[Titubear entre briznas.
Nuevas notas sobre Sergio Suárez
Figueroa]
El autor, director de La Mariposa Mundial, cuenta los felices azares y revelaciones que siguieron a la publicación de la Poesía completa de Suárez Figueroa.
Rodolfo Ortiz
El 26 de marzo se presentó en la Chopería de
Sopocachi el libro Poesía completa de
Sergio Suárez Figueroa. Días antes, los diarios locales favorecieron este
memorable encuentro y celebración de un poeta, y al hacerlo, favorecieron
también lo que en años fue vedado a los editores de este libro; el encuentro a
viva voz con la familia de este incomparable músico y escritor. La anotación de
algunos ecos de viva voz y subsiguientes pesquisas, sin más aparataje que el de
completar, que el de ir completando los vericuetos de la vida y la obra de
Suárez Figueroa, es lo que describo a continuación.
Cierta ingratitud en la publicación de un libro radica
en la domesticación del piélago de voces que muchas veces llega ser parte
constitutiva de su hechura. Este fue el primer escollo que se intentó
salvajizar, por así decir. La Poesía completa
de Sergio Suárez Figueroa es un libro por el cual no se deja de transitar en
abismo. No me refiero a la mala leche de ir encontrando errores por aquí y por
allá en un trabajo siempre perfectible. (La otra tarde, valga el paréntesis, un
joven historiador me paró en la calle para decirme que encontró no sé qué
errata en el texto introductorio de Alan Castro, a lo que respondí con un falso
puchero que ojalá haya comprendido, aunque lo dudo). Si se meditara acerca del
devenir de un libro se enloquecería también en devenir. Pues si de erratas se
hablara, la primera nos sonríe en la segunda línea de la nota Liminar que
acompaña este macabro y luminoso libro. Una errata que con cierta polifonía
trae la memoria contagiosa de Urzagasti que insistía en titular la segunda
publicación de Suárez Figueroa con el adjetival “Bajo” y no con el adverbial
“Como”, hasta que unas primas de Alan Castro dieron con el incunable ejemplar de
1961 en la Biblioteca del Congreso de Washington. Ya en la primera línea de
este breve libro descubrimos que Urzagasti se equivocaba, pero sus fascinantes
elucubraciones seguro que no. En los
sueños te hallas como la grave niebla del pánico, dice la línea, sin
embargo, insistiría en que la errata de Urzagasti y la del libro Poesía completa ya vuelan por sí solas
ampliando las afinidades de su basural. Tal el encanto en los siempre
conjeturales títulos que no se conocen de este escritor, como la obra El bar de las ventanas que lloran, que
en otra parte se nombra como El mar de
las ventanas angustiadas, para citar solo un ejemplo.
Entonces, nos acercamos a una obra que alcanza la
fascinante magnitud de titubear entre
briznas, pues una escritura que preserva
sus erratas más que a sí misma sugiere que toda palabra es deudora aunque haya
perdido la memoria de sus orígenes. Y esta dinámica de la repetición y de la
huella de algo que erra y que es imposible
de abolir, es el terrible motor que Suárez Figueroa fraguó en su escritura.
Pero quisiera volcar este texto hacia lo que sugerí
en un inicio. No solamente nombrar un libro de libros inhallables de un
escritor a la vez inhallable, si no y fundamentalmente ahora, hablar alrededor de
un libro que murmura la historia de su composición y de su personaje. Opero,
entonces, a partir de “algunos ecos de viva voz y subsiguientes pesquisas”, como
había sugerido, con el afán de ir completando la “Cronología” que se presenta en
los prolegómenos de este tesoro escondido llamado Poesía completa.
¿Cuándo, dónde, nació Sergio Suárez Figueroa? Aquel
memorable 26 de marzo, Percy Suárez López, hijo de Sergio y Ligia, llegó a la Chopería
con dos maravillas en miniatura de su padre. La Cédula de Identidad y
Extranjería (Cuarta Categoría) emitida en la República de Bolivia el 26 de
septiembre de 1949 en La Paz (9 cm x 6 cm) y el Carnet de la Corporación
Publicitaria Oruro, más pequeño todavía (6.5 cm x 4.5 cm), emitido en la ciudad
de Oruro el 19 de julio de 1946. En este segundo documento Sergio Suárez se
registra “en calidad de concertista” con el nombre de Sergio Figueroa (tal como
firmó el poema más antiguo que se conoce publicado en la revista SED de Buenos Aires en 1943) y aparece
en una fotografía a los 24 años de edad junto a su guitarra y pisando misteriosamente
un Sol disminuido o quizás un Sol 7 con 9 alterado. El cotejo parcial de la
información que guardan estos valiosos documentos nos remite a las siguientes rápidas
precisiones sobre su origen y su fin.
Sergio Suárez Figueroa, hijo de Eduardo Suárez y María
Figueroa, nace el 28 de febrero de 1922 en El Cerro, Montevideo-Uruguay. De
profesión músico, y con estatura de 1.69 mts., ingresó al país por Oruro el 5
de marzo de 1945 en un tren de carga donde trabajó de mesero en el coche
comedor.
En Oruro se alojó casualmente al frente de la casa
de Ligia López de Auza, de quien se enamoró ipso
facto y con quién se casó ese mismo año, en 1945. Ligia o “Lugia” (como le
decían en su familia) era orureña, profesora de sociales y declamadora. Llegó a
ser Superintendente de los Colegios de Bolivia y fundó la Escuela “Sergio
Suárez Figueroa” en la avenida Periférica de La Paz. Ella y algunos familiares
reconocen que nunca se animó a declamar los poemas de su esposo, aunque en
silencio fue quien recopiló y resguardó toda su obra. Diez Astete en 1988 le
pregunta acerca de los escritos de Suárez Figueroa, “¿Ha pensado usted reunir y
publicar sus obras completas…?”, y doña Ligia le responde sin vacilar: “Lo
estoy haciendo; será una realidad, será en justicia una reparación que le
debemos y que, humilde pero firmemente creo nos interesa a todos los
bolivianos”.
Sergio Suárez fue enfermero en Argentina y gracias a
esta experiencia logró trabajar en el Hospital de Oruro. Pero dadas las
desventuras un poco sangrientas en aquel recinto, sus nuevos amigos le
consiguieron un cargo en la Biblioteca de la Universidad de esa misma ciudad. Durante
este periodo escribe en el periódico La
Patria una columna titulada “Perfiles” con el pseudónimo de Quasimodo y el
ámbito cultural en el que ya empezaba a inmiscuirse le favoreció el encuentro
con poetas, músicos y periodistas de la ciudad del Pagador, entre los cuales
habría que mencionar a Carlos Mendizábal Camacho, padre del conocido vate Cé
Mendizábal.
El lector comprenderá que a estas alturas debo
detener estos apuntes, y claro, saltar al final. Sergio Suárez Figueroa murió un
martes de ch’alla en la ciudad de La
Paz cinco días antes de cumplir 46 años, el 23 de febrero de 1968. Ahora
sabemos que no solamente escribió cuatro libros de poemas y otros tantos de
teatro, sino que dejó una obra dispersa imprescindible, y lo que es más
deslumbrante, una obra inédita que, acabamos de enterarnos, conserva desde hace
casi cuarenta años su familia. Su estudio y recomposición son ya un “tránsito
infernal maravillado” en el que nos comenzamos a perder.
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