jueves, 28 de agosto de 2014

Etc.

Una observadora que roba diálogos


Reseña e introducción de Chimamanda Ngozi Adichie, una joven y muy talentosa escritora nigeriana.



Carlos Decker-Molina 


Cuando llegué a Estocolmo, había un boliviano que lucía una cabellera larga y, sin tener rasgos pronunciadamente indígenas, se hacía llamar El Indio.
El apelativo le abrió la puerta de bares y salas de baile. Estaba claro que su exótica identidad era el señuelo para atraer, sobre todo, a suecas rubias.
Pasó el tiempo y en la primera apertura democrática El Indio volvió a Bolivia. La cabellera larga, su indigenismo, acentuado en Suecia como publicidad de un producto, no le sirvió de nada. Vuelto al exilio sueco, tras el golpe de García Meza, contó que no tuvo la valentía que le sobraba en Suecia para hacer alarde de esa parte de su identidad.
Otro boliviano llegó con su familia y acompañado de su “sirvienta”, un oficio, una función o un empleo inexistente en Suecia que había eliminado el servilismo. El primer problema fue compartir mesa y vivienda (que no sea el cuartucho del patio) con la sirvienta.
Estas dos referencias me sirven para introducir a la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie que en su último libro (Americanah) toca estos temas que podríamos resumirlos en tres palabras: raza, clase e identidad.
Chimamanda es nigeriana, pero la novela Americanah bien podría ser boliviana o de otro país latinoamericano parecido.
La producción de la nigeriana no es muy grande, tiene cuatro libros traducidos al español (la conocí en versión sueca): La flor púrpura (Grijalbo), Medio sol amarillo (Mondadori), Algo alrededor de tu cuello (Random House - cuentos y relatos) y Americanah (Random House).
De este conjunto sobresale como su obra maestra Medio sol amarillo que cuenta la guerra de Biafra a través del relato de dos hermanas gemelas que eligen diferente. Es una novela que relata una gran historia mientras que Americanah consigue que el lector cambie la manera de ver el mundo sin necesidad de someterse a una obra maestra.
Americanah tiene brillo literario, sin iluminar. Como Medio sol amarillo, nos acerca al tema actual de la identidad nacional tan entreverada con conceptos como identidad, clase, nacionalidad, raza y etnia, sobre todo en Europa, llena de afuerinos, su importancia deviene porque no es fácil escribir una novela con conceptos más próximos a la sociología.
En EEUU, la raza es un término vigente que clasifica a la gente por el color de su piel, es decir es un racismo no biológico (porque éste no existe), diríamos que es administrativo pues en él se integra el concepto hispanic como si fuera raza.
El título de la novela, Americanah, con esa hache final, hace referencia al apodo que se emplea en Nigeria para referirse a los inmigrantes retornados de EEUU, una forma de ridiculizar sus nuevas costumbres.
Ifamelu, la protagonista de la novela, no renuncia a su identidad africana durante su estancia en EEUU; es más, es desde la distancia cuando más se convence de la importancia de sus raíces.
Nosotros que salimos masivamente a Europa en los años dictatoriales, aprendimos que aparte de bolivianos o chilenos somos latinoamericanos. Los bonaerenses que califican de “cabecitas” a los “bolitas” pasaron, en Suecia, a ser los svartskallar (cabezas negras) o invandrare (inmigrantes). Los argentinos y uruguayos, a pesar de sus antepasados europeos, fueron igualados, por la imprecación, con nosotros que lucimos (lucíamos) cabelleras negras y proveníamos de países indo-mestizos.
La importancia del tema “racial” se presenta en Americanah de una manera natural, elude los estereotipos, y las relaciones de la protagonista con hombres blancos y negros se presentan normales como son en la vida real.
Todos sabemos que la vida es complicada, la autora nigeriana solventa esa complejidad de manera efectiva debido a su prosa sencilla y natural. Esa frescura le permite formular críticas tanto a la cultura occidental, sobre todo estadounidense, como a la nigeriana evitando el maniqueísmo que para muchos escritores suele tener un atractivo por su facilidad pedagógica.
Una cita de Americanah: “En EEUU existe el racismo, pero, los racistas están perdidos. Pertenecen al pasado. Creen que el racista es el malvado blanco que se ve en las películas que reproducen la lucha por los derechos humanos y civiles. Pienso que las maneras de expresar el racismo han cambiado. Es decir, si ya nadie lincha a otro no quiere decir que no haya racistas. Se necesita que alguien diga que los racistas no siempre son monstruos, son padres con familias a las que quieren, es gente común que paga sus impuestos. Por eso, alguien debe tener la función de juez que decida quién es racista y quién no. Quizá es hora de eliminar la palabra y encontrar algo nuevo, por ejemplo, el síndrome de la “razafobia” que puede clasificarse por sus síntomas que pueden ir de suave a grave”, escribe Chimamanda con ironía.
La obra de la nigeriana es un extraordinario aporte a la literatura universal. Los lectores que aún no la conocen la pueden aprender a identificar por su bien elaborado texto (muy difundido en las redes sociales, en su versión en inglés) titulado: “El peligro de una sola historia”, dicho en 2011 en ocasión de una video- conferencia.
Dijo, entre otras cosas: “Siempre he pensado que es imposible compenetrarse con un lugar o una persona sin entender todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia de la historia única es ésta: Roba la dignidad de los pueblos, dificulta el reconocimiento de nuestra igualdad humana, enfatiza nuestras diferencias en vez de nuestras similitudes”.
En algunos lugares de América Latina existe la tendencia de remplazar la historia única por otra nueva que también se asume como única, cuando somos producto de ambas o más historias.
Chimamanda Gnozi Adichie nació en 1977 en Enugu (Nigeria) y radica entre Lagos, Londres  y Nueva York. Estuvo en Estocolmo en el Festival de Literatura del Museo de Arte  Moderno en 2013 cuando dijo a la prensa: “Mi escritura se inicia en la realidad. Soy una observadora, oigo y robo diálogos que escucho a mí alrededor”.
Miré su cabellera tan africana y pensé en Ifamelu, el personaje principal de Americanah: “Amo la cabellera que Dios me ha dado”. En EEUU los afroamericanos hacen “planchar” sus cabelleras para occidentalizarse; los latinoamericanos se hacen llamar El Indio en Suecia, pero les da vergüenza en su propio país; muchas mujeres morenas se tiñen de rubias… hay mucho que pensar al respecto.





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