 1998) del poeta orureño. A tiempo de indagar en la estética de sus versos, el autor –amigo íntimo de Mitre- hace una cronológica contextualización bio-bibliográfica.
Adolfo Cáceres Romero
Ni duda cabe que
Eduardo Mitre es un excelente lector de la realidad; de su espacio, de su
tiempo y de lo que le dicen sus modelos de cualquier época, lugar o lengua.
Poeta y crítico, su visión de la poesía boliviana es singular y vivencial; es
decir, como poeta sabe cómo se gesta un poema y qué hay que hacer para
consumarlo.
Pero ahora no
vamos a hablar de sus estudios; lo que nos interesa analizar es su Obra poética (1965-1998), volumen
publicado en España, en 2012.
Para empezar, le
bastó un solo poema para mostrar su capacidad creativa y llamar la atención de
Jaime Sáenz, que lo invitó a visitarlo en La Paz (Mitre vivía en Cochabamba).
En 1965, en la
imprenta universitaria de la UMSS, donde estudiaba Derecho, Mitre sacó su Elegía a una muchacha. Un año antes,
Jorge Suárez había publicado su Elegía a
un recién nacido, con notable éxito. En 1961, Pedro Shimose se lanzó con Triludio en el exilio, poemas con los
que empezó una promisoria carrera literaria.
Mitre tenía 22
años cuando publicó su Elegía…; en
tanto Shimose, lo hizo luego de cumplir 21 años. Hoy por hoy, prácticamente
ambos poetas constituyen la indiscutible cumbre de la poesía boliviana.
Además, tuvieron
que abandonar el país; coincidentemente, afectados por la presencia de los dos
dictadores más déspotas y sanguinarios del siglo XX; entonces, Shimose se fue a
España, luego del golpe de Hugo Banzer (1971), y Mitre a Estados Unidos, el
mismo año del narcogolpe de García Meza (1980).
Un año después
de la muerte de su amigo, el poeta Edmundo Camargo (1936-1964), Mitre publicó Elegía a una muchacha. Los críticos de
entonces lo encontraron nerudiano. Bueno, ¿qué joven al que le gustaba la
poesía no lo había leído? Difícil olvidar los Veinte poemas de amor que animaban nuestras tertulias.
Además,
parafraseando a Harold Bloom, podríamos decir que “cualquiera que solía leer
algo de la poesía hispana de entonces habrá leído a Pablo Neruda, aunque no lo
hubiera leído nunca”.
Pero Mitre,
además, tenía otros modelos. Desde 1957 o 1958, año en el que Edmundo Camargo
retornó de Francia, Mitre -junto a Renato Prada y mi persona- frecuentaba la
casa de Camargo. Era una voz nueva, que le mostraba otros rumbos. Al leer la
elegía mitreana, busqué -siempre asistido por Harold Bloom y su Anatomía de la influencia (2011)- sus contactos poéticos.
Curiosamente los
primeros versos de Elegía a una muchacha:
“Tu vientre es un acuario / donde luchan
/ el pez casto y la impureza”, me recordaban Farewell de Neruda. Pero lo que me llamó la atención se halla en el
final, cuando Mitre dice: “Y es que un
diente de ceniza / en celo funeral /
te ha hincado sal / ponzoñosa de por vida, y hay un cuervo atroz, / hay una herida / para cada pañuelo de viento / empapado
en tu sonrisa”, situándonos en un ámbito poético muy propio de Camargo.
La muerte de su
amigo le resultó difícil de asimilar; de ahí que hasta Morada (1975), esos diez años de silencio los fue llenando con
otras voces y nuevos ámbitos; estudió a Rilke, subyugado por el Libro de las horas, que lo condujo hacia
un lenguaje de plegaria mística, al igual que las 23 Elegías de Duino y los Sonetos
a Orfeo. Ahí se fue forjando su temperamento lírico.
Cochabamba era
el vacío, la ausencia sin esperanza; pronto emprendió su primer exilio
voluntario, en parte siguiendo el recorrido de Camargo, sobre todo en Francia. Estuvo
en Niza, hasta 1968, año en el que estalló la rebelión estudiantil; entonces,
el Gobierno de Francia hostigó a los estudiantes hispanoamericanos.
Mitre tuvo que
abandonar ese país. Feliz retorno para nosotros. Puso en escena, en el teatro
Adela Zamudio de Cochabamba, su poema escénico Pastor de una ausencia, que nunca fue publicado.
