Teixidó, tejedor de personajes
Una breve pero completa introducción a la vida y obra de un narrador boliviano radicado hace mucho en el exterior y, tal vez por ello, poco conocido por los lectores locales.
Alonso
Gumucio Dagron
El
escritor boliviano Raúl Teixidó, radicado cerca de Barcelona, está en Bolivia
luego de muchos años de ausencia. Llegó para presentar en La Paz, Cochabamba,
Sucre y Santa Cruz de la Sierra su más reciente libro de relatos, Viajeros del atardecer (Plural, 2014).
El
melancólico título Viajeros al atardecer
evoca al menos dos leit motiv en la
obra de Teixidó: por una parte los itinerarios inexorables que juntan o separan
personajes a la manera de los de las películas del director griego
Angelopoulos, y por otra la inevitabilidad de lo que acaba, de los días que
terminan precipitándose en la noche. El tiempo finito en el destino frágil de
los seres humanos.
Como
otros libros anteriores, este es parte de ese mundo tejido laboriosamente por
Teixidó (teixidor es, en catalán,
“tejedor”). El escritor teje sus personajes como un artesano con fiebre de perfección
porque le dedica el tiempo necesario a cada palabra, a la manera como las
palabras dialogan entre sí, se ordenan y se apoyan para darle sentido a una
idea y belleza a una expresión.
En
sus relatos el autor despliega una fina capacidad para construir diálogos y
descripciones que permiten al lector imaginar su propia película: sentir el
calor o la humedad, vislumbrar un rostro de mujer o dibujar un árbol en una
esquina. Son relatos pensados como secuencias de filmes. Además cada narración
le permite a Teixidó hacer disquisiciones filosóficas y literarias que no
tienen otro objetivo que revelar su posición e invitar al diálogo.
Los
personajes de Teixidó son una suerte de alter
ego del autor. En todos reconocemos rasgos comunes: el amor por la literatura
y el pensamiento, la idealización de una mujer joven, la incertidumbre frente a
las decisiones que el destino parece tomar por uno, y la idea de que las cosas
cambian para seguir igual, plus ça change...
La
obra de Teixidó es prácticamente desconocida en Bolivia, a pesar de que se ha publicado
aquí en su integridad. Esto se debe en parte a la personalidad introvertida del
autor, que no hace aspavientos como otros que con un primer libro ya pretenden
el estrellato. Raúl es un hombre discreto, una especie de lobo estepario, como
ya lo califiqué años atrás.
El
escritor, quien ha ejercido además como abogado, bibliotecario y profesor de
historia, tiene una larga trayectoria literaria desde que en 1965, hace 50
años, ganó el Premio Nacional de Cuento Edmundo Camargo con El sueño del pez. Un motivo adicional
para celebrar ahora su visita como se merece.
La
obra narrativa de Teixidó es sólida. En 1969 publicó Los habitantes del alba, y un año más tarde la novela El emisario. Luego de un periodo de
silencio prolongado publicó en 1979 los relatos de La puerta que da al camino, y volvió a retraerse durante 12 años
hasta que en 1991 apareció su libro En la
isla y otras narraciones.
Desde
entonces no ha cesado de publicar: Jardín
umbrío (1994), A la orilla de los
viejos días (1995), Vuelos
migratorios (1997), Neón y terciopelo
(2001), Cuento de otoño (2006) y Una travesía (2008).
He
comentado en otras oportunidades varios de estos libros y mantengo con Raúl una
amistad que se remonta a 1969 cuando publicó Los habitantes del alba. Tuve la osadía entonces de pedirle una
versión “resumida” de ese relato para publicarla en la Revista Nacional de
Cultura. En lugar de mandarme al diablo (yo lo hubiera hecho), tuvo la modestia
y la paciencia de reducir el texto para que pudiera publicarse.
A
partir de allí mantuvimos una correspondencia frondosa y regular, primero entre
Sucre (donde él radicaba) y La Paz (donde yo vivía), y posteriormente -cuando
se fue definitivamente a Catalunya- entre Igualada donde reside y el lugar
donde yo estuviera en este pequeño planeta. Sus cartas me llegaban a Nigeria, a
Guatemala, a Haití, a Mozambique, a Brasil, a México o a Nicaragua, donde tuve
estadías prolongadas.
Nuestros
encuentros en La Paz, en Barcelona y en Ciudad de México, sirvieron para estrechar
esa amistad que nació y creció entre intercambios epistolares que darán para un
libro de memorias. En uno de esos encuentros, en Barcelona, lo introduje al
mundo de internet, abrimos su cuenta de correo electrónico, una cuenta de Twitter y un blog donde publica
regularmente sus textos sobre cine y su prosa poética.
Su
afición por el cine fue uno de los temas de intercambio más constantes. Su
conocimiento de la cinematografía mundial es solo comparable a su conocimiento de
la literatura de todas las regiones.
Desde
hace años suele compartir conmigo sus gustos literarios y cinematográficos. Con
frecuencia, me envía libros que ha leído directamente en inglés, en los que
distingo discretamente marcadas con lápiz algunas pocas palabras que tuvo que
buscar en el diccionario, lo que denota que lee perfectamente en ese idioma.
Con
Viajeros del atardecer tengo una
relación especial, quizás mayor que con los libros anteriores ya que fui, en la
distancia, cómplice del crecimiento de esta obra y contribuí con el texto de la
contratapa, la fotografía del autor (tomada durante una visita que hizo Raúl a
México), y la foto de la portada, que tomé en Praga en un amanecer de invierno.
Praga es una ciudad emblemática para Raúl Teixidó, pues sus calles están
impregnadas de los pasos de Kafka, uno de sus autores favoritos.
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