Cortázar cuentista
Un capítulo del libro Consejos para escribir más mejor (Kipus, 2014) que el autor acaba de presentar, se ajusta al homenaje al autor de Rayuela en su centenario.
Ramón Rocha Monroy en la tumba de Cortázar. |
Ramón Rocha Monroy
1.-
Pocos cultores del cuento en castellano hay tan sugestivos como Julio Cortázar,
que escribe imanes, campos magnéticos que atrapan al lector y lo seducen hasta
reclutarlo, imperceptiblemente, en una nueva ética de la mirada y la palabra
signadas por el azar, la patafísica, el
sentimiento de no estar del todo, el asombro ante el resuello vital de las
cosas aparentemente inanimadas y el amor por los gestos y actos gratuitos,
desprovistos de utilitarismo, gravedad, distinción o jerarquía social.
“Para
volver a crear en el lector esa conmoción que lo llevó a él a escribir el
cuento, es necesario un oficio de escritor, y que ese oficio consiste, entre
otras cosas, en lograr ese clima propio de todo gran cuento, que obliga a
seguir leyendo, que atrapa la atención, que aísla al lector de todo lo que lo
rodea para después, terminado el cuento, volver a conectarlo con su circunstancia
de una manera nueva, enriquecida, más honda o más hermosa. Y la única forma en
que puede conseguirse ese secuestro momentáneo del lector es mediante un estilo
basado en la intensidad y en la tensión, un estilo en el que los elementos
formales y expresivos se ajusten, sin la menor concesión, a la índole del tema,
le den su forma visual y auditiva más penetrante y original, lo vuelvan único,
inolvidable, lo fijen para siempre en su tiempo y en su ambiente y en su
sentido más primordial”.
2.-
El cuento y el poema generan campos magnéticos que propician la aproximación
mayor de la prosa a la poesía. No están sujetos a leyes, pues cada autor es
legislador de sus propias normas y puede revisarlas, según su construcción
espiritual, cada vez que necesita una nueva “constituyente”.
“Nadie
puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus
leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de
vista, de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco
encasillable”.
3.-
El cuentista debe aproximarse a esa conmoción previa a la escritura con
inocencia y máxima apertura de sus sentidos; actitud que uno se siente tentado
de sugerir también al lector, pues si se acerca con prejuicios, preconceptos y suficiencias
de avezado crítico, es posible que altere el campo magnético, que no se deje
atrapar como una partícula por un imán.
4.-
No hay consejos previos infalibles, no hay dogmas sobre el arte del cuento,
porque “el tema comporta necesariamente su forma”. En principio apenas se tiene
una situación, un punto de partida hacia un camino que el autor (como el
lector) no sabe adónde lo llevará. La única certeza que lo acompaña es que se
ha empeñado en “una carrera contra el reloj” en la cual sólo puede disponer de
“una máxima economía de medios”.
La
experiencia le enseñó a Cortázar a desconfiar del amigo de café que ha planeado
previamente todos los movimientos de un cuento, de una novela, cuánto más de un
libro de poemas. “Hay escritores que proyectan escribir un libro y se lo
cuentan a usted en detalle, en un café, todo está listo, todo planteado: cuando
lo escriben, generalmente es un mal libro”.
5.-
El cuento es a la fotografía lo que la novela al cine. Como la fotografía, el
cuento practica el encuadre de una situación ceñida por el espacio y el tiempo.
Como en ese campo reducido de la foto, nada puede ser gratuito ni excesivo en
el cuento. Pero así como el fotógrafo escoge conscientemente el encuadre para
usarlo estéticamente, así el cuentista debe ceñirse a esa limitación a medida
que corre al desenlace y, como todo corredor atribulado por el peso de su
equipaje, deja flecos, descripciones y escenas inútiles en el camino.
No
obstante, ese recorte arbitrario de la realidad es como un flash, un resplandor
que ilumina una realidad más amplia a través de múltiples alusiones implícitas.
El fotógrafo o el cuentista escogen un símbolo, un icono, un motivo que obrarán
en el lector como un catalizador, como la levadura en la masa, como un conjuro
de una visión mayor, ubicada “mucho más allá de la anécdota visual o literaria
contenidas en la foto o en el cuento”.
Cortázar
ha ilustrado esta percepción en el cuento Las
babas del diablo, que sirvió para el filme de Michelangelo Antonioni Blow up: un fotógrafo ha tomado una
fotografía que amplía y amplía hasta revelar un elemento al principio invisible
que revelará el secreto final del cuento.
6.-
Como en el boxeo, “la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento
debe ganar por knockout”.
“Un
buen cuento es incisivo, mordiente, sin cuartel desde las primeras frases. No
se entienda esto demasiado literalmente, porque el buen cuentista es un
boxeador muy astuto, y muchos de sus golpes iniciales pueden parecer poco
eficaces cuando, en realidad, están minando ya las resistencias más sólidas del
adversario”. Por eso las primeras palabras de un buen cuento, el plan de
apertura de las fichas en el tablero no tienen “elementos gratuitos, meramente
decorativos”.
7.-
En el cuento, tiempo y espacio son elementos condensados, “sometidos a una alta
presión espiritual y formal” que provoca el knock out. Como el jazz, el cuento
tiene tensión, ritmo, pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros
previstos. Cortázar habla de una “libertad fatal”. Por eso Cortázar tiene un
concepto muy severo del cuento. Si se aproxima a él con inocencia, el producto
debe compararse con una esfera, con “un ciclo perfecto e implacable” en el cual
el inicio, el nudo y el desenlace se ordenan como en el interior de una esfera,
donde “ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos”.
8.-
Como en el jazz, el ritmo del cuento es decisivo. Es el pulso que indica que no
te has alejado del camino, pues apenas éste se pone pedregoso, es que te has
desviado y debes volver atrás para seguir en la autopista.
9.-
No hay temas buenos ni temas malos; hay solamente un buen o un mal tratamiento
del tema. No hay personajes buenos ni malos, pues “hasta una piedra es
interesante cuando de ella se ocupan un Henry James o un Franz Kafka”.
Tratamiento
bueno significa generar una tensión de arco que ha de lanzar una flecha al
centro del blanco desde el inicio. En esa tensión, quedan fuera personajes y
situaciones secundarios: son exorcizados y rechazados como si se tratara de
virus, de “criaturas invasoras”. Pero el exorcismo obra también sobre los
personajes irrenunciables:
10.-
En la abigarrada realidad de cada día, el cuentista, como el fotógrafo, escogen
un tema que a veces no se escoge propiamente sino que se impone
irresistiblemente al margen de la voluntad y de la razón del artista, como si
éste fuera un médium a través del cual se manifiesta “una fuerza ajena”.
El
tema puede ser apenas “una anécdota perfectamente trivial y cotidiana”. Si es
tratado adecuadamente, se convertirá en un imán, un campo magnético que convoca
en el autor y en el lector “un sistema de relaciones conexas”.
El
tema no tiene importancia per se. La obtiene si se produce esa “alianza
misteriosa y compleja entre cierto escritor y cierto tema en un momento dado,
así como la misma alianza podrá darse luego entre ciertos cuentos y ciertos
lectores”. El producto es ese flash, esa explosión de luz que ilumina múltiples
radios en el vientre de esa esfera que es la condición humana.
“Todo
cuento perdurable es como la semilla donde está durmiendo el árbol gigantesco.
Ese árbol crecerá entre nosotros, dará su sombra en nuestra memoria”.
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