jueves, 7 de agosto de 2014

Sombras nada más

Bar Karaoke


Los entresijos de este poemario, nos perseguirán por mucho tiempo, dice el autor sobre la obra de la mexicana Cecilia Juárez.


Gabriel Chávez Casazola

¿No podían haberse quedado las cosas inmóviles? / ¿Buenas en su basalto? / ¿No podían haberse quedado las cosas? Esas preguntas se hace y nos hace, en su más reciente libro, Bar Karaoke, la poeta mexicana Cecilia Juárez, casi como de paso, como quien no supiera de la gravedad de lo que dispara. 
Pero no. Ella, su escritura, sí que saben que estamos en una trampa / de la que no se puede escapar, pues las cosas no se quedan quietas nunca, ni tampoco nosotros, los que las observamos por la ventanilla para preguntar quién / sostiene la luna y con qué mecanismo.
El vicio natural de la movilidad nos empuja hacia abajo -diez, veinte, /treinta pisos, hasta el charco sucio de la cama- y hacia adelante, por una carretera presurosa de líneas inhalables. Es el cuadro de este tiempo: hacia abajo y hacia adelante, down and forward, y al pintarlo la luna no está por ningún sitio.
Donde tú ves amor, yo veo una juerga que termina, dice. Es la hora del desencanto. La resaca en el motel, después de haber cantado toda la noche, toda la alta y la baja noche, en un bar karaoke, la canción más dolorosa del catálogo.  
A la manera de esa canción son estos poemas a veces, y entonces nos vacían despacio / como la bañera sin corcho / que transforma su calma /en un tifón que se extingue.
Pero otras, cuando miran hacia atrás en el descapotable, a la gloriosa edad de Elvis y del joven Brando, los poemas de Cecilia (nacida en 1980) son La inyección. / Un momento de gloria. / Las mangas de la camisa flotando contra el aire / a bordo del Chevrolet del 57 / y una sospecha  / minúscula de que la vida es buena / en alguna de sus partes.
Orinamos sobre un prado azul, / el aire nos sopla nombres en los labios.
No somos tan tristes como planeamos, es verdad, y esta escritura tampoco. Una marca vibrante y vital hay en ella que la rescata del pesimismo, de la abominación y la desolación, del charco sin luna, de moteles penúltimos, del retrato de (la mala) época.
No siempre hay que llorar por alguien, / no siempre las deudas salen de la piscina / por otro trago / y llenan / el cuarto / de agua. También son posibles la risa y el olvido, o sacar a pasear una mañana, para que tome algo de sol, la belleza llevada y guardada bajo llave.
Mas también es posible el revólver: Donde tu viste amor, / yo / vi la mano / que se hacía una / con el arma.
Atrevida, descontraída, irreverente, curada de espanto y sin embargo… -Mira que volver a Elvis a los 30, mira / que los treinta como un mandamiento, / mira / que entrar a los moteles /a estas alturas / a cantar- la poesía de Cecilia Juárez es como un arma cargada de pasado o una jeringuilla hipodérmica. Y su voz se hace cargo de esa carga: Yo pesqué ese pez, soy para siempre responsable / de lo que he domesticado.
Pero claro, si hay un arma en el primer acto, asegúrate / de que dispare en el tercero. Después de leer Bar Karaoke (Mirabilis, 2014), de sentarnos a su barra, su lectura nos dejará un rastro en el torrente, y sus entresijos nos perseguirán por mucho tiempo, como en esos domingos / en que nadie está cerca y la cortina se mueve lento / con el aire que sopla desde cierto sitio oculto / en el silencio de una casa entera.


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