Amores, altiplanos y máquinas parlantes
Comentario de la novela del italiano Gianni Morelli recientemente presentada por editorial 3600 en el Espacio Simón I. Patiño de La Paz.
Javier Castaños
Amores, altiplanos y máquinas parlantes, del escritor italiano Gianni Morelli, es
un hermoso libro sobre viajes y música. Italia, Estados Unidos, Argentina,
Bolivia y Perú se constituyen en los escenarios que dan vida a personajes bien
definidos, interesantes y necesarios durante nueve años, de 1900 a 1909.
La primera frase del libro: “El
asistente lo precedía en el camerino para rociar vapores que perfumaban el
aire”, ya nos advierte de la delicadeza de la narración, de su elegancia y de
la temática. Es un libro ligado íntimamente a la ópera italiana, por lo tanto,
es un libro que tiene música.
El personaje principal, Viani, empieza su aventura
en 1900 con un primer amor que es la ópera. Cuenta la primera presentación del
grande Caruso con tanto detalle que nos transporta a ese momento y lugar como
si estuviéramos presentes. Desde entonces, Viani reafirma su interés para ser
cantante de ópera, y con ese objetivo llega a Estados Unidos, donde al no
lograr su comedido, decide compartir con el mundo la belleza del canto de
Caruso a través de las “máquinas parlantes” que no son otra cosa que los
gramófonos de la marca alemana Viktor Talking Machine.
Es así que decide continuar su migración hacia
Argentina. Pero en el barco, su historia empieza a mezclarse con otra no menos
importante; con él viajan los bandoleros más famosos de la época: Butch Cassidy,
Sundance “The Kid” y Etta Place, quien se convierte en su segundo amor. Desde
entonces, sus vidas se verán entrecruzadas en varios episodios que culminan con
el enfrentamiento y muerte de los dos bandoleros, miembros de la Wild Bunch, en
San Vicente, al sur de Potosí.
Al margen de los
contextos históricos y geográficos, tan precisos y puntuales, la novela luce
una notable calidad literaria en lo que es la aventura de la migración y del
descubrimiento de la Latinoamérica del siglo pasado, con sus encantos de tierra
en buena medida todavía inexplorada. El autor trasmite el placer de la
exploración y el descubrimiento: como dice en la presentación de la versión
original, Viani, el protagonista, al igual que un novel Colón, “busca América y
encuentra un sueño”.
Pero antes de llegar a cumplir
su sueño, ¿qué hacía Viani para vender sus máquinas parlantes? Desde Argentina
inicia un viaje hasta Perú y en cada ciudad importante o intermedia, o donde
había dinero, se contactaba con las señoras de sociedad para que les patrocinen
una presentación de la maravillosa máquina que traía el mejor sonido nunca
antes escuchado y, además, al gran Caruso.
Esta actividad se convertía en
el evento social del lugar y solo algunos privilegiados podían costearse una
máquina parlante. Viani, ya familiarizado con el comportamiento social
sudamericano y con sus personajes, aprovechaba para iniciar su estrategia de marketing, como se cuenta en uno de sus
episodios: “Para
acicatear el orgullo de los aristocráticos potosinos, jactó la compra por parte
de los Aramayo de cinco gramófonos de una sola vez. Obtuvo el efecto deseado y
en dos días vendió otros tantos, más un Victor V a un ingeniero minero chileno
que vivía en su mismo albergo”. Esta
forma de narrar las escenas marca la historia y el desarrollo del libro, lleno
de anécdotas de una época nunca tan bien reflejada, ni contada.
Un tercer amor, también
frustrado por las costumbres de la época, será encontrado en Sucre y es en este
momento que nos preguntamos ¿cómo encontró su sueño? En su constante
recorrido, Viani conoce a don José, tercer reemplazo violín de la orquesta del
Teatro Sauto de Matanzas, Cuba. Otro apasionado por la música clásica.
Como cada personaje, éste también tiene una historia
interesante: había huido de la isla durante la guerra de independencia, “cuando
el crucero Maine de la Marina de los Estados Unidos había misteriosamente
explotado en la rada de La Habana. Y él, aprovechando de un momento de
confusión que nada tenía a que ver con el Maine, había robado las considerables
ganancias de una velada de beneficencia a favor de las familias de los soldados
muertos y los sueldos semanales de toda la compañía. Para luego subir al primer
buque que zarpaba, con tres mastodónticos baúles repletos de partituras y de
vestuario escénico. El buque estaba dirigido a Colón, desde donde don José
había cruzado el istmo hasta Ciudad de Panamá, en la costa del Pacífico, y se
había embarcado rumbo al sur. Había llegado a Lima, luego a Arequipa y luego al
altiplano, siempre con sus baúles, con su violín y con su dinero. Ahí había
encontrado el lago Titicaca y nunca más había logrado librarse. De todo esto en Puno nadie sabía
nada”.
Fue este encuentro el que le llevará a cumplir el
sueño: montar la ópera Aida en las
ruinas de Sacsayhuamán, en Perú. Pero, ¿cómo convencer a los indígenas de participar
de tal proyecto? Éste es el reto y la parte apoteósica del libro.
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