¿Tiempo de libros?
El autor reflexiona en torno al rol del Estado de cara al libro, a las publicaciones y, por ende, el apoyo o protagonismo en la literatura.
Manuel
Vargas
He
recibido algunas críticas a mi anterior entrega titulada Los demasiados libros, porque, claro, cómo puede ser la cosa: quien
esto escribe, que vive entre libros y hasta publica algunos, debería estar
alegre y agradecido de que el Estado propicie más publicaciones, y mientras más
sean los libros y tan escogidos por comisiones de entendidos, mejor…
Cómo
es posible, en un país tradicionalmente “iletrado”, criticar diciendo que ya
tenemos demasiados libros.
Pero
yo no entiendo, por ejemplo, que desde el año pasado, en la misma Feria del Libro
de La Paz y en muchos otros espacios, personas de algunas instancias estatales recorran
calles y pasillos solicitando a la población donaciones de libros para,
supongo, conformar bibliotecas.
¿Qué
libros? Cualesquiera, lo que tengamos, lo que nos sobre o ya no nos sirva,
supongo. ¿Eso querría decir que dichos libros “cualesquiera” son adecuados para
nuestro desarrollo cultural? ¿O que pedimos (por nuestra cultura de que todo
hay que “pedir”) como si el Estado fuera tan pobre que no tiene fondos para
seleccionar y conformar una buena biblioteca? ¿Qué pasó con el “resultado de la
nacionalización”, que podemos pensar en más satélites pero pedimos a la
población que nos regale algún librito?
Mi
capacidad de comprensión no acepta tantas innovadoras lógicas. Porque ahora
quieren publicar 200 títulos de lo mejor que ha producido nuestro país. ¿Cómo
se come eso? ¿Por qué no sólo 100, o más bien 500?
Pienso
que lo importante no es la cantidad de libros que podamos publicar, sino cómo
aprendemos a leer, cómo entendemos los mensajes tanto de los libros como de
otros medios, tradicionales y modernos, que nos rodean, nos avasallan, nos
seducen o nos aplastan.
¿Qué
se está haciendo al respecto? ¿Debemos aprender de memoria los slogans y los
discursos? ¿Debemos decir sí agachando la cabeza o más bien llegar a ser seres
pensantes y mal pensantes o libre pensantes?
Un
día, hace ya unos años, una persona conocida me propuso realizar una selección
de cuentos bolivianos para jóvenes, a solicitud del Ministerio de Educación. Yo
le dije “claro, lo hacemos, charlaremos, cómo es la cosa”…
Y
la cosa era que en una semana debía entregar los originales para imprimir el
libro pues lo se necesitaban ya, porque el ministro dijo, porque tiene que
distribuirse en la Feria, porque… “Pero yo no puedo hacerlo en tan poco tiempo”.
“Tienes que hacerlo”. “Y dónde se va a imprimir, y yo tengo que revisar las
pruebas, y…”. “No te preocupes, tú entregas los originales y en el Ministerio
vamos a hacer todo…”.
Y
me puse a trabajar, y como mi tema son los cuentos y tengo bastante material para
escoger, hice en menos de una semana la selección. “¿Con qué imprenta vamos a
trabajar?”. “Aquí mismo, en el Ministerio se va a diagramar”.
Y
así siguió el trabajo. Nada de imprentas externas, todo se puede hacer en el
Ministerio. En uno de esos escritorios había una persona que “sabía”. Acabé mi
trabajo. Lo demás corría por cuenta de las imprentas y el propio Ministerio. En
una semana ya debían estar listos los libros.
A
su tiempo pregunto, averiguo, ¿y cómo es, salieron los libros? Sí, bueno, se
han publicado, pero salieron tan mal, que personalmente el ministro ha decidido
retirar la edición porque los ejemplares no están presentables.
Es
que los libros no se hacen de esa manera, por pura buena voluntad. Claro, es
que si se contrataba una imprenta que entiende del tema, significaba pagar más
(y el Estado no quiere pagar más) y el proceso de correcciones y revisiones significaba
más tiempo (pero el ministro o quién será, necesitaba el producto para ayer).
Total, tiempo perdido, plata botada (y todo por ahorrar o por no sé qué
ocurrencias).
Otro
día, me pidieron realizar un trabajo de edición de un libro de memorias de un
conocido político y luchador boliviano. Un interesante y buenísimo libro, que
con gusto me puse a revisar, junto con el autor.
“¿Y
quién lo va a publicar?” Resulta que el autor era amigo del ministro de Economía,
y que éste le estaba haciendo el favor de publicar sus memorias. “¿Y con quién
voy a trabajar?”. Pues con un empleado de la oficina del Ministerio. Avanzamos,
corregimos… Pero no se puede hacer así, yo tengo que sentarme y hacer una
revisión, y luego otra, y luego otra. “No, así nomás lo haremos”. “¿Y en qué
imprenta se va a hacer?”. “De eso nosotros nos encargamos”. “Quiero ver una vez
más la prueba”. “No, ya no hay tiempo”.
Resultado:
se publicó el libro Memorias, de
Walter Vásquez Michel. Inclusive con un comentario mío en la contratapa (esto
no es cuento). Pero en una pobre y poco profesional edición, porque no había
tiempo, porque era un apoyo del ministro, porque claro, un empleado del Ministerio
no sabe, no tiene por qué saber, cómo es el proceso de edición de un libro. Y
cómo me hubiera gustado que ese libro esté mejor presentado y sin errores y…
Un
caso más. Un amigo en el Ministerio de Culturas (¡ya van tres!) me dijo “haremos
una antología de cuentos”. De acuerdo, lo vamos haciendo. “¿Y dónde?”. “Aquí en
el Ministerio hay una imprenta”. Le presento el material. Avanzamos en el
proceso. Que no tengo la aprobación para usar papel, que es un proceso
complicado, que tiene que ser una edición sencilla…
Y
este amigo realizaba entre otras cosas una serie de pequeñas publicaciones casi
con sus propias manos, consiguiendo papel a duras penas, utilizando,
aprovechando, la imprentita que “había tenido” el Ministerio. Y yo le dije en
algún momento: se supondría que ustedes “están en el poder” y se puede publicar
un libro pero bien hecho, mientras que tú estás haciendo estas hojitas impresas
como quien no tiene ningún tipo de acceso a nada, como las ediciones
alternativas de la gente de a pie…
Para
suerte mía, dicho libro nunca llegó a publicarse. ¿Por qué no fui capaz de
decir no en todos estos casos? ¿Por qué existe en el Estado esta mentalidad de
mendigo, de voluntarismo y de no gastar
y pagar el costo de un trabajo de todos los entendidos que intervienen en el proceso
de edición?
¿Acaso
los libros salen como los chorizos de esa maquinita clásica de las caricaturas?
Entonces, una vez más, no es cuestión de grandes o pequeños proyectos, no de la
poca o mucha plata que tengamos, ni de
buenas o interesadas intenciones, el problema está en otra parte. En nuestra
cabecita y en el sentido común.
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