sábado, 11 de abril de 2015

Artículo

Teixidó, tejedor de personajes

Una breve pero completa introducción a la vida y obra de un narrador boliviano radicado hace mucho en el exterior y, tal vez por ello, poco conocido por los lectores locales.

 
Alfonso Gumucio, Renato Prada y Raúl Teixidó en Barcelona.
Alonso Gumucio Dagron

El escritor boliviano Raúl Teixidó, radicado cerca de Barcelona, está en Bolivia luego de muchos años de ausencia. Llegó para presentar en La Paz, Cochabamba, Sucre y Santa Cruz de la Sierra su más reciente libro de relatos, Viajeros del atardecer (Plural, 2014).
El melancólico título Viajeros al atardecer evoca al menos dos leit motiv en la obra de Teixidó: por una parte los itinerarios inexorables que juntan o separan personajes a la manera de los de las películas del director griego Angelopoulos, y por otra la inevitabilidad de lo que acaba, de los días que terminan precipitándose en la noche. El tiempo finito en el destino frágil de los seres humanos.
Como otros libros anteriores, este es parte de ese mundo tejido laboriosamente por Teixidó (teixidor es, en catalán, “tejedor”). El escritor teje sus personajes como un artesano con fiebre de perfección porque le dedica el tiempo necesario a cada palabra, a la manera como las palabras dialogan entre sí, se ordenan y se apoyan para darle sentido a una idea y belleza a una expresión.
En sus relatos el autor despliega una fina capacidad para construir diálogos y descripciones que permiten al lector imaginar su propia película: sentir el calor o la humedad, vislumbrar un rostro de mujer o dibujar un árbol en una esquina. Son relatos pensados como secuencias de filmes. Además cada narración le permite a Teixidó hacer disquisiciones filosóficas y literarias que no tienen otro objetivo que revelar su posición e invitar al diálogo.
Los personajes de Teixidó son una suerte de alter ego del autor. En todos reconocemos rasgos comunes: el amor por la literatura y el pensamiento, la idealización de una mujer joven, la incertidumbre frente a las decisiones que el destino parece tomar por uno, y la idea de que las cosas cambian para seguir igual, plus ça change... 
La obra de Teixidó es prácticamente desconocida en Bolivia, a pesar de que se ha publicado aquí en su integridad. Esto se debe en parte a la personalidad introvertida del autor, que no hace aspavientos como otros que con un primer libro ya pretenden el estrellato. Raúl es un hombre discreto, una especie de lobo estepario, como ya lo califiqué años atrás.
El escritor, quien ha ejercido además como abogado, bibliotecario y profesor de historia, tiene una larga trayectoria literaria desde que en 1965, hace 50 años, ganó el Premio Nacional de Cuento Edmundo Camargo con El sueño del pez. Un motivo adicional para celebrar ahora su visita como se merece.
La obra narrativa de Teixidó es sólida. En 1969 publicó Los habitantes del alba, y un año más tarde la novela El emisario. Luego de un periodo de silencio prolongado publicó en 1979 los relatos de La puerta que da al camino, y volvió a retraerse durante 12 años hasta que en 1991 apareció su libro En la isla y otras narraciones.
Desde entonces no ha cesado de publicar: Jardín umbrío (1994), A la orilla de los viejos días (1995), Vuelos migratorios (1997), Neón y terciopelo (2001), Cuento de otoño (2006) y Una travesía (2008).
He comentado en otras oportunidades varios de estos libros y mantengo con Raúl una amistad que se remonta a 1969 cuando publicó Los habitantes del alba. Tuve la osadía entonces de pedirle una versión “resumida” de ese relato para publicarla en la Revista Nacional de Cultura. En lugar de mandarme al diablo (yo lo hubiera hecho), tuvo la modestia y la paciencia de reducir el texto para que pudiera publicarse.
A partir de allí mantuvimos una correspondencia frondosa y regular, primero entre Sucre (donde él radicaba) y La Paz (donde yo vivía), y posteriormente -cuando se fue definitivamente a Catalunya- entre Igualada donde reside y el lugar donde yo estuviera en este pequeño planeta. Sus cartas me llegaban a Nigeria, a Guatemala, a Haití, a Mozambique, a Brasil, a México o a Nicaragua, donde tuve estadías prolongadas.
Nuestros encuentros en La Paz, en Barcelona y en Ciudad de México, sirvieron para estrechar esa amistad que nació y creció entre intercambios epistolares que darán para un libro de memorias. En uno de esos encuentros, en Barcelona, lo introduje al mundo de internet, abrimos su cuenta de correo electrónico, una cuenta de Twitter y un blog donde publica regularmente sus textos sobre cine y su prosa poética.
Su afición por el cine fue uno de los temas de intercambio más constantes. Su conocimiento de la cinematografía mundial es solo comparable a su conocimiento de la literatura de todas las regiones.
Desde hace años suele compartir conmigo sus gustos literarios y cinematográficos. Con frecuencia, me envía libros que ha leído directamente en inglés, en los que distingo discretamente marcadas con lápiz algunas pocas palabras que tuvo que buscar en el diccionario, lo que denota que lee perfectamente en ese idioma.
Con Viajeros del atardecer tengo una relación especial, quizás mayor que con los libros anteriores ya que fui, en la distancia, cómplice del crecimiento de esta obra y contribuí con el texto de la contratapa, la fotografía del autor (tomada durante una visita que hizo Raúl a México), y la foto de la portada, que tomé en Praga en un amanecer de invierno. Praga es una ciudad emblemática para Raúl Teixidó, pues sus calles están impregnadas de los pasos de Kafka, uno de sus autores favoritos.


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