Morada abre sus
páginas con una cita de Octavio Paz: “es
el centro del mundo cada cuarto”, verso muy significativo, por cierto, por
cuanto el “cuarto” es la “morada” con la que Mitre anima recurrentemente varios
de sus poemas, pues de algún modo le hace dueño de un espacio recobrado, a
fuerza de vivir de sus añoradas experiencias, entre las cuales están: su hogar,
sus libros y autores favoritos.
En cierto modo -como
Proust- toda su obra tiende a recuperar su tiempo pasado. Por una parte,
Apollinaire y Huidobro le señalan una ruta que sería integrada con la presencia
de Octavio Paz, quien, al leer Morada,
le diría en una carta: “Es un libro
precioso, hecho de aire y luz, hecho de palabras que no pesan, como el aire y
que brillan como la luz. Un libro casi perfecto”.
Morada es un
libro de connotación ambiental, con palabras que no explican, pero dicen mucho.
Todavía la nostalgia se extiende por sus páginas; nostalgia de lo que fue su
vida, su familia, sus sueños y amigos, como el Chino Navarro, compañero del colegio La Salle, que sucumbió en la
guerrilla de Teoponte.
¿Cómo olvidar
ese punto de partida?; entonces, el poeta dice: “Solos / Abandonados / El uno en el otro / Nuestros cuerpos / Cruzaron
la noche / Sin nosotros”.
Esa enajenación
será superada después de su paso por Europa. Mitre tuvo que recalar en Estados
Unidos, obteniendo el doctorado en Letras, en la Universidad de Pittsburg; su
tesis trataba de la poesía de Vicente Huidobro.
Poeta y docente,
Mitre ha enseñado, a partir del 80, en Columbia University (Nueva York),
Darmouth College (Hanover, New Hampshire); antes, en Bolivia, por una corta
temporada, dio clases en la Universidad Católica Boliviana (Cochabamba); asimismo,
diseñó la Carrera de Letras en la Facultad de Humanidades de la UMSS (1979), Carrera
que nunca se hizo posible, pues el golpe del 80 lo truncó todo, haciendo que
Mitre nuevamente se dirigiera a EEUU.
Desde 2000 enseña
Literatura Hispanoamericana en Saint John’s University (Jamaica, Nueva York).
Actualmente tiene su morada en Manhattan. Algo que es importante tener en
cuenta es que Mitre no es poeta de concursos. Si algún premio lo distingue como
uno de los mejores poetas de Hispanoamérica, se lo debe a sus lectores,
críticos y editores. Precisamente la editorial Cormier de Bruselas ha publicado dos antologías bilingües de su
poesía: Mirabilia (1983) y Chronique d’un
retour (1997); sus poemas han
sido incluidos en innumerables antologías de poesía hispanoamericana; además,
varios de ellos han sido traducidos al inglés, francés, italiano y portugués.
Es el único
poeta boliviano que leyó sus versos en La Sorbona de París y en la Universidad
de Granada. Julio Cortázar, uno de sus lectores de lujo, compara su universo
estético con una constelación de estrellas.
Ferviente humo (1976) es un
nuevo paso, donde los temas se desplazan de los objetos inanimados a personajes
célebres, algunos de ellos de ancestral alcurnia; ficticios y reales, adquieren
vida en un ritual creativo, donde las palabras cobran un significado esencial
en el ámbito poético que va creando; inclusive hay una remembranza del
altiplano donde se halla la ciudad de su nacimiento (Oruro).
Olvido y piedra y Pueblo, son dos poemas señeros
que salen con humo blanco para mostrarnos su singular estirpe poética. Safo es una afortunada apertura para ese
libro y para lo que vendrá después, con sintaxis explícita: “SALVO de nombre, nadie me toca. / Palabras, no besos, van ajando mi boca. /
En mi vientre, como en un cenicero, /
el tiempo apaga las horas. / Como mi sombra, mi alma es impar. / No sé qué viento me abrazará / en mi única boda”.
Su paso a Mirabilia (1979) es una verdadera celebración de la palabra; precisamente la
primera parte lleva el título de Celebraciones,
comenzando con El cuarto, poema
reminiscente, que culmina con la consagración de un poeta que, en el ámbito de las odas nerudianas, muestra el prodigio de
su arte, tan simple y llano en su desempeño.
Ahí están: La silla, La mesa, El sillón, El vino, La
lechuga; en fin, todo cuanto evoca ese aposento y vivencia un sentido
trascendente de su existencia, para acabar con este magistral Versículo: “Al polvo vamos, pero venimos del agua”.
