sábado, 11 de abril de 2015

Lector al sol

Lo infraordinario


Vuelve Antezana sobre uno de sus autores favoritos, Georges Perec, y se detiene esta vez un extraño pero entrañable libro, Tentativa de agotamiento de un lugar parisino.



Sebastián Antezana

Algún momento entre 2002 y 2004 leí un pequeño y curioso libro que entonces me pareció indescifrable pero que con los años voy queriendo y entendiendo más.
Tentativa de agotamiento de un lugar parisino (1975) es una de las muchas obras breves de Georges Perec, que sin embargo presenta de forma notable varias de sus preocupaciones recurrentes.  
No quiero detenerme mucho tiempo en el hombre (genial, melancólico, francés, narrador y ensayista, judío, fumador, miembro del Oulipo, dueño de una escritura calificada de experimental, obsesionado por gestos como una furiosa afición clasificatoria, arquitecto de un espacio literario regido por juguetonas y arbitrarias reglas seguidas al pie de la letra). Es, sobradamente, uno de los mayores escritores del siglo pasado.
Quiero quedarme con la obra. En Tentativa… Perec se propone una tarea en apariencia simple pero en el fondo ardua, en realidad imposible: describir, agotar mediante la escritura, no la ciudad, ese espacio mayor de interminables connotaciones, sino solo una de sus coordenadas, un punto específico, un pequeño lugar de París.
Perec no cede ni al histrionismo ni a los impulsos del yo, no escribe aquí sobre grandes acontecimientos públicos ni tampoco sobre pequeños hechos privados, simplemente se detiene en un punto de la ciudad de París (la plaza St. Sulpice) y allí, como un cronista de la cotidianidad más ínfima, deja de lado lo más vistoso -un ayuntamiento, una comisaría, tres cafés, un cine, una iglesia, un sastre, una parada de autobuses- para concentrarse en “describir el resto, lo que generalmente no se anota, no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes”.
La gesta de Perec -una especie de okupa silencioso y sensible- tiene que ver con la toma de espacios públicos no por la fuerza y ni siquiera por el movimiento -la forma de ocupar verdaderamente un espacio es desplazándose en él-, sino mediante la observación y la quietud.
El suyo no es un gesto revolucionario ni provocador, sino uno silencioso y sistemático, un impulso narrativo que cubre todo lo que ocurre en un espacio determinado, la plaza St. Sulpice, mediante la imposición de reglas aleatorias (Perec se dice: voy a sentarme a ver lo que pasa en una plaza x, de x hora a x hora, en estos x días, y lo voy a registrar).
Así, sentado indistintamente en la fuente o en un café de la plaza, Perec se dedica a interrogar lo habitual, a anotar lo que sucede como una voz dirigida no al todo sino a las instancias pequeñas, no al panorama sino al detalle, no a lo extraordinario, y ni siquiera a lo ordinario, sino a lo otro, a eso que Perec llama “lo infraordinario”.
El resultado es una narración extraña, impersonal, que únicamente describe lo que ocurre en la plaza y alrededor del narrador -pasa un bus de la línea 80, un grupo de chicos juega a la pelota delante de la iglesia, una mujer de chal camina por la acerca, pasa un bus de la línea 86, un papá joven camina lentamente y empuja un cochecito de bebé, una oficina abre sus puertas, pasa un bus medio vacío de la línea 79, etc.
Perec, narrador del libro, es un voyeur. No en el sentido que Michel de Certeau -quien propone caminar la ciudad a pie como modo de oponerse al poder político, corporativo e institucional que la construye y ordena- le da al término, y que a la manera foucaldiana lo relaciona con un controlador, el que todo lo ve desde una verticalidad que es sinónimo de poder y jerarquías; sino un voyeur, decía, que funciona a ras de piso y que está desprovisto de aficiones de control, como el goce ornamental o la tensión política.
El texto es puramente descriptivo, no da lugar a la retórica ni pretende pintar lo que sucede bajo una luz determinada. Diría que a ratos cede a la fantasía del grado cero de la narración: el objetivismo.
Lo que sucede en la plaza St. Sulpice -el pasar de automóviles y gente, la apertura y cierre de algunos negocios, el vuelo de las palomas de la plaza, el paso de las nubes- es pacientemente anotado por Perec, quien se transforma así de narrador de ficción a cronista de lo infraordinario, una figura diametralmente opuesta al cronista de hoy, tan preocupado por lo sobresaliente, lo raro, lo excepcional.
El gesto de Perec, su intento de agotar una instancia urbana, parece inofensivo comparado a, por ejemplo, el uso disciplinario del espacio del barón Haussmann (quien reconstruyó gran parte de París durante la segunda mitad del siglo XIX y la transformó en una urbe diseñada para el control de masas) y al arte revolucionario de los situacionistas (la Internacional Situacionista proponía caminar sin rumbo por las ciudades como forma de re-ver y re-experimentar la vida urbana; así, en lugar de prolongar la unidireccionalidad de la rutina, la deriva significaba una forma de replantear las situaciones urbanas de forma radical).
Desde su banca en la plaza St Sulpice, Perec no se adhiere a las directrices citadinas de Haussmann ni a la deriva situacionista, y en cambio sí a un experiencia urbana abierta y desordenada, una clasificación aleatoria, juguetona y no programática.
Su propuesta intenta abrir brechas en el interior de discursos como la urbanística, la geografía y la política, mediante la práctica sistemática de la diferencia (la clasificación y la enumeración de lo infraordinario, la atención al juego que propone la ciudad y cambia constantemente de reglas y patrones, etc.).  
Con Tentativa… Perec da una doble lección: por un lado, muestra cómo el género de la crónica bien puede reinventarse y desembarazarse de aspectos que, creo, a estas alturas ya se han vuelto taras: la compulsión por lo inusual, lo polémico, lo chocante, lo extraordinario; y por otro, propone una nueva forma de habitar el espacio público, el espacio urbano, mediante el ejercicio de la contemplación y clasificación de sus componentes y variantes más pequeñas.

Hoy, en tiempo de renovación municipal, en instancias donde las grandes obras y los megaproyectos definen todo, quizás valdría la pena seguir la iniciativa de Perec y entregarnos al detalle, a los pequeños destellos y las pequeñas oscuridades, a lo cotidiano y aparentemente poco importante, a lo infraordinario. 

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