Narrar una ciudad
Comentario a propósito de El café del gordo de la lotería, la más reciente novela del escritor Enrique Rocha Monroy.
Mauricio Murillo
No me acuerdo si leí la siguiente anécdota o si la
escuché de algún profesor. La idea es que James Joyce, que vivía afuera de
Irlanda, hacía que sus amigos le mandaran fotos de alguna esquina específica de
Dublín para poder recordarla de manera exacta o, por lo menos, para saber cómo
había cambiado desde que no la había pisado.
Es conocida la obsesión que Joyce profesaba por su
ciudad natal. Sus dos novelas y su libro de cuentos buscan reconstruirla y
ponerla en escena, en movimiento. Desde el lenguaje, Joyce intentó habitar y
que habitáramos Dublín, la codificó desde la letra y, por lo mismo, la cambió
para siempre. En realidad, construyó una Dublín paralela, que se asemeja y se
intersecta con la otra, la real (por más que es difícil usar esta palabra),
pero que no es la misma. La fotografía que los amigos de Joyce le mandaban se
podía superponer a la esquina real que retrataba, pero no eran lo mismo. Siendo
un poco metafóricos podríamos decir que la fotografía es la ficción y lo otro
es lo que queda fuera de ella. Escribir sobre una ciudad siempre es particular
y siempre re-semantiza el referente real.
¿Pero qué sucede con el movimiento inverso al de
Joyce que intentaron otros escritores? Me refiero, por ejemplo, a William
Faulkner que, a falta de un territorio real que lo haya encandilado o que le
bastara, fundó su propio condado: Yoknapatawpha. Un territorio que hasta que
Faulkner no empezó a desarrollar sus tramas en él no existía en el mapa
estadounidense, pero que gracias al ganador del Nobel ahora es posible imaginarlo
como parte de la nación del norte.
En Latinoamérica tenemos casos también
paradigmáticos. De entre muchos, me gustaría escoger dos: Comala y Santa María.
El primero es el pueblo al que Juan Preciado llega en busca de su padre en la
novela Pedro Páramo de Juan Rulfo, un
poblado que funciona como sinopsis de una de las caras de México de su época,
un territorio fantasmagórico y concreto. El segundo pueblo está a orillas del
Río de La Plata y en él se desarrollan las tramas de muchos cuentos y novelas
de Juan Carlos Onetti.
Estos tres espacios ficcionales inventados por sus
autores también formarían parte del grupo de narraciones que buscan definir,
enmarcar o contar una ciudad, sus límites, sus
habitantes y la influencia de un territorio. En este sentido, podríamos
pensar que la Dublín de Joyce está en el mismo nivel que Yoknapatawpha, Comala
o Santa María. Escribir sobre una ciudad es hacerla ficción, es mutarla y
desprenderla de ese halo aburrido al que a veces llamamos realidad. Una ciudad
no es una, es varias, y cada texto sobre ella muestra uno de sus fragmentos.
Un ejemplo boliviano sería Río Fugitivo, una
suerte de gemela maldita de Cochabamba, que aparece en varios de los libros de
Edmundo Paz Soldán, escritor que ahora parece partir de ella para instaurar una
región como espejo tergiversado de lo que conocemos, llamada Iris. Para seguir
con este tema y para, de una vez, concretar las ideas que planteo, podríamos
ver también qué es lo que ha pasado en este sentido con una ciudad que ha
generado magnetismos, pero a la vez odios y resistencias: La Paz.
Muchos escritores (paceños y no paceños) han
escrito sobre Nuestra Señora. En varios libros se la reconstruye desde muchos
lugares y desde varios de sus territorios. Pensemos en Jaime Saenz y cómo su
escritura redefinió La Paz de una manera directa. O en la ciudad fantasmagórica
y fantástica que Cerruto describe en varios de los cuentos de Cerco de penumbras. También están los
poemas de Wiethüchter que la codifican y dibujan o las historias subterráneas y
oscuras que relata Wimer Urrelo.
La Paz no es una, son muchas y es esto lo que
parece decirnos la más reciente novela de Enrique Rocha Monroy, El café del gordo de la lotería. Desde
el inicio, la novela se plantea como un homenaje a la sede de Gobierno, pero
también como una mirada que busca narrarla y describirla. La novela se abre con
un monólogo. Quien habla es la ciudad, narra desde las alturas, marca el paso
de lo que sucede en ella. Una ciudad que se sabe importante pero también
extraña. “Desde el Illimani me contemplo”, dice, así que se desdobla en sí
misma y se habita.
La novela está narrada por La Paz, gesto
importante al momento de marcarla como el centro clave del libro. Esta es la manera
en que Rocha Monroy reconstruye el territorio paceño, desde su voz, desde su
lenguaje, desde su mirada propia y subjetiva que vuelve sobre los límites que
hacen de este lugar algo distinto y entrañable (por lo menos en el caso del
autor).
En el epílogo de la novela leemos: “Llego ahora a
la parte crucial y más difícil de mi novela; que en realidad es una crónica de
un caso de tradición paceñísima, en la cual es la misma ciudad la que ha
tratado de contar al distinguido público chuckuta”.
Rocha Monroy intuye que narrar una ciudad es un trabajo inútil si lo que se
busca es hacer un retrato fiel y concreto. Escribir sobre una urbe siempre va a
ser difícil y fragmentario. Y también
es algo subjetivo, como la mirada de la propia ciudad sobre sí misma o cómo un
paceño la experimenta día a día.
El café del gordo de la lotería es un libro que desde su primer capítulo
toma a La Paz como el centro de su narración, pese a lo cual no solo se basa en
ella. Los personajes que encontramos, con sus propios periplos y
subjetividades, elaboran una narración compleja que nos permite experimentar
desde la lectura sus propias vidas. La más reciente novela de Enrique Rocha
Monroy es un homenaje a La Paz, pero además es una narración que marca
distintos viajes, ya sea el de los personajes, el de la ciudad que se mira o el
del lector que repiensa un territorio tantas veces habitado.
Nuestra Señora de La Paz es la que conforma la
trinidad de los Caballeros del Divino Grano, exalumnos de un colegio católico
de la ciudad de sus amores. Novela donde alternan dos temas: los que gustan del
divino grano del café del gordo de la lotería,
rincón formado por el joven Falucho, turquito de la calle Honda, que
recibió una ayuda del paceño de tradición Iturrichaz, el otro personaje que
pese a ganar la lotería de Navidad de Lima y del Callao, cuando le escatimaron
el premio mayor tuvo que disputar en los tribunales del Perú, hasta que “brilló
el dios tutelar de la justicia”, como reza ese capítulo.
El libro gira en torno al amor y al mismo tiempo
roza la tristeza, la sabiduría, la traición, las miserias, el crimen y las
luces del alma humana. Cada uno de sus capítulos es un cuento, un relato
envuelto densamente con la sensibilidad de un experimentado fabulador, que en
una sucesión de temas, cada cual engarza con el siguiente, pero como una flecha
disparada en pos de las tramas, llegada a la palabra que brilla y fosforece en
la progresión de alguna truculenta historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario