La suma poética de Eduardo Mitre (II)
Conclusión del ensayo en el que el autor analiza y desmenuza gran parte de la poesía de Mitre, a partir del libro Obra poética (1965 - 1998).
Adolfo Cáceres
Romero
Luego de
publicar Desde tu cuerpo (1984),
dedicado a su hijo, después de seis años, la entrega de Eduardo Mitre se hace
singular con La luz del regreso,
donde hasta la muerte se cobija en un prodigio verbal. No sé cómo, pero Mitre
logra manejar la diafanidad de sus escenarios en imágenes cristalinas como las
aguas de un manantial.
“Poeta de lo
cotidiano”, lo llama Juan Malpartida. Pienso que es más que eso. La
cotidianidad es transitoria y efímera. Mitre va a lo esencial del tiempo por el
que transita, día tras día. Sáenz dice al respecto: “Qué día, qué hora, en qué lugar, habré encontrado este cuerpo y esta alma
que amo”.
Nadie, si no
Mitre, conoce los atributos de la lírica animada en hechos reales. Tal vez se
le aproxime Antonio Ávila Jiménez, el poeta de Las almas, pero se queda en el umbral de los sueños. Mitre va más
allá, mucho más allá, donde pocos poetas han atravesado el tiempo con tanta
ternura, para tenerlo siempre, dispuesto, al alcance de su voz, en un hálito de
vida, como un soplo o suspiro divino.
A propósito,
¿tendrá algún parentesco Morella,
poema de Antonio Ávila Jiménez, con Moreliana,
de Eduardo Mitre? Comparándolos, podríamos decir que sus autores se complacen
con la palabra llana, sin ornamento retórico. Son líricos por naturaleza; sin
embargo, cuán diferentes.
Primero, para
Ávila Jiménez todas las palabras tienen la misma alcurnia, de ahí que las
escribe con minúscula y casi siempre concluye sus estrofas con puntos
suspensivos. En Morella usa dísticos preferentemente octosilábicos de rima
disonante.
Veamos el canto
V: “morella viene en las noches / de las lámparas azules…! / “alta visión de misterio; / cuerpo esbelto sin substancia; / “morella es nieve en “el mar” / de un sueño de Debussy… // “cuando las aves nocturnas callan / morella dice el secreto sin palabras / de las cosas / que serán siempre ignoradas…”.
Mitre, en
cambio, le da acción, en verso libre de contenido nostálgico. Veamos el
siguiente fragmento: “Recorriendo
taciturno / las calles de Morelia,
recién abierta / la tajante herida de tu ausencia, / me pregunto a quién nombran, / ya
vacantes, / los nombres de los
muertos”.
Yaba Alberto, poema trabajado en cuatro estancias y varios cantos, parte con un
encuentro que trasciende la anécdota. Los verbos, en presente, subyacen en un
momento inolvidable, no solo para el poeta, sino también para quienes pudieron
vivirlo.
Fue un regalo de
la vida que me hizo partícipe de ese encuentro, que Mitre evoca en cuatro
instancias, comenzando con: “Entro en el
bar forastero / distante. / Pido una cerveza / y espero. Por fin / te veo
llegar / delgado y lento / como eras, / como siempre serás”. // “Vacilante
/ de la puerta miras: / Me reconoces: / Descienden / los halcones /
de tus cejas. / Pido otra cerveza”.
Recuerdo que su
padre vivió un corto tiempo más, y así nació esta singular elegía, que en sí es
un canto a la vida.
El peregrino y la ausencia es la culminación de este canto. Tal prodigio se da enraizado en los
poetas del Siglo de Oro español y el singular arpegio de Jorge Manrique. El
deseo, la promesa se da en el hijo que llega a la soñada Granada: “El
viaje que tú y yo nunca hicimos / me
ha sido dado este enero. / Óyeme,
pues, yaba Alberto, / entrar por fin
en Granada, / más que dichoso,
perplejo de ver cómo el destino /
ata y desata / partidas y llegadas, / adioses
y regresos. // “Pero ven tú conmigo;
desanda / el oscuro silencio que nos
separa / que cinco años de muerto
/ tampoco es tan lejos, yaba. / Ven conmigo / al menos en estas palabras / que
de un peregrino son errante / y
cumple tu deseo”.
En diez cantos
se da el gozo del eterno retorno; no eterno, porque no tuviera fin, sino porque
siempre sería repetido. La luz del
regreso es, como dice su título, el poema que mejor ilumina la complejidad
de la nostalgia de lo que uno deja y, luego de un tiempo, se recupera con un
retorno que nos lleva a las entrañas del pasado.
Tal vez la
imagen que mejor expone ese retorno está en el último canto, signado con un
verso de Octavio Paz: “Encontrar la
salida: el poema”, dice, ante lo intrincado de ese tiempo revivido que,
aunque, incompleto o enredado, se salva en la palabra iluminada, es decir, en
el poema.
Transitando por
un nocturno de sangrías, el poeta dice con desplazamiento modernista: “Bajo la misma luz de la infancia / encorvado / por el frío de los años / sobre
la página / a la intemperie / la
memoria tatuada / por lo amado y perdido / busco el poema: / tenue hilo de
Ariadna”.
En Líneas de otoño (1993), el oficio del poeta se da con nuevos recursos. A esta
altura Mitre no sólo es un hombre mayor, conocedor de los innumerables secretos
de la vida, sino también un consumado esteta; sin embargo, no sale reflexivo y
sereno a la manera de Neruda y su Memorial
de Isla Negra, sino que tiene la serenidad y la sabiduría del viajero que
está cerca a la meta.
Estos poemas son
el preludio para lo que vendrá a partir de Camino
de cualquier parte (1998).
Próximo a acabar el siglo XX, para ingresar, además, en un nuevo milenio,
Mitre, que ya ha cumplido con gran parte de su cometido poético, cada vez más
solo, no cesa de soñar con los paisajes de su memoria. El viento, es un prodigio hecho de palabras, desde su gestación: “Pasa por la calle. / Como al comienzo: / camino a cualquier parte”.
¡Ah! Lo que
viene después no es para pergeñar en unas cuantas líneas. Cada poema conforma
una entidad de emociones, donde hasta la fantasía se hace realidad; en cierto
modo, el poeta ha llegado a la cima de su canto. Hay que leer el soplo de ese
viento varias veces para sentirlo, en cada uno de sus impulsos. Podemos afirmar
que hemos llegado a la suma poética de Mitre. Ese “Viento”, trasciende las
imágenes borgianas: “Sembrador de
reflejos, / segador de miradas, /
pasa por los espejos / sin que le vean la cara”.
Es el viento
mitreano y sólo puedo ofrecerles estos fragmentos para comprender la notable
producción de este poeta. Todo lo que vimos emerge de una epopeya de lo
cotidiano, que se concreta en una visión peculiar de los elementos de la vida.
Veamos otro
fragmento más, que se complementa con otros poemas (Cielo, La lluvia, Verano) que también surgen con la fuerza
evocativa de sus elementos: “Pisa el
pasado y camina / --a zancadas— / por los techos de calamina / de la infancia.
// “Entra en el Altiplano: descarga / la luna, una cesta de astros, / y se
lleva las nubes / y el tiempo en la espalda”.
Obra Poética (1965-1998) es un compendio de momentos vividos. Es como una singular vía en ocho
estaciones, por donde transitamos en un recorrido de 33 años. Gratos y
memorables en este libro.
Para concluir,
sólo me resta añadir que dos momentos más forman parte de estos poemas, con
exclusividad, a pesar de haber andado sueltos. Aquí permanecerán, señeros,
pulcros y oportunos, para señalar la ruta del poeta. Hablo de dos poemas:
conmemorativo, uno de ellos: Carta a la
innombrable, que se da como un saludo reverente a la obra de Juan Rulfo, y Testamento, reflexivo, filial, dirigido
a sus hijos.
Todavía hay
tanto por decir; sin embargo, ahora ya nos encontramos dispuestos a desplegar El paraguas de Manhattan (2004) e ingresar, luego, en sus Vitrales de la memoria (2008) y Al paso del instante (2009)
que, Dios mediante, serán motivo de otro encuentro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario