Una observadora que roba diálogos
Reseña e introducción de Chimamanda Ngozi Adichie, una joven y muy talentosa escritora nigeriana.
Carlos Decker-Molina
Cuando
llegué a Estocolmo, había un boliviano que lucía una cabellera larga y, sin
tener rasgos pronunciadamente indígenas, se hacía llamar El Indio.
El
apelativo le abrió la puerta de bares y salas de baile. Estaba claro que su
exótica identidad era el señuelo para atraer, sobre todo, a suecas rubias.
Pasó
el tiempo y en la primera apertura democrática El Indio volvió a Bolivia. La cabellera larga, su indigenismo,
acentuado en Suecia como publicidad de un producto, no le sirvió de nada.
Vuelto al exilio sueco, tras el golpe de García Meza, contó que no tuvo la
valentía que le sobraba en Suecia para hacer alarde de esa parte de su
identidad.
Otro
boliviano llegó con su familia y acompañado de su “sirvienta”, un oficio, una
función o un empleo inexistente en Suecia que había eliminado el servilismo. El
primer problema fue compartir mesa y vivienda (que no sea el cuartucho del
patio) con la sirvienta.
Estas
dos referencias me sirven para introducir a la escritora nigeriana Chimamanda
Ngozi Adichie que en su último libro (Americanah)
toca estos temas que podríamos resumirlos en tres palabras: raza, clase e
identidad.
Chimamanda
es nigeriana, pero la novela Americanah
bien podría ser boliviana o de otro país latinoamericano parecido.
La
producción de la nigeriana no es muy grande, tiene cuatro libros traducidos al
español (la conocí en versión sueca): La
flor púrpura (Grijalbo), Medio sol
amarillo (Mondadori), Algo alrededor
de tu cuello (Random House - cuentos y relatos) y Americanah (Random House).
De
este conjunto sobresale como su obra maestra Medio sol amarillo que cuenta la guerra de Biafra a través del
relato de dos hermanas gemelas que eligen diferente. Es una novela que relata
una gran historia mientras que Americanah
consigue que el lector cambie la manera de ver el mundo sin necesidad de
someterse a una obra maestra.
Americanah
tiene brillo literario, sin iluminar. Como Medio
sol amarillo, nos acerca al tema actual de la identidad nacional tan
entreverada con conceptos como identidad, clase, nacionalidad, raza y etnia,
sobre todo en Europa, llena de afuerinos, su importancia deviene porque no es
fácil escribir una novela con conceptos más próximos a la sociología.
En
EEUU, la raza es un término vigente que clasifica a la gente por el color de su
piel, es decir es un racismo no biológico (porque éste no existe), diríamos que
es administrativo pues en él se integra el concepto hispanic como si fuera raza.
El
título de la novela, Americanah, con
esa hache final, hace referencia al apodo que se emplea en Nigeria para
referirse a los inmigrantes retornados de EEUU, una forma de ridiculizar sus
nuevas costumbres.
Ifamelu,
la protagonista de la novela, no renuncia a su identidad africana durante su
estancia en EEUU; es más, es desde la distancia cuando más se convence de la
importancia de sus raíces.
Nosotros
que salimos masivamente a Europa en los años dictatoriales, aprendimos que
aparte de bolivianos o chilenos somos latinoamericanos. Los bonaerenses que califican
de “cabecitas” a los “bolitas” pasaron, en Suecia, a ser los svartskallar (cabezas negras) o invandrare (inmigrantes). Los argentinos
y uruguayos, a pesar de sus antepasados europeos, fueron igualados, por la
imprecación, con nosotros que lucimos (lucíamos) cabelleras negras y
proveníamos de países indo-mestizos.
La
importancia del tema “racial” se presenta en Americanah de una manera natural, elude los estereotipos, y las
relaciones de la protagonista con hombres blancos y negros se presentan normales
como son en la vida real.
Todos
sabemos que la vida es complicada, la autora nigeriana solventa esa complejidad
de manera efectiva debido a su prosa sencilla y natural. Esa frescura le
permite formular críticas tanto a la cultura occidental, sobre todo estadounidense,
como a la nigeriana evitando el maniqueísmo que para muchos escritores suele
tener un atractivo por su facilidad pedagógica.
Una
cita de Americanah: “En EEUU existe
el racismo, pero, los racistas están perdidos. Pertenecen al pasado. Creen que
el racista es el malvado blanco que se ve en las películas que reproducen la
lucha por los derechos humanos y civiles. Pienso que las maneras de expresar el
racismo han cambiado. Es decir, si ya nadie lincha a otro no quiere decir que no
haya racistas. Se necesita que alguien diga que los racistas no siempre son
monstruos, son padres con familias a las que quieren, es gente común que paga
sus impuestos. Por eso, alguien debe tener la función de juez que decida quién
es racista y quién no. Quizá es hora de eliminar la palabra y encontrar algo
nuevo, por ejemplo, el síndrome de la “razafobia” que puede clasificarse por
sus síntomas que pueden ir de suave a grave”, escribe Chimamanda con ironía.
La
obra de la nigeriana es un extraordinario aporte a la literatura universal. Los
lectores que aún no la conocen la pueden aprender a identificar por su bien
elaborado texto (muy difundido en las redes sociales, en su versión en inglés)
titulado: “El peligro de una sola historia”, dicho en 2011 en ocasión de una
video- conferencia.
Dijo,
entre otras cosas: “Siempre he pensado que es
imposible compenetrarse con un
lugar o una persona sin entender
todas las historias de ese lugar o esa persona. La consecuencia de la historia única es ésta: Roba la dignidad de los
pueblos, dificulta el
reconocimiento de nuestra igualdad humana, enfatiza
nuestras diferencias en vez de
nuestras similitudes”.
En algunos lugares de América Latina existe la tendencia de
remplazar la historia única por otra nueva que también se asume como única,
cuando somos producto de ambas o más historias.
Chimamanda Gnozi Adichie nació en 1977 en Enugu (Nigeria) y radica
entre Lagos, Londres y Nueva York.
Estuvo en Estocolmo en el Festival de Literatura del Museo de Arte Moderno en 2013 cuando dijo a la prensa: “Mi
escritura se inicia en la realidad. Soy una observadora, oigo y robo diálogos
que escucho a mí alrededor”.
Miré
su cabellera tan africana y pensé en Ifamelu, el personaje principal de Americanah: “Amo la cabellera que Dios
me ha dado”. En EEUU los afroamericanos hacen “planchar” sus cabelleras para
occidentalizarse; los latinoamericanos se hacen llamar El Indio en Suecia, pero les da vergüenza en su propio país; muchas
mujeres morenas se tiñen de rubias… hay mucho que pensar al respecto.
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