“Bolivia es parte de mí, vaya donde vaya”
Recuperamos parte de una conversación vía correo electrónico, sostenida con Eduardo Galeano en julio de 2008, y que originalmente fue publicada en el suplemento literario Fondo Negro.
Martín Zelaya Sánchez
En uno de los encuentros ceremoniosos, casi
fetichistas-enfermizos (largas horas de fugaces relecturas-hojeadas) con mi
biblioteca me topé con tres tomos de Eduardo Galeano: Amares, El libro de los abrazos y Días y noches de amor y de guerra.
Recordé entonces lo bien que me llevaba con el
uruguayo y su universo literario-histórico -creo que es imposible desligar
ambos términos al comentar su obra- a mediados de los 90.
“Llega al mercado el abuelo de Juana, -escribe
en Amares- muy triste porque hace
mucho tiempo que no sueña. Juana lo lleva de la mano y lo ayuda a elegir
sueños, sueños de mazapán o de algodón, alas para volar durmiendo, y se marchan
los dos tan cargados de sueños que no habrá noche que alcance”.
Hojeando, releyendo trozos, recordando
portadas y contraportadas y disfrutando de las ajaduras y anotaciones -que en
eso consisten mis frenesís bibliómanos- hallé ese y otros trozos del autor de Memorias del fuego.
“Yo sentía las lastimaduras que Florencia iba
a sufrir a lo largo de los años y hubiera querido que Dios existiera y no fuera
sordo, para poder rogarle que me diera todo el dolor que le tenía reservad”.
Otros tomos, otras memorias entre el desorden
de mis libros, me recordaron por qué había dejado de lado tanto tiempo a
Eduardo. Como él también pregona y recomienda, hay que seguir viviendo y
probando, y avanzando.
Fue entonces grande la casualidad que pocos
días después el autor se ganó un reconocimiento del Mercado Común del Sur
(Mercosur) a su trayectoria literaria, y que lo nominaron al Premio Príncipe de
Asturias.
Pero fue más aún la buena coincidencia, que
pude, sin tanto esfuerzo como había imaginado, dar con su correo electrónico.
Amable pero sin tiempo, Galeano demoró poco
más de tres semanas en responderme, no sin antes un simpático intercambio de
breves mails de coordinación.
- ¿Qué
detalles y características nos puede comentar de Espejos, su último libro?
- He querido contar la historia de los nadies,
de los ninguneados, pero esta vez me atreví a intentarlo sin hacer caso de las
fronteras del mapa ni del tiempo: cuento cosas desconocidas, o muy poco
conocidas, sin que me importe ni un poquito los lugares ni los momentos.
Hay episodios de las Américas, pero también de
muchos otros lugares, de hace siglos o milenios. Como digo en la contratapa:
para que los anónimos tengan nombre: los hombres que alzaron los palacios y los
templos de sus amos; las mujeres, ignoradas por quienes ignoran lo que temen;
el sur y el oriente del mundo, despreciados por quienes desprecian lo que
ignoran; los muchos mundos que el mundo contiene y esconde; los pensadores y
los sentidores, los curiosos, condenados por preguntar, y los rebeldes y los
perdedores y los locos lindos que han sido y son la sal de la tierra.
- El
libro de los abrazos, Días y noches de amor y de guerra, Mujeres..., como
tantos otros títulos suyos, tienen la característica de estar formados con
brevísimos capítulos, fragmentos, extractos que, en torno a anécdotas
históricas, conforman una sola unidad. ¿Cómo concibe este estilo, es un sello
suyo, es influencia de algún otro escritor... cree que escribir de esta manera
facilita la lectura de gente poco experimentada en la lectura?
- No sé si facilita la lectura, y no lo hago
por eso. Me gusta escribir cortito, decir mucho con poco, y tampoco lo hago
porque me resulte más fácil. Al revés: cada brevísima página es el resultado
final de muchas páginas arrojadas al cesto de la basura.
Hace poco, al final de una lectura de Espejos en Ourense, un viejo gallego me
dijo: “Qué difícil ha de ser escribir tan sencillo”. Y así es, pero vale la
pena. En América Latina la inflación palabraria hace tanto o más daño que la
inflación monetaria. Es como si algunos intelectuales razonaran así: “Ya que no
podemos ser profundos, seamos complicados”.
- En
Bolivia la mayoría de sus libros circulan en ediciones piratas. Hace unos meses
leí una declaración suya de que le interesa tanto que su escritura llegue a la
gente, que no condena del todo a la piratería por facilitar ese fin. ¿sostiene
esa idea, qué reflexiona al respecto?
- Yo trabajo con editoriales independientes,
pequeñas, que están fuera del gran circuito comercial, y les hacen daño las
ediciones piratas. No puedo estar a favor de eso, aunque sí comprendo que la
piratería ayuda a poner libros al alcance de bolsillos casi vacíos.
- Hace
unas semanas le dieron una distinción del Mercosur, fue finalista en el Premio
Príncipe de Asturias de las Letras... ¿qué piensa de los premios y
reconocimientos literarios?
- Sí, acabo de recibir el título de primer
Ciudadano Ilustre del Mercosur. Estoy muy emocionado y muy orgulloso. Vanidoso,
no: orgulloso. Me alegra, y mucho, el reconocimiento recibido de la región del
mundo más entrañable para mí, este sur del sur, aunque yo soy patriota de
muchas patrias y creo que los mapas del alma no tienen fronteras.
De todos modos, no sería del todo sincero si
no aclarara que los premios más premios están en los abrazos de la gente, y no
en las medallas ni en los diplomas. Como decía José Martí, “todas las glorias
del mundo caben en un solo grano de maíz”.
- Cuál
es la relación de Eduardo Galeano persona y Eduardo Galeano escritor con
Bolivia, y qué opina de la actual etapa de cambio político, social, cultural…?
- Bolivia es parte de mí. Está en mí, vaya
donde vaya, ande donde ande; y yo estoy en Bolivia sin estar estando. Me parece
fundamental el proceso que encabeza Evo Morales. No solo para Bolivia, sino
para el mundo entero, que está enfermo de racismo aunque siga siendo una
enfermedad rara vez confesada.
Dicho sea de paso, te cuento que en Bolivia
tuve, hace ya muchos años, mi bautismo de fuego como escritor. Llevaba yo un
buen tiempo en Llallagua, y había llegado la hora de partir. Nos pasamos toda
la noche bebiendo, chicha al principio, después singani, con mis amigos
mineros. Y cuando ya estaba por sonar la sirena que convocaba al socavón, me
rodearon y me obligaron: “ahora, hermanito, dinos cómo es el mar”. Yo sabía que
ellos, condenados a la muerte temprana y a la soledad de la geografía, nunca
iban a ver el mar. Y yo tenía la obligación de encontrar palabras que fueran
capaces de mojarlos…
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