jueves, 21 de agosto de 2014

Ojo de Vid

Cortázar cuentista

Un capítulo del libro Consejos para escribir más mejor (Kipus, 2014)  que el autor acaba de presentar, se ajusta al homenaje al autor de Rayuela en su centenario.


Ramón Rocha Monroy en la tumba de Cortázar.

Ramón Rocha Monroy

1.- Pocos cultores del cuento en castellano hay tan sugestivos como Julio Cortázar, que escribe imanes, campos magnéticos que atrapan al lector y lo seducen hasta reclutarlo, imperceptiblemente, en una nueva ética de la mirada y la palabra signadas por el  azar, la patafísica, el sentimiento de no estar del todo, el asombro ante el resuello vital de las cosas aparentemente inanimadas y el amor por los gestos y actos gratuitos, desprovistos de utilitarismo, gravedad, distinción o jerarquía social.
“Para volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema, le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único, inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su sentido más primordial”.
2.- El cuento y el poema generan campos magnéticos que propician la aproximación mayor de la prosa a la poesía. No están sujetos a leyes, pues cada autor es legislador de sus propias normas y puede revisarlas, según su construcción espiritual, cada vez que necesita una nueva “constituyente”.
“Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco encasillable”.
3.- El cuentista debe aproximarse a esa conmoción previa a la escritura con inocencia y máxima apertura de sus sentidos; actitud que uno se siente tentado de sugerir también al lector, pues si se acerca con prejuicios, preconceptos y suficiencias de avezado crítico, es posible que altere el campo magnético, que no se deje atrapar como una partícula por un imán.
4.- No hay consejos previos infalibles, no hay dogmas sobre el arte del cuento, porque “el tema comporta necesariamente su forma”. En principio apenas se tiene una situación, un punto de partida hacia un camino que el autor (como el lector) no sabe adónde lo llevará. La única certeza que lo acompaña es que se ha empeñado en “una carrera contra el reloj” en la cual sólo puede disponer de “una máxima economía de medios”.
La experiencia le enseñó a Cortázar a desconfiar del amigo de café que ha planeado previamente todos los movimientos de un cuento, de una novela, cuánto más de un libro de poemas. “Hay escritores que proyectan escribir un libro y se lo cuentan a usted en detalle, en un café, todo está listo, todo planteado: cuando lo escriben, generalmente es un mal libro”.
5.- El cuento es a la fotografía lo que la novela al cine. Como la fotografía, el cuento practica el encuadre de una situación ceñida por el espacio y el tiempo. Como en ese campo reducido de la foto, nada puede ser gratuito ni excesivo en el cuento. Pero así como el fotógrafo escoge conscientemente el encuadre para usarlo estéticamente, así el cuentista debe ceñirse a esa limitación a medida que corre al desenlace y, como todo corredor atribulado por el peso de su equipaje, deja flecos, descripciones y escenas inútiles en el camino.
No obstante, ese recorte arbitrario de la realidad es como un flash, un resplandor que ilumina una realidad más amplia a través de múltiples alusiones implícitas. El fotógrafo o el cuentista escogen un símbolo, un icono, un motivo que obrarán en el lector como un catalizador, como la levadura en la masa, como un conjuro de una visión mayor, ubicada “mucho más allá de la anécdota visual o literaria contenidas en la foto o en el cuento”.
Cortázar ha ilustrado esta percepción en el cuento Las babas del diablo, que sirvió para el filme de Michelangelo Antonioni Blow up: un fotógrafo ha tomado una fotografía que amplía y amplía hasta revelar un elemento al principio invisible que revelará el secreto final del cuento.
6.- Como en el boxeo, “la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knockout”.
“Un buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del adversario”. Por eso las primeras palabras de un buen cuento, el plan de apertura de las fichas en el tablero no tienen “elementos gratuitos, meramente decorativos”.
7.- En el cuento, tiempo y espacio son elementos condensados, “sometidos a una alta presión espiritual y formal” que provoca el knock out. Como el jazz, el cuento tiene tensión, ritmo, pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros previstos. Cortázar habla de una “libertad fatal”. Por eso Cortázar tiene un concepto muy severo del cuento. Si se aproxima a él con inocencia, el producto debe compararse con una esfera, con “un ciclo perfecto e implacable” en el cual el inicio, el nudo y el desenlace se ordenan como en el interior de una esfera, donde “ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos”.
8.- Como en el jazz, el ritmo del cuento es decisivo. Es el pulso que indica que no te has alejado del camino, pues apenas éste se pone pedregoso, es que te has desviado y debes volver atrás para seguir en la autopista.
9.- No hay temas buenos ni temas malos; hay solamente un buen o un mal tratamiento del tema. No hay personajes buenos ni malos, pues “hasta una piedra es interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka”.
Tratamiento bueno significa generar una tensión de arco que ha de lanzar una flecha al centro del blanco desde el inicio. En esa tensión, quedan fuera personajes y situaciones secundarios: son exorcizados y rechazados como si se tratara de virus, de “criaturas invasoras”. Pero el exorcismo obra también sobre los personajes irrenunciables:
10.- En la abigarrada realidad de cada día, el cuentista, como el fotógrafo, escogen un tema que a veces no se escoge propiamente sino que se impone irresistiblemente al margen de la voluntad y de la razón del artista, como si éste fuera un médium a través del cual se manifiesta “una fuerza ajena”.
El tema puede ser apenas “una anécdota perfectamente trivial y cotidiana”. Si es tratado adecuadamente, se convertirá en un imán, un campo magnético que convoca en el autor y en el lector “un sistema de relaciones conexas”.
El tema no tiene importancia per se. La obtiene si se produce esa “alianza misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado, así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos lectores”. El producto es ese flash, esa explosión de luz que ilumina múltiples radios en el vientre de esa esfera que es la condición humana.

“Todo cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco. Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria”.

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