domingo, 5 de abril de 2015

Crítica

Vadik Barrón: poética de la fuga

Reproducimos este texto, publicado en la revista digital de poesía Los poetas del cinco, sobre el libro ganador del Premio Nacional de Poesía “Yolanda Bedregal”.



Miladis Hernández Acosta

Si queremos un mundo nuevo tenemos que acabar con este, sentencia Vadik Barrón para presentarse en un mundo que ya no le sirve: un Universo apagado, sin frutos, sin futuro y sin amaneceres; por tanto: un Cosmos sin asidero del cual hay que salir, y obviamente buscar -otro- donde el hombre, en este caso -el artífice sin puerto- seguro de sí, logre crear una especie de vida yuxtapuesta, con otros referentes y otros espacios donde comenzar otra vez: desde el principio, sin expulsiones, sin destierro primigenio donde el hombre se sienta cabalmente satisfecho.
El arte de la fuga es de antemano un poemario de muchos paradigmas, surtido por una voz que habla en primera persona para ahondar en los problemas fieros de su existencia mostrando una latente aseveración de los males que confluyen en su entorno.
Este autor busca nuevos sedimentos de vida, novísimos territorios para deglutir la realidad: una realidad por supuesto nada complaciente que lo insta a la fuga, al escape, a huir y al mismo tiempo a extrapatriarse de sí­; de ahí que erige un discurso que visualiza posibles ambientes para, con mucha precisión y agudeza formal, expandir sus utopías.
Con la fuga hace patente la necesidad de encontrarse con su yo, y al mismo tiempo reproducirse como arquetipo del Ser que busca otras conexiones. Digamos que rebusca una semiótica de la dejadez, del envés, de lo que puede estar en otra parte, de lo que ya no representa materia tangible para realizarse y consumar lo que quiere en esta “su existencia”.
Vadik Barrón cuestiona, indaga, y cree divisar las presuntuosas salidas. El trascendente de esta poética está en el alcance, en la clarividencia, en el desenfado para deliberar un discurso nada halagador, nada artificioso: una soflama sustancial que examina de forma transgresora ese cataclismo que es el mundo de las ideas y dentro de sus categorías -la negación dialéctica- de lo que puede estar quedando obsoleto, degradado, y viejo.
En esa su representación del Universo hace ostensible su magistratura escritural optando por una logicidad discursiva, por un nomológico que no se contenta con habitar en este planeta porque se ha percatado de la catastrófica situación global.
El tiempo que Barrón domina es un tempo que va en dirección contraria a nuestra miserable percepción de pájaro viudo.
Su tiempo es dual, y está suministrado -claramente- en otra geografía: en los terrenos de la poesía, en el vuelo anchuroso del pájaro como símbolo genuino de libertad y escape seguro.
Defino este poemario como poética del ostracismo, del confinamiento, de notables recursos filosóficos, simbólicos e ideoestéticos, de profundos valores semánticos y especulativos.

Soy mi destino y miles de albercas distribuidas de manera equidistante
entre las ciudades-hospicios del fin del mundo

Vadik escapa de las charcas, de la poquedad, de la pequeñez, y de las mediocres circunstancias. Como todo “Ser cuestionador” su poesía es vigilia, concepto, y cosmología que no descansa en leyes sino en formas propias de la observación individual. 

No me preguntes qué año es, qué país es este,
a dónde ir a parar con mi chusco remedo de aleteo

Vuelve al facsímil del aletear, de abandonar con su vuelo un tiempo que ya sabe que no existe, un país, un epicentro que no lo conmueve: una nación que no le ofrece garantías.
Notorio también es que ve en las ruedas otro modo de escape, una extraña solución para enajenarse y disolverse como entidad cósmica. Las ruedas como ancilares de la fortuna, del anillo, de lo que gira y ayuda a propagar la energía, como apotegma de que todo tiene que voltear nuevamente, el mundo, las sociedades globales, los sistemas económicos, el hombre, las ideas, y todo cuanto necesite -igualmente- regenerarse.
Este poeta sabe que la inmolación pasó de moda, no le interesa ser el héroe, ni mucho menos aseverarse como el superhombre, el titán del presente. Vadik precisa de antemano de una arqueología futurista.
Su búsqueda es antropológica, cósmica y un tanto divina cuando se autoreconoce como un ente que ha sobrevivido una postcrucifixión para gestar disímiles interconexiones espaciales donde la libertad espiritual sea el único contexto visible.

Su misión imposible es ejercer la humanidad,
convertirse en pequeños exploradores
suspendidos en el corazón de la oscuridad
a la espera de que nuestra preclara estupidez nos vuelva a iluminar
otra vez y para siempre.

Como Kant, sostiene una representación que asiste esencialmente al sujeto, pero este “sujeto” lírico busca luminosidad por encima de esa oscuridad que pende de las emociones. Resplandor en los acontecimientos, conciencia lucida de los fenómenos para ni siquiera enfrentarlos: sino para separarse de ellos, alejarse de los poetas, de la noche y de la melancolía.
(Fluorescencia para distanciarse de las almas perdidas, de las noticias, de los mercantilistas, la displicencia, la domesticación, y todos los absurdos embates de la mediocridad humana).

Hay en este libro una precognición de los fenómenos, por ende la voz que escribe es antesala para fraguar una morfología de los sucesos angulares no -precisamente- identitarios sino esencialmente universales. El arte es para él un suicidio en sí mismo, y la posteridad un dispositivo de fuga. Dejémoslo sin miedo traspasar todos los espacios que anteriormente fueron salvados por la música. 

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