jueves, 7 de agosto de 2014

El último mestizo

¿Tiempo de libros?


El autor reflexiona en torno al rol del Estado de cara al libro, a las publicaciones y, por ende, el apoyo o protagonismo en la literatura.



Manuel Vargas 

He recibido algunas críticas a mi anterior entrega titulada Los demasiados libros, porque, claro, cómo puede ser la cosa: quien esto escribe, que vive entre libros y hasta publica algunos, debería estar alegre y agradecido de que el Estado propicie más publicaciones, y mientras más sean los libros y tan escogidos por comisiones de entendidos, mejor…
Cómo es posible, en un país tradicionalmente “iletrado”, criticar diciendo que ya tenemos demasiados libros.
Pero yo no entiendo, por ejemplo, que desde el año pasado, en la misma Feria del Libro de La Paz y en muchos otros espacios, personas de algunas instancias estatales recorran calles y pasillos solicitando a la población donaciones de libros para, supongo, conformar bibliotecas.
¿Qué libros? Cualesquiera, lo que tengamos, lo que nos sobre o ya no nos sirva, supongo. ¿Eso querría decir que dichos libros “cualesquiera” son adecuados para nuestro desarrollo cultural? ¿O que pedimos (por nuestra cultura de que todo hay que “pedir”) como si el Estado fuera tan pobre que no tiene fondos para seleccionar y conformar una buena biblioteca? ¿Qué pasó con el “resultado de la nacionalización”, que podemos pensar en más satélites pero pedimos a la población que nos regale algún librito?
Mi capacidad de comprensión no acepta tantas innovadoras lógicas. Porque ahora quieren publicar 200 títulos de lo mejor que ha producido nuestro país. ¿Cómo se come eso? ¿Por qué no sólo 100, o más bien 500?
Pienso que lo importante no es la cantidad de libros que podamos publicar, sino cómo aprendemos a leer, cómo entendemos los mensajes tanto de los libros como de otros medios, tradicionales y modernos, que nos rodean, nos avasallan, nos seducen o nos aplastan.
¿Qué se está haciendo al respecto? ¿Debemos aprender de memoria los slogans y los discursos? ¿Debemos decir sí agachando la cabeza o más bien llegar a ser seres pensantes y mal pensantes o libre pensantes?
Un día, hace ya unos años, una persona conocida me propuso realizar una selección de cuentos bolivianos para jóvenes, a solicitud del Ministerio de Educación. Yo le dije “claro, lo hacemos, charlaremos, cómo es la cosa”…
Y la cosa era que en una semana debía entregar los originales para imprimir el libro pues lo se necesitaban ya, porque el ministro dijo, porque tiene que distribuirse en la Feria, porque… “Pero yo no puedo hacerlo en tan poco tiempo”. “Tienes que hacerlo”. “Y dónde se va a imprimir, y yo tengo que revisar las pruebas, y…”. “No te preocupes, tú entregas los originales y en el Ministerio vamos a hacer todo…”.
Y me puse a trabajar, y como mi tema son los cuentos y tengo bastante material para escoger, hice en menos de una semana la selección. “¿Con qué imprenta vamos a trabajar?”. “Aquí mismo, en el Ministerio se va a diagramar”.
Y así siguió el trabajo. Nada de imprentas externas, todo se puede hacer en el Ministerio. En uno de esos escritorios había una persona que “sabía”. Acabé mi trabajo. Lo demás corría por cuenta de las imprentas y el propio Ministerio. En una semana ya debían estar listos los libros.
A su tiempo pregunto, averiguo, ¿y cómo es, salieron los libros? Sí, bueno, se han publicado, pero salieron tan mal, que personalmente el ministro ha decidido retirar la edición porque los ejemplares no están presentables.
Es que los libros no se hacen de esa manera, por pura buena voluntad. Claro, es que si se contrataba una imprenta que entiende del tema, significaba pagar más (y el Estado no quiere pagar más) y el proceso de correcciones y revisiones significaba más tiempo (pero el ministro o quién será, necesitaba el producto para ayer). Total, tiempo perdido, plata botada (y todo por ahorrar o por no sé qué ocurrencias).
Otro día, me pidieron realizar un trabajo de edición de un libro de memorias de un conocido político y luchador boliviano. Un interesante y buenísimo libro, que con gusto me puse a revisar, junto con el autor.
“¿Y quién lo va a publicar?” Resulta que el autor era amigo del ministro de Economía, y que éste le estaba haciendo el favor de publicar sus memorias. “¿Y con quién voy a trabajar?”. Pues con un empleado de la oficina del Ministerio. Avanzamos, corregimos… Pero no se puede hacer así, yo tengo que sentarme y hacer una revisión, y luego otra, y luego otra. “No, así nomás lo haremos”. “¿Y en qué imprenta se va a hacer?”. “De eso nosotros nos encargamos”. “Quiero ver una vez más la prueba”. “No, ya no hay tiempo”.
Resultado: se publicó el libro Memorias, de Walter Vásquez Michel. Inclusive con un comentario mío en la contratapa (esto no es cuento). Pero en una pobre y poco profesional edición, porque no había tiempo, porque era un apoyo del ministro, porque claro, un empleado del Ministerio no sabe, no tiene por qué saber, cómo es el proceso de edición de un libro. Y cómo me hubiera gustado que ese libro esté mejor presentado y sin errores y…
Un caso más. Un amigo en el Ministerio de Culturas (¡ya van tres!) me dijo “haremos una antología de cuentos”. De acuerdo, lo vamos haciendo. “¿Y dónde?”. “Aquí en el Ministerio hay una imprenta”. Le presento el material. Avanzamos en el proceso. Que no tengo la aprobación para usar papel, que es un proceso complicado, que tiene que ser una edición sencilla…
Y este amigo realizaba entre otras cosas una serie de pequeñas publicaciones casi con sus propias manos, consiguiendo papel a duras penas, utilizando, aprovechando, la imprentita que “había tenido” el Ministerio. Y yo le dije en algún momento: se supondría que ustedes “están en el poder” y se puede publicar un libro pero bien hecho, mientras que tú estás haciendo estas hojitas impresas como quien no tiene ningún tipo de acceso a nada, como las ediciones alternativas de la gente de a pie…
Para suerte mía, dicho libro nunca llegó a publicarse. ¿Por qué no fui capaz de decir no en todos estos casos? ¿Por qué existe en el Estado esta mentalidad de mendigo, de voluntarismo  y de no gastar y pagar el costo de un trabajo de todos los entendidos que intervienen en el proceso de edición?

¿Acaso los libros salen como los chorizos de esa maquinita clásica de las caricaturas? Entonces, una vez más, no es cuestión de grandes o pequeños proyectos, no de la poca o mucha plata que tengamos,  ni de buenas o interesadas intenciones, el problema está en otra parte. En nuestra cabecita y en el sentido común. 

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