A la sombra de Genoveva
Una novela impecable, un personaje entrañable. 98 segundos sin sombra de Giovanna Rivero.
Martín Zelaya Sánchez
“Yo tengo la obsesión del viaje. Siempre creo que voy a
solucionar todo yéndome”. Bien puede aplicarse esta cita de Adolfo Bioy Casares
para sintetizar 98 segundos sin sombra,
la más reciente novela de Giovanna Rivero, acaso el libro boliviano más reseñado
y elogiado de los últimos años.
Genoveva odia a su padre, soporta apenas a su madre, quiere
a su abuela y adora a su pequeño hermano Nacho. Genoveva es una adolescente que
vive en Therox, el culo del mundo, un pueblo cruceño (¿Montero?) enfrentado al
boom del narcotráfico de los años 80, y en el que el líder de una secta religiosa
esotérica rompe la monotonía de las mujeres prometiéndoles “la salvación a
través de la trascendencia”.
Genoveva crece, cambia, madura mientras trata de entender el
mundo, la vida y a sí misma a partir de un admirable poder de observación y
abstracción (quizás aquí se halle el principal vínculo autora-personaje,
Giovanna-Genoveva).
Genoveva lleva un diario de vida en el que vacía sus
pensamientos y sentimientos, un cuaderno en el que se vacía para evitar el
vacío. (¿No es eso lo que hace todo escritor?). “Esta agenda es para mí lo que
el tubo de oxígeno para Clarita”, escribe, en referencia a su tísica abuela
agonizante, a la que, ante la terca demora de la parca, ayuda a dar el paso
final.
Hay una historia detrás de las historias que vive y cuenta
Genoveva: la de un pueblo, de una sociedad, de una región… la de un país, en
fin, pero en el trasfondo, además, la historia de un microcosmos que puede a la
vez hacerse un macro-universo.
Hay una historia -indudablemente- de fugas, e intereses, de
salir, de perderse, de trascender… un trasfondo de viaje perpetuo y salvador,
como el del buen Bioy.
Genoveva se escapa para siempre con su hermanito y su
maestro, cuando ya no puede hacerlo, cada día, cada hora con su diario, con las
canciones de Queen, ni con Inés (su mejor amiga), cuando ni la muerte, está
segura, podría arrebatarle de su anodino universo.
Paralelos
Algunas coincidencias en lectura y tiempo. La nueva novela
de Rivero (febrero de 2014) es casi un monólogo como Soliloquio del conquistador (agosto de 2014) de Carlos Mesa, y está
fuertemente asentada en los personajes, como Todos somos familia (septiembre de 2014) de Gonzalo Lema.
No obstante, hay que decirlo claramente, desde los primeros
párrafos se advierte que esta es una novela muy superior a aquellas dos y la
mayoría de las recientemente (desde hace al menos dos o tres años) publicadas
en el país; una novela bien concebida, arduamente trabajada y plasmada con
talento e idoneidad.
Novela de personajes, decíamos. Veamos:
Padre: Izquierdista trasnochado, suicida fallido y amargado…
un hombre fracasado e inmutable. “Padre desprecia la vida -dice la narradora-.
No lo dice, pero suda desprecio. Nada salió como él quería; aunque, exceptuando
a la soga fallida, nadie en casa tiene claro qué es lo que él quería y qué es
lo que ha salido tan mal”.
Madre: Frustrada ama de casa a la sombra de un matrimonio
fatuo.
Clara Luz: Psíquica, vudú, mística, bruja que agoniza con
sus pulmones podridos.
Inés: la amiga y confidente de Genoveva, sucumbe a la
anorexia y languidece en su habitación. “Debería hacer como Inés que si tiene
que vomitar, vomita, sin culpa. Uno no debería tragarse las peores cosas de
este mundo, dice Inés, la boca ácida, y yo estoy de acuerdo”.
Irse de viaje con un libro… sin moverte de casa, a veces es
mejor que cualquier periplo real, y qué mejor si lo haces de un tirón, pues es
clara muestra de la contundencia y habilidad del autor. Es hermoso toparse con
estos libros… es terrible terminarlos.
“Es horrible despedirte. Y al mismo tiempo saber que te vas
a ir, que estás cortando los hilos, te hace abrir los ojos”, dice Genoveva, la
siempre lúcida e irremediablemente melancólica Genoveva (“la tristeza es
hereditaria e incurable”, escribe en su inseparable cuaderno), personaje
entrañable, desde ya, de nuestra literatura.
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