Esa democracia de cuarenta pesos
Tribulación, lamento y ocaso de un jurado electoral. Las desdichas de la democracia boliviana.
Wilmer
Urrelo
Y
de la nada una llamada telefónica: ¡holas!, cómo que holas, se dice buenos
días, no seas malcriado, ah perdón, ¿tío?, sí, oye, tu nombre está en el periódico.
Y el chicuelo todo canchero: siempre aparezco ahí, no es nada raro, y luego la
vanidad de todo escritorzuelo: ¿y qué alaban ahora de mí, si se puede saber?, y
del otro lado te responden: estás en la lista de jurados para estas subnacionales,
imbécil ¡ja, ja, ja! y cuando el pequeño niño blasfemo se entera: diles que no
puedes, que estás enfermo, que estás loco, que tienes roto el corazón (…hola,
te mando un cariñoso saludo).
O
mejor: diles que te encuentras de duelo por la muerte del hijo del Perro Aguayo.
El chicuelo no hace caso alguno a aquellas recomendaciones de su mejor amigo
(lo veo todos los días en el espejo) y pienso: qué carajo, qué siempre es eso.
Entonces
asistes a las clases y comenzamos tarde por culpa de la hora boliviana y encima
no cacho nada de lo que la señorita del Órgano Electoral nos dice, solo que
podemos anular votos. Y nuestro chicuelín pensando: ahora sí me voy a vengar de
los que odio.
La
cosa es que ahí estás a las seis de la mañana en un colegio nuevecito, con graderías
aunque sin rampas (el ñeque no sirve de nada), sin rampas para los que vamos
por este mundo en bastón o los que van a cuatro ruedas.
Y
así, lanzando carajazos, el señor presidente de mesa me saluda con un buenos
días hijo, y yo qué hay, aquí están las papeletas, las ánforas y al acta. Comenzamos
a armar nuestra mesa con otro de los jurados (un cuate buena onda), y después
comenzamos: al principio nadie y el pequeño niño blasfemo qué grave, hermano,
porque después empieza a llegar un montón de gente, y yo ordenando: acá la
papeleta chiquita y acá la grande, y también debes estar atento a que en la fila
no haya “casos especiales”.
A
saber: personas de la tercera edad, mujeres en gestación o con esas wawitas
chiquitas y jodinchis, incapacitados (léase: con cualidades diferentes) y
entonces el dolor en todo el cuerpo, la enfermedad neuropática del pobre
chicuelo manifestándose, haciendo estragos en su todavía atlético cuerpo.
Sin
embargo, hay que estar ahí como un tarado porque si no te multan. Para
desquitarme me hago la burla de un paco: meta mejor la chiquita, no sea así, y
el verde olivo ni cuenta se da, ¡ja, ja, ja!, por lo menos me cagué de risa un
rato, y después dos pastillas que Quetorol sublingual de 30 miligramos debajo de
mi lengüita.
Aparece
el que hace lío de todo. En este caso es una chica. En el facebook dicen que
hay una papeleta marcada. El cuate buena onda le muestra la papeleta, nada por
aquí, nada por allá, pase.
Ingresa
al aula y sale al cacho ¿esto no es una marca?, feliz porque tendrá algo que
contar en su facebook y no faltará el estupidín que pondrá me gusta. No, le
decimos, es la marca de nuestras firmas que pasaron el papelito, y ella ¿en
serio?, y el chicuelo pensando allá en mi casa tengo raticida, ¿no quieres un
poquito?...
La
cosa es que las marquitas estaban sobre la cara de una tal Biafra no sé qué,
que encima renunció. Una marquita no hace nada, y entra de nuevo y seguro que
le saca una foto con el celular y la sube a su facebook con este texto (sic): “ha
my me toko una bapeleta marcada como ce rumoreava”.
El
martirio continúa. Llega un extranjero y le decimos cacho, cacho, usted solo
puede votar por las municipales y el tipo todo un saltoncito, yo voté en las
presidenciales, yo vivo acá veinte años (pobrecito, ¿y qué culpa tenemos
nosotros?), que voy a quejarme a la sala murillo, que ahí conozco a talcito.
La
cosa es que conservamos la calma como nos dijeron los del Órgano Electoral,
llamamos para consultar, aunque tú lo hubieses mandado mucho al carajo, chicuelo,
vaya a amenazar a las FARC, a mí no me nadies… la respuesta del Tribunal: el
saltoncito puede votar, ni modo, pase y perdón, y así todo el día soportando a
gente de esa calaña.
Al
final cerramos las urnas, uf, qué dolor, y ahora “el recuento de los daños”, o mejor
dicho, el recuento de los votos. Al principio nos rayamos feo: mágicamente aparecen
más votos que votantes (tampoco es algo raro en la historia de Bolivia, me consuelo,
sino pregunten a los del MNR).
Hacemos
el recuento de nuevo y una hora y media después ya está, al fin cuadra, ganan
el galán de barriada y míster adobes, pierden el señor manso y la doña (¿qué
cosita llevará en su qu’epi?, ¿los quivos que sabemos?).
Ni
modo, cinco años más padeciendo la cara de ese señor y su actitud de machote
colla que parece decir: ¿no te da envidia la mina que tengo, chicuelo?, y
nuestro amado e inteligente chicuelo respondiendo: no, no es mi tipo, además qué
cosita leerá su medio limón. Respuesta: la revista Cosas o algo por ahí, fuchi,
yo paso.
Terminamos
tarde. Y el dolor neuropático es enorme, inabarcable. Piensas: que se joda esta
democracia donde el voto es obligatorio, reflexionas, la democracia donde es
obligatorio elegir a semejante gente (los que ganaron y los que perdieron). Y
luego me sale lo patriota: boliviana y boliviano, no escribas ni votes, mejor
lee.
Retorno
a mi casita, me doy un baño y ceno, tomo dos pastillas de Pregabalina de 150
miligramos. No veo las noticias, prefiero sumergirme en el homenaje a Selena y
un reportaje especial sobre la muerte del hijo del Perro Aguayo y piensas: qué
bien, perrito, qué bien que no sufriste la democracia boliviana, y el pequeño
niño blasfemo diciendo dentro de mi cráneo: sin embargo padeció la mexicana,
que está peor.
Y
yo prometiéndome que nunca más le entro a esta onda democrática, muy bonita
hasta que te eligen jurado, a otro con ese cuento, arruínense, friéguense. Y encima
nos dieron cuarenta pesos como si fuera la gran cosa. ¿Saben que con esa
miseria no compro ni tres pastillitas de Pregabalina? Y los que ganaron tendrán
un sueldazo por cinco años y estarán felices.
Por
cierto, ¿el galán de barriada no querrá adoptarme, ya que tiene tanto ñeque?,
prometo no decirle groserías a mi nueva mamá, se lo juro.
O
mejor jalar la cadena. Mejor eso.
¡plas!
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