Catre de fierro, un espacio paceño
En esta nueva reseña de la novela de Spedding, se enfatiza en la habilidad de la autora para retratar a cabalidad la realidad paceña y boliviana de la segunda mitad del siglo XX.
Lupe Cajías / Periodista
Nadie tiene ojos más amplios que aquellos forasteros que
llegan de ultramar, con una cabeza formada en otros ambientes, y quieren
conocer y aprehender otra cultura -en este caso, desde la profunda Inglaterra
hasta los Andes- y ahí descuartizar la complicada sociedad rural paceña a lo
largo del intenso siglo XX.
Y nadie mejor que Alison Spedding (Belper, 1962) para
adentrarse en la saga de una familia de hacendados pobretones y provincianos:
los Veizaga con sus ramificaciones legales y de hijos “naturales”; el paisaje
emblemático del quiebre que trajo la Reforma Agraria en los poblados valles
intrandinos: Saxani, Suri, Inquisivi; la participación política desde los
cubretachos liberales, los movimientistas hasta el mirismo de una clase que
nunca logró ser aristocrática y ni siquiera burguesa; y los entreveros de
personajes típicos de la urbe más indígena de la América morena con su cultura
inalterada en 500 años.
La novela
Catre de fierro
(Plural, 2015) es la ficción más ambiciosa de la reconocida autora que deja
atrás la trilogía fantástica de sus Saturninas para retratar los cambios
sociales y culturales en la estructura sociocultural boliviana (paceña) a
través de una familia impactada por la revolución nacionalista de 1952 y
desbordada por los excesos de sus sucesivas generaciones.
La novelista no se desprende de la rigurosa académica, de la
antropóloga que ha vivido en las entrañas de su objeto de estudio. No es casual
que la obra comience sus 460 páginas de denso contenido con la presencia del
“albañil”-el mejor personaje andino para unir el campo y la ciudad- y el ritual
precolombino a la Madre Tierra, con el edificio ultra moderno. Describe aquella
noticia susurrada de los entierros humanos en las esquinas de puentes o grandes
construcciones en La Paz. La metrópoli orgullosa intentando no mirar a los
yatiris del Faro Murillo, a sus ayudantes y artilleros que manejan sus hilos
oscuros y profundos.
Ese “catre de fierro” es como un resumen del argumento:
catres que existen aún en los alojamientos o en hoteles baratos pueblerinos y
que en un tiempo eran signo de grandeza. Catres donde se unen las parejas
vinculadas por un juez y un cura y las otras de raptos o juegos clandestinos,
donde el victorioso es el mestizaje indómito. Ahí mismo nacerán los vástagos
legales, los reconocidos y los achacados. Catres donde morirán los viejos.
Colchones olorosos al paso del tiempo, de la abuela, del hijo, de la amante,
del bastardo, del orín y del semen.
“Todos habían sido
hermanos”
Aunque la novelista despliega una cantidad de nombres
intercalados por un tiempo narrativo desordenado y demasiados escenarios
rurales y citadinos, el lector atento tiene en las voces narrativas de los
personajes secundarios (Matías Mallku, el yatiri, Jorge el huérfano, Nemesio,
el preso) el hilo de Adriana para no perderse en el laberinto.
Las mujeres son la columna vertebral que impulsa el
desarrollo del relato, sobre todo las más aymaras, las cholas. Clotilde,
Dorotea, Justina superan a las patronas y a las universitarias por su fuerza
para vencer el abandono como hijas del pongueaje, la violencia sexual, la
exclusión e imponerse al final con sus puestos de comida, de bebida, de
prostitución o con la venta en el Shopping La Wiphala, en plena Eloy Salmón.
Aunque la trama principal sigue las ambiciones económicas y
políticas de los hombres de la familia Veizaga, sus fracasos y sus amoríos
frustrados, son estas hembras las que caracterizan a la comunidad que describe
Spedding, abigarrada, barroca y compleja, como la foto que acompaña la contraportada
del libro.
Voces narrativas
Spedding es siempre original y su escritura no se enmarca en
otros autores bolivianos o andinos, aunque reconoce su gusto por el estilo de
René Bascopé y Adolfo Cárdenas para describir La Paz, logrando lo más difícil:
dar el tono creíble y justo a los personajes andinos y cholos. Probablemente su
conocimiento profundo del inglés, del español y del aymara le permite narrar
con un lenguaje incorrecto, de sintaxis fatal y lleno de verbos secundarios,
tan característico de los collas.
Cada matiz, cada tono, de las voces narrativas, permite
imaginarnos el rostro y las actitudes de los miembros de un clan que aparenta
ser oligárquico pero no puede esconder su mestizaje real, hasta los tuétanos.
El relato es trágico y a la vez cómico, lleno de detalles de
objetos y rituales que compartían las abuelas y las sirvientas de una época
decadente y a la vez nueva con la llegada del Movimiento Nacionalista
Revolucionario al poder. Una bacinica, vaciada a la madrugada, está tan llena
de nostalgias como la tienda siempre semi vacía en una calle pueblerina,
atendida por la antigua patrona para evitar aburrirse, para evitar irse a la
ciudad donde nadie la conoce.
El mundo oscuro de la Sagárnaga hacia las callejuelas de esa
aún desconocida Chuquiago Marka, con sus yatiris y brujos, y Matías se
convertirá en un contrapunto a la historia familiar llena de amores esquivos,
militancias políticas fracasadas y ambiciones económicas burladas por el
comercio informal que gana la partida.
Aunque formalmente aparece como la historia de una larga
venganza, de los resentimientos sociales individuales y colectivos, y una
novela para encontrar al asesino, la obra es sobre todo un retrato sutil de La
Paz. Spedding es capaz de crear personajes reales y no indígenas prefabricados
(“buenitos”) o mestizos políticamente correctos o blancos “for export”.
La vida en la hacienda, los viajes a mula en los años 40 por
la ruralidad terrateniente, las costumbres, las comidas, las bebidas, la hoja
de coca y su influencia, el narcotráfico, las cárceles sin candado, el panóptico
de San Pedro, las pensiones, las casas de inquilinos en el centro paceño, la
vejez, las muertes, son los otros puntos de apoyo en este libro que ha sido
considerado como la mejor novela publicada en Bolivia en el último quinquenio.
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