sábado, 18 de abril de 2015

Parhelio

[Titubear entre briznas.
Nuevas notas sobre Sergio Suárez Figueroa]

El autor, director de La Mariposa Mundial, cuenta los felices azares y revelaciones que siguieron a la publicación de la Poesía completa de Suárez Figueroa.


La firma de Sergio Suárez Figueroa.
Rodolfo Ortiz

El 26 de marzo se presentó en la Chopería de Sopocachi el libro Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa. Días antes, los diarios locales favorecieron este memorable encuentro y celebración de un poeta, y al hacerlo, favorecieron también lo que en años fue vedado a los editores de este libro; el encuentro a viva voz con la familia de este incomparable músico y escritor. La anotación de algunos ecos de viva voz y subsiguientes pesquisas, sin más aparataje que el de completar, que el de ir completando los vericuetos de la vida y la obra de Suárez Figueroa, es lo que describo a continuación.
Cierta ingratitud en la publicación de un libro radica en la domesticación del piélago de voces que muchas veces llega ser parte constitutiva de su hechura. Este fue el primer escollo que se intentó salvajizar, por así decir. La Poesía completa de Sergio Suárez Figueroa es un libro por el cual no se deja de transitar en abismo. No me refiero a la mala leche de ir encontrando errores por aquí y por allá en un trabajo siempre perfectible. (La otra tarde, valga el paréntesis, un joven historiador me paró en la calle para decirme que encontró no sé qué errata en el texto introductorio de Alan Castro, a lo que respondí con un falso puchero que ojalá haya comprendido, aunque lo dudo). Si se meditara acerca del devenir de un libro se enloquecería también en devenir. Pues si de erratas se hablara, la primera nos sonríe en la segunda línea de la nota Liminar que acompaña este macabro y luminoso libro. Una errata que con cierta polifonía trae la memoria contagiosa de Urzagasti que insistía en titular la segunda publicación de Suárez Figueroa con el adjetival “Bajo” y no con el adverbial “Como”, hasta que unas primas de Alan Castro dieron con el incunable ejemplar de 1961 en la Biblioteca del Congreso de Washington. Ya en la primera línea de este breve libro descubrimos que Urzagasti se equivocaba, pero sus fascinantes elucubraciones seguro que no. En los sueños te hallas como la grave niebla del pánico, dice la línea, sin embargo, insistiría en que la errata de Urzagasti y la del libro Poesía completa ya vuelan por sí solas ampliando las afinidades de su basural. Tal el encanto en los siempre conjeturales títulos que no se conocen de este escritor, como la obra El bar de las ventanas que lloran, que en otra parte se nombra como El mar de las ventanas angustiadas, para citar solo un ejemplo.
Entonces, nos acercamos a una obra que alcanza la fascinante magnitud de titubear entre briznas, pues una escritura que preserva sus erratas más que a sí misma sugiere que toda palabra es deudora aunque haya perdido la memoria de sus orígenes. Y esta dinámica de la repetición y de la huella de algo que erra y que es imposible de abolir, es el terrible motor que Suárez Figueroa fraguó en su escritura.
Pero quisiera volcar este texto hacia lo que sugerí en un inicio. No solamente nombrar un libro de libros inhallables de un escritor a la vez inhallable, si no y fundamentalmente ahora, hablar alrededor de un libro que murmura la historia de su composición y de su personaje. Opero, entonces, a partir de “algunos ecos de viva voz y subsiguientes pesquisas”, como había sugerido, con el afán de ir completando la “Cronología” que se presenta en los prolegómenos de este tesoro escondido llamado Poesía completa.
¿Cuándo, dónde, nació Sergio Suárez Figueroa? Aquel memorable 26 de marzo, Percy Suárez López, hijo de Sergio y Ligia, llegó a la Chopería con dos maravillas en miniatura de su padre. La Cédula de Identidad y Extranjería (Cuarta Categoría) emitida en la República de Bolivia el 26 de septiembre de 1949 en La Paz (9 cm x 6 cm) y el Carnet de la Corporación Publicitaria Oruro, más pequeño todavía (6.5 cm x 4.5 cm), emitido en la ciudad de Oruro el 19 de julio de 1946. En este segundo documento Sergio Suárez se registra “en calidad de concertista” con el nombre de Sergio Figueroa (tal como firmó el poema más antiguo que se conoce publicado en la revista SED de Buenos Aires en 1943) y aparece en una fotografía a los 24 años de edad junto a su guitarra y pisando misteriosamente un Sol disminuido o quizás un Sol 7 con 9 alterado. El cotejo parcial de la información que guardan estos valiosos documentos nos remite a las siguientes rápidas precisiones sobre su origen y su fin.
Sergio Suárez Figueroa, hijo de Eduardo Suárez y María Figueroa, nace el 28 de febrero de 1922 en El Cerro, Montevideo-Uruguay. De profesión músico, y con estatura de 1.69 mts., ingresó al país por Oruro el 5 de marzo de 1945 en un tren de carga donde trabajó de mesero en el coche comedor.
En Oruro se alojó casualmente al frente de la casa de Ligia López de Auza, de quien se enamoró ipso facto y con quién se casó ese mismo año, en 1945. Ligia o “Lugia” (como le decían en su familia) era orureña, profesora de sociales y declamadora. Llegó a ser Superintendente de los Colegios de Bolivia y fundó la Escuela “Sergio Suárez Figueroa” en la avenida Periférica de La Paz. Ella y algunos familiares reconocen que nunca se animó a declamar los poemas de su esposo, aunque en silencio fue quien recopiló y resguardó toda su obra. Diez Astete en 1988 le pregunta acerca de los escritos de Suárez Figueroa, “¿Ha pensado usted reunir y publicar sus obras completas…?”, y doña Ligia le responde sin vacilar: “Lo estoy haciendo; será una realidad, será en justicia una reparación que le debemos y que, humilde pero firmemente creo nos interesa a todos los bolivianos”.
Sergio Suárez fue enfermero en Argentina y gracias a esta experiencia logró trabajar en el Hospital de Oruro. Pero dadas las desventuras un poco sangrientas en aquel recinto, sus nuevos amigos le consiguieron un cargo en la Biblioteca de la Universidad de esa misma ciudad. Durante este periodo escribe en el periódico La Patria una columna titulada “Perfiles” con el pseudónimo de Quasimodo y el ámbito cultural en el que ya empezaba a inmiscuirse le favoreció el encuentro con poetas, músicos y periodistas de la ciudad del Pagador, entre los cuales habría que mencionar a Carlos Mendizábal Camacho, padre del conocido vate Cé Mendizábal.

El lector comprenderá que a estas alturas debo detener estos apuntes, y claro, saltar al final. Sergio Suárez Figueroa murió un martes de ch’alla en la ciudad de La Paz cinco días antes de cumplir 46 años, el 23 de febrero de 1968. Ahora sabemos que no solamente escribió cuatro libros de poemas y otros tantos de teatro, sino que dejó una obra dispersa imprescindible, y lo que es más deslumbrante, una obra inédita que, acabamos de enterarnos, conserva desde hace casi cuarenta años su familia. Su estudio y recomposición son ya un “tránsito infernal maravillado” en el que nos comenzamos a perder. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario