sábado, 18 de abril de 2015

Ensayo

El quinto hijo de Lessing y
Una cuestión personal de Oé


“Si monstruos ellos, monstruos nosotros”. Concluye así la autora esta reflexión sobre dos novelas en las que la trama se hila en torno a dos niños discapacitados. 



Virginia Ayllón

Eso de agarrar dos libros al azar para releerlos en el jardín, me enfrentó a dos novelas de autores tan diferentes, de tradición muy distinta y de enfoques disímiles: El quinto hijo (2007) de la inglesa Doris Lessing y Una cuestión personal (1964) del japonés Kenzaburo Oé.
Lo único en común que tienen estos dos autores es que ambos han sido beneficiado con el Premio Nobel de Literatura, en 1994 él y en 2007 ella. Sin embargo, estas dos novelas tienen una trama en común: un hijo discapacitado. El quinto hijo narra la conmoción que provoca el embarazo, nacimiento y vida del “raro” quinto hijo de una familia de clase media inglesa, que había planificado tener una vida, una familia feliz.
Una cuestión personal, narra las vicisitudes de tres días y tres noches de un profesor de inglés, quien hasta entonces no se había asumido como esposo, soñaba con ir al África, renegaba de su existencia y de pronto se ve enfrentado al nacimiento de su hijo discapacitado.
En la obra de Lessing, vasta y a veces desigual, El quinto hijo se ubica en sus narraciones, a veces calificadas como feministas, sobre las relaciones humanas, la situación de las mujeres, el amor, etc. -por ejemplo, sus cuentos reunidos bajo el título Las abuelas, de 2003-, distante de sus obras más reconocidas como El cuaderno dorado (1962) o La buena terrorista (1985).
También se ha dicho que la mayor parte de su obra es fundamentalmente autobiográfica, pero nunca tanto como la de Kenzaburo Oe, precisamente en la trama del hijo discapacitado.
Hay que recordar que el hijo de Kenzaburo Oe, Hikari (, luz), quien nació con hidrocefalia cerebral, es un elemento central en una de las dos vetas literarias de este escritor japonés.
Una de ellas dedicada al Japón de pos guerra, los mitos nacionales y el choque de la tradición con la modernidad. Su celebrada La presa (1957), que le valió el premio Akugatawa, sería representativa de esta tendencia. La otra, en cambio, tiene como centro la vivencia del hijo discapacitado y, por ende, de los conflictos existenciales.
Una cuestión personal, de ese modo, se emparenta con el cuento “Las aguas han inundado mi alma” recogido en su Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura (1966) y también con ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era! (1983), novela en la que K, el protagonista, se relaciona con su hijo discapacitado a través de la poesía y pintura de Blake.
En esta novela son hermosas las reflexiones sobre la escritura y el escritor. Tengo la impresión de que la forma en que ambos escritores tratan el tema tiene una diferente “óptica de género”. Tanto así que en El quinto hijo, la visión que sobresale es la de la madre, y en Una cuestión personal, la del padre.
Tal vez por eso, la relectura de estas dos novelas me ha llevado a recordar otras dos que se arman en las diferentes maneras de ver, percibir, vivir y decir el mundo, desde lo masculino y lo femenino. La primera es Íntimas de Adela Zamudio (1913) en la que los mismos hechos son relatados por cartas entre varones y cartas entre mujeres.
La segunda es El cuarto mundo (1988) de la chilena Diamela Eltit, compleja novela en la que a través de la mirada de dos fetos mellizos, varón y mujer, la autora aborda las políticas familiares y la identidad sexual. Un atrevido ejercicio de comparación encontraría una nota similar en ambas novelas: la parte masculina es lógica, racional, ordenada; en tanto la femenina es desordenada, inconexa, casi desquiciada.
Eso mismo se puede decir de las novelas de Lessing y Oe. En la del japonés el desorden inicial del padre deviene en un ejercicio de reconcentración interior, de reflexión sobre el sentido de su propia existencia, que concluye en la salida del infierno, la madurez, la aceptación del hijo discapacitado y su decisión de entregar todo su esfuerzo al hijo, su hijo.
En cambio la vida de la madre de la obra de Lessing parte de un orden, de un plan de vida, para concluir en un desorden angustioso, repleto de soledad, culpa y preguntas; un estado en el que ve partir al hijo “raro” que se marcha de la casa y de quien solo sabe que es una criatura atormentada.
El orden encontrado por el protagonista de Una cuestión personal y el desorden que poco a poco se instala en El quinto hijo tiene también razones “de género”.
En tanto en la del japonés, se conoce el mal del bebé, en la de la inglesa nunca se sabe qué tiene ese hijo “raro”. De ahí que en ambas la institución médica es central porque si en las dos la violencia médica es parte de la angustia; en la de Oe, la salida también es médica: la medicina puede ayudar al bebé. No así en la de Lessing en la que la tensión de la novela crece en cuanto el hijo “raro” es puesto en manos de pediatras, sicólogos y siquiatras que nunca, además, le dirán a la madre qué tiene ese niño “raro”, qué enfermedad le atinge. En la de Oe, el hijo espera; en la de Lessing, el hijo agrede.
Por otra parte, en la novela del japonés, lo medular es la vivencia del padre y la figura de la madre es difusa, casi nula y mucho menor que la de la suegra y especialmente de la amante del padre, vital en su “recuperación”.
En la novela de Lessing, el padre está más presente pero poco a poco es la vivencia de la madre la que copa la trama. Es interesante también la insistencia en otro de los hijos varones quien sufre con fuerza el abandono de la madre quien se ocupa casi exclusivamente de este nuevo “raro” hermano.
No puedo dejar de pensar que la hermosa y firme novela de Oe, es también un canto al pensamiento de Oriente, pienso en el Óctuple Sendero del Buda, en el valor de la contemplación, en aceptar la vida como es y no como uno quiere que sea. Pienso también que la breve novela de Lessing desgrana el pensamiento de Occidente, el valor de la familia, del futuro, del plan de vida. 
Y lo que la relectura de ambas novelas me ha dejado es una hermandad, o más bien, identificación con los que a veces consideramos como monstruos. Nuestra monstruosidad está hecha de la ira contenida que nos provocan el sufrimiento y el dolor. Si monstruos ellos, monstruos nosotros. 


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