Desde luego que
Saenz también tiene su Los cuartos (1985), sólo que son desolados y
umbríos. ¡Ah!, pero eso no es todo en Mitre; por cuanto, sin cambiar de estilo,
la forma se proyecta al Tríptico
elegiaco dedicado a la memoria del matemático Luis Frege.
Luego viene el Paréntesis, donde todavía late la nostalgia
de su morada; entonces, Mirabilia,
nos abre; no, qué digo: nos conduce al Mitre supremo que empieza a narrar sus
emociones.
Aquí lo difícil
se hace posible en el dominio verbal que denota; desde esa instancia su palabra
se hace total, en tiempo y espacio. Cualquier poema vale, para señalar su
singular existencia, inclusive en forma de prosa, a la mejor manera de Saenz.
Veamos
“Sagitario”: “Rostros en las ventanas y
flores en las macetas. Brisa tibia y luz intensa. Sin rodeos: Primavera.
Repentina como un lazo la envolvente extensión de una pradera. Por el verde,
más que en sueños, palidece el ufano blanco de la estrella y la mitad que
dividía lentamente cesa. Lentamente baja el arco que se deja caer sobre la
hierba, y silbando felizmente, Sagitario se pone a caminar”.
Y este libro se
pone en camino con una parte consagrada -de nuevo, pero con más oficio-, a los
caligramas, siempre motivados en su morada, hasta el último poema, que se da en
un círculo compacto, al modo de los versos concretos de Gomringer, poeta
boliviano de ascendencia germana.
El cierre se da
con La estación serena, donde de
nuevo sentimos la nostalgia mitreana por la casa, los rostros y la “estación
serena”, que no sólo es el otoño. Es su otoño. Su madurez.
Razón ardiente (1980), es un
extenso poema dedicado a su hermano Nazri, cuyo título sale de un verso de
Apollinaire; de algún modo este poema se hace histórico y comprometido con su tiempo
y espacio territorial, además de su entorno íntimo. Se da en forma de epístola,
con sintaxis abierta, fechada en “París: Invierno de 1980”.
Su destinatario
está en sus: “Queridos pájaros ausentes:
/ Barrios de nieve / Pinos / Pacientemente sentados / En
la penumbra de un cuarto / A la luz
de la lámpara / Solitaria”.
Entonces, la
evocación también se da como un reclamo a la vida, imperceptible y subyacente,
en sus circunstancias enaltecedoras: “Como
la kiswara en el Altiplano /
Inclinado sobre la página / El vertiginoso pasado / La
infancia: apenas un eco /
Un silbido lejano / Un río de rostros distantes / O
muertos”.
“La patria: / Un río de nombres ensangrentados / No
héroes ni hermanos: / Corderos sacrificados / Al buche de topes feroces / Renacerán
con su pueblo: / ¿Cuándo?”.
En cambio: Desde tu cuerpo (1984), dedicado a Gabriel, su hijo, se da con un nuevo goce
estético, coloquial e íntimo; de algún modo, aprendió a usar la diégesis
lorquiana, que en él cobra una ternura
coloquial, poco usual en la poesía boliviana. Sáenz la tiene, extraña y funabulesca.
En Mitre es el júbilo de la vida.
Desde tu cuerpo, en sí es un poema cíclico -en cinco partes-, que se da como un
preludio a La luz del regreso (1990), el más sentido y notable de
sus poemarios diegéticos. Es que hay una relación mística, filial, de padre a hijo
que se abre, de corazón sensible, para culminar, con idéntico acento, en el
referente del hijo al padre, en Yaba
Alberto.
Desde tu cuerpo nos pasma con la
proyección de sus sentimientos; comienza con la premonitoria mirada que devela
una devoción que se hace mística, cuando dice: “Me miras, / hijo, / y siento
que nos miramos / yo y el destino. //
Tu cuerpo es santuario. / Tú eres el santo / y yo me inclino. // Te esperé
mucho, te esperamos / como se espera
los barcos. /
Y llegaste de súbito / como los pájaros”.
Dulce presencia
la del hijo que prolonga su festejo y gestación a su obra poética: “¡Aleluya! Mirabilia”, dice y el canto se
gloria en una aliteración tamayana, para arrullar al hijo: “Lloras. Mama saca mamas. / Mamas manan mana. Mana sacia extasia. / Sueño
baja, colma calma. / Mama guarda
mamas”.
* El colofón de
este ensayo, se publicará en el próximo número de LetraSiete.
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