La literatura del futuro
Sebastián Antezana ejercita una lúcida y contundente declaración pública de intereses literarios.
Sebastián
Antezana
La
literatura que me interesa no tiene un orden establecido ni inflexible de lectura.
No necesariamente tiene un principio, no necesariamente tiene un final, no
tiene una dirección correcta. Lo que tiene, lo que produce, es la sensación de
un adentro y un afuera, un arriba y un abajo, un entrar y salir de uno o varios
espacios pero sin seguir una trayectoria lineal ni una progresión cronológica.
La
literatura que me interesa no tiene más exigencias (formales y temáticas) que las literarias, no presenta espacios
que demanden ser cubiertos ni vacíos que deban quedar anónimos. En ella, el
primer espacio flexible, vulnerable, es siempre el de la página, el de la
escritura, el del lenguaje. El primer espacio modificable es el del blanco y el
negro y las demás impresiones de la luz, el del vacío y las palabras y lo que
se cuece en el medio.
En
ella lo horizontal se escribe como vertical, en ella se juega con los márgenes
(escribiendo fuera de ellos), con las llamadas a pie de página (que son siempre
una forma de controlar la mirada lectora), con los índices (que obligan a un
desplazamiento de orden puramente sucesivo). Es, por ejemplo, el caso de Mark
Danielewski y su fantástica novela La
casa de hojas.
No
hay reglas fijas ni arbitrariedad en la literatura que me interesa, la que
considero la literatura del futuro, esa que mezcla lenguajes escritos con otros
como el pictórico, el plástico, el sonoro o el virtual. Es el caso de Roque
Larraquy y su breve pero fascinante Informe
sobre ectoplasma animal.
No
hay verticalidad ni sinsentidos en la literatura que me interesa, no hay
órdenes ni desordenes indiscutibles, sino una constante apertura de brechas que
movilizan nuevas concepciones de lo literario, lo histórico, lo político y lo
estético; opciones felizmente subversivas que optan por ámbitos indeseables por
el mercado y la rutina social, como los “espacios inútiles” o los espacios
agotados en y por la escritura. Es el caso de Georges Perec y sus pequeños y
enigmáticos libros Especies de espacios
y Tentativa de agotamiento de un lugar
parisino.
En
sociedades aburguesadas y controladas desde el Estado, como las
latinoamericanas del siglo XXI, los términos de la escritura literaria se
repiten hasta volverse una fórmula: en ella tiene preeminencia casi absoluta la
trama, el relato de una sucesión de hechos más o menos concatenados que crean
un todo orgánico; lo tiene también el afán por obtener productos bien escritos,
legibles, traducibles, que no pongan en riesgo el lenguaje sobre el que están
instituidos o, que si lo hacen, que lo hagan de tal forma que no pierda su
capacidad de dictar la estructura de la experiencia y de hacer de esa
experiencia algo fácilmente transmisible; y lo tiene, quizás más que cualquier
otra característica, el orden administrativo de la narrativa: la ecuación de
introducción, nudo y conclusión.
La
literatura que me interesa, cuando no se plantea frontalmente contra este modelo,
busca alternativas, apuesta por la narrativa como un terreno de desconcierto,
de construcciones no lineales, apuesta incluso por la intransmisibilidad de la
experiencia o la incomprensión como otras formas que asume lo literario. Es el
caso de Juan Goytisolo y su clásico Juan
sin tierra.
La
literatura que me interesa está consciente de que las revoluciones no son para
ella sucesos extraños a nivel histórico ni a nivel estilístico. Reconoce su
carácter de convención, de producto trascendental de la esfera pública, el
hecho de que es una construcción que funciona como red articuladora de los
lenguajes psicológico y social, e intuye que la esfera pública (aquella donde
las personas adquirimos nuestra primera dimensión política) no sería tal sin
ella.
La
literatura que me interesa es profundamente militante, asume el lenguaje como
una herramienta estético-ideológica y el literario como un campo de acción
político-ficcional. Esta literatura no se corre de la lectura crítica de la
realidad, del realismo y de lo real (tres referencias en tres niveles
distintos), y asume el género de la crítica como una más de sus posibilidades,
otro de sus modos. Es el caso de Alison Spedding y su parteaguas De cuando en cuando Saturnina.
Contra
lo formulaico, contra lo dogmático, presentando alternativas al poderío del nercado
idiotizante y como herramienta política, la literatura que me interesa, la que
creo que es la literatura del futuro, ya existe hoy.
Quizás
no es la más consumida pero se consume, quizás no es la más practicada pero se
practica. Como instancia de resistencia, como agente desestabilizador y
crítico, como aparato capaz de producir propuestas estéticas renovadoras en el
lenguaje y en varios discursos, está viva y a nuestro alcance. En lo personal,
creo que vale la pena apartar el grano de la paja y leerla, leerla, leerla.
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