Los fragmentos y el todo
Texto leído en la presentación de la novela El orden del mundo, del uruguayo Ramiro Sanchiz, en la pasada Feria del Libro de La Paz.
Mauricio Murillo
Quiero empezar hablando de un concepto que probablemente
ustedes conocen bien, es el de las cajas chinas. En narración se llama así a
las historias dentro de historias que (ya que una está dentro de otra y así
sucesivamente) extienden la primera narración para meter al medio otras. Más o
menos es como una frase que tiene en su construcción otra frase entre
paréntesis en la que hay otra entre corchetes y en esta última otra entre
llaves. Algo así.
La idea, entonces, es que una narración no solo da
el pie a otra, sino que es el marco en el que ésta se inscribe. Bien, hago
referencia a este recurso porque en El
orden del mundo de Ramiro Sanchiz hay un juego parecido. No creo que sea el
de cajas chinas, sino algo más complejo e interesante.
La historia de la novela comienza simple y se va extendiendo
en la trama pero también en el tiempo de la memoria. Lo que se relata en El orden del mundo es breve, aunque hay
que hacer una precisión: lo que pasa en la novela es breve, pero gracias a la
memoria y a las posibilidades, lo que se relata abarca muchísimo, abarca el
mundo.
Como Ramiro lo marca en la nota final del libro,
hay una novela latente en estas páginas, una lineal, una que es más
convencional, que también sería muy buena, que no se enroscaría tanto en sí
misma, una de las características más notables de El orden del mundo, de esa novela que nos quedó y que tenemos, esa
otra que publicó editorial El Cuervo.
No es mi objetivo resumir la trama del libro, algo
que ustedes mismos podrán hacer al terminar la novela. Me interesa marcar
algunos rasgos que han despertado mi curiosidad como lector y que, por lo
tanto, me han hecho disfrutar El orden
del mundo.
El lenguaje que utiliza Ramiro en esta novela está
muy bien trabajado. Las oraciones largas y compuestas construyen un espacio
intricado que sintetizan el mundo en breves páginas. Desglosarlas, sin
explicarlas, es el oficio que tendrá el lector. De este modo, es una novela
desafiante, en el mejor sentido de la palabra.
Ramiro no tiene una actitud paternalista frente a
su lector, sino que lo reta a entrar en esa comunión que es la lectura para
marcar una suerte de duelo. Si bien el libro tiene muchas descripciones de
teorías, el lector no necesita conocerlas, no está aquí la dificultad, sino en
enfrentare a una obra que no da el lenguaje por sentado y que sabe que el otro,
el del otro lado, el que la activa, el lector no es un pelotudo y que, además,
no necesita saberlo todo, el universo es muy basto y es necesario narrarlo.
Las enumeraciones también matizan el lenguaje
usado en El orden del mundo: a veces,
para hablar del mundo, es necesario fragmentarlo, detenernos en sus detalles,
hablar de lo que lo resume. Al describir los mecanismos internos de las
máquinas también se describe de alguna manera el mecanismo interno del mundo.
Y ahí está la Isla de la Basura, lugar al que el
narrador llega luego de que su helicóptero cae en el mar. En la isla el
narrador permanece poco tiempo (al igual que la narración), pero ésta es el
lugar al que todo llega. La isla es el espacio donde la basura del mundo se
reúne, donde los deshechos de todos los mundos chocan y forman una geografía.
Todas las líneas temporales, imagina el narrador a partir de lo que una mujer
le dice, confluyen en la Isla de la Basura. El océano, en todas las realidades
paralelas, es el mismo, es el cuerpo donde el tiempo y el espacio nadan y
flotan.
Así, en la novela de Ramiro lo fragmentario (de la
novela, de la realidad, de las concepciones propias sobre lo que vivimos, del
pasado, etc.) constituye un todo.
Cada pieza solo puede ser tal al acoplarse a otra.
Solo se puede construir máquinas con las partes de otras máquinas. El narrador
de la novela, al momento de erigir una catedral hecha de basura, reflexiona que
siempre estuvo en la isla, por lo tanto, la isla es el mundo y el mundo, un
laberinto.
Hay una reflexión fundamental sobre las vidas
posibles que tenemos y cómo, el narrador, tiene a la isla como horizonte.
Federico Stahl, el nombre del narrador (nombre clave para la obra ficcional de
Ramiro), intuye los otros Stahl que existen y las vidas que llevan, analizando
distintas posibilidades.
Hay un Stahl que terminó su doctorado, otro que es
músico, otro que se dedicó a reunir aviones viejos. La isla, de este modo, es
la que permite la reflexión al momento de hablar de un vórtice.
El orden del mundo es una novela atípica que no busca
instaurar respuestas, sino preguntas, pero que no se queda en la mojigatería de
pensar que no se puede tomar una posición frente al mundo desde la escritura,
así que instaura una realidad ficcional que, de alguna manera, interpela al
lector. Ya lo dije, en el conflicto que es la lectura es donde podremos re-semantizar
el universo y poder darle sentido o sinsentido a lo que dure ese momento.
Luego de leer la novela, cabe suponer que en alguna
realidad existe algún Mauricio Murillo que está presentado la más reciente
novela de Ramiro Sanchiz. Es muy parecida a lo que está pasando acá. Ustedes
miran a un escritor boliviano leer un papel, atienden un poco a lo que dice, no
entienden mucho, se ríen por pena, casi nada es distinto, pero en algún
momento, todos, o la mayoría, notan algo, algo sutil, algo oscuro y ominoso que
no pueden describir pero que saben que está ahí. En ese momento algo sucede.
Nos vemos en la Isla de la Basura. Que disfruten el libro.
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