Tres veces albricias
Más que la entusiasta reseña de un libro, esta es una celebración de la Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa.
Juan
Pablo Piñeiro
Albricias,
albricias, tres veces albricias. La Poesía
completa de Sergio Suárez Figueroa ha sido publicada. Debemos esta gran
noticia a la implacable pasión de Rodolfo Ortiz y Alan Castro, quienes
trabajaron durante mucho tiempo para editar este libro publicado por la
editorial La Mariposa Mundial.
Recuerdo
que hace muchos años justamente La
Mariposa Mundial tuvo el acierto de publicar El tránsito infernal y el peregrino, el cuarto libro de poemas de
Sergio Suárez Figueroa, en el dossier de uno de los primeros números de la
revista.
Ese
dossier de inmediato adquirió un lugar privilegiado en muchas bibliotecas. Yo lo
pude disfrutar mejor gracias a la sensible lectura de Fernando Ballivián, un
amigo poeta, ya que más allá de leerlo
como poesía, lo leía como una guía, como un itinerario, como un viaje… es decir
como poesía. Como se debe leer poesía.
La
tarea de recuperar los poemas de Sergio Suárez Figueroa fue verdaderamente
titánica. Especialmente para acceder a una copia del poemario Como la grave niebla del pánico, cuya
existencia era ignorada por muchos conocedores y cuyo título era confundido por
los pocos que sabían del libro.
Alan
Castro, después de hacer varias averiguaciones, logró convencer a una prima
suya que vive en Estados Unidos de perseverar con paciencia hasta obtener una
copia del libro que se encontraba, cómo no, en la Biblioteca del Congreso.
Ahora
el libro se encuentra transcrito en la Poesía
completa, para fortuna de todos nosotros. Este poemario publicado en 1961
puede leerse como la primera parte de un tríptico muy interesante, conformado
además por Siete umbrales descienden
hasta Job y el ya citado El tránsito
infernal y el peregrino.
Creo
que todos los seguidores de la poesía boliviana pueden establecer un diálogo
entre este libro y Visitante profundo
de Jaime Saenz publicado en 1964. En verdad uno puede establecer un diálogo
entre toda la obra poética de ambos creadores y encontrar en las diferencias,
las luces y las sombras que adornan cada uno de esos caminos.
Y
es natural, porque Saenz y Suárez Figueroa eran amigos y por lo mismo eran
conscientes del recorrido poético de cada uno. Lo que llama la atención es el
capítulo que le dedica Saenz a su amigo en Vidas
y muertes. Llama la atención porque justamente el poeta paceño no habla
casi nada de la poesía de Suárez Figueroa. El retrato se concentra más en la
faceta política de este, e incluso llega a afirmar que el autor había nacido el
9 de abril de 1952, junto con la Revolución Nacional.
Y
seguramente puede llegar a ser cierto lo que dice, no por nada cuentan los
editores en el prólogo de la Poesía
completa, que fue Saenz quien aprovechando que trabajaba para
identificaciones ayudó a su amigo a conseguir un carnet de identidad en el que
se lo identificaba como boliviano.
Con
esto logró que Suárez Figueroa naciera en dos países, Uruguay y Bolivia.
Naturalmente el poeta cruceño uruguayo era un ferviente seguidor de la
revolución y Saenz tiene mucha razón en lo que dice. Pero aún así, es llamativo
que se detenga tan poco en su labor poética o incluso en su talento para la
música.
Sobre
todo si uno compara el texto dedicado a él con el que dedica a otros poetas que
ambos frecuentaban, como Arturo Borda o Antonio Ávila Jiménez. Pero bueno, por
algo será.
Sergio
Suárez Figueroa nació en Uruguay y llegó bastante joven a un país que después
determinaría su lugar de nacimiento en Santa Cruz de la Sierra. Tenía un gran
talento para la música que se manifestaba en su dominio de la guitarra. Además
de eso era poeta. Por eso el arquetipo que aglutina su bitácora poética es
Orfeo.
Aquel
hombre que engendró en sí mismo las dos tareas más importantes que se ha
trazado la humanidad. Por eso Orfeo se transforma en su propio viaje. Para mí
es muy importante saber que Suárez Figueroa vivió mucho tiempo en El Alto,
obviamente antes de que se convierta en otra ciudad.
El
Alto, así como La Paz, es una ciudad única. Lo que conmueve y admira de esta
ciudad única es que todos sus habitantes están acostumbrados a luchar. Vivir en
El Alto es difícil, pero es difícil para todos los que viven en El Alto. El
transcurrir diario está lleno de obstáculos y necesidades, y por lo mismo de
solidaridad. La gente es combativa y rebelde, y por eso siempre marcará la
agenda política del país, y seguramente en unos años también marcará la agenda poética
de nuestra literatura.
Y
todo esto se debe a una sola cosa, en El Alto las cosas se ven de otra manera.
Se ven desde otra perspectiva. Especialmente la ciudad de La Paz ,que vista
desde El Alto puede llegar a adquirir la forma de un descenso infernal, un
descenso como el del poeta Suarez Figueroa que se transforma en Orfeo para
escribir su bitácora en este mundo.
Tiene
mucha razón Alan Castro al afirmar que el poema El arte de alquilar una casa es una especie de ars poética de
Suárez Figueroa. Uno siente como si su poesía fuera eso, el tránsito de un
peregrino en el interior de la casa que le ha tocado habitar. Una casa que está
llena de detalles, de historias y principalmente de luces y de sombras.
Una
casa que el creador reconoce porque sabe que ya ha estado ahí. Y lo sabe porque
“no ha limpiado su cadena”. El que la limpia no aprende. Sergio Suárez Figueroa
aprende. Por eso sabe que esas voces que lo visitan, esas voces que lo
convierten en clariaudiente, esas voces que lo quieren derribar están ahí
presentes, discutiendo sobre su alma hasta la llegada de la madrugada, por una
sola razón. Porque el poeta no pertenece a las sombras, puesto que si así
fuera, las furias diarias de nuestra miseria humana no se molestarían en tratar
de quitarle la cordura.
Esa
revelación luminosa se convierte en la certeza con la que Suárez Figueroa
ilumina su camino. Se convierte en la fuerza con la que el poeta y músico palpa
los abismos de su propio infierno. Un infierno que se parece a la ciudad de La
Paz y un tránsito infernal que se parece a la luz. Albricias, albricias, tres
veces albricias.
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