Volar en círculos, la abrumadora
biografía de John Le Carré
Hace pocas semanas se distribuyó, a librerías de todo el mundo, el libro de memorias del novelista espía.
Ricard Bellveser
Volar en
círculos
(Planeta, 2016), las memorias de John Le Carré (Dorset, 1931), adjetivadas por
la crítico literaria Michiko Kakutani como “la falsa memoria de un mentiroso”, ya
está disponible en librerías de todo el mundo, a la vez, en varios idiomas, como
se hace con las grandes ediciones.
Recibidas como quien recibe un
acontecimiento literario de primera magnitud, se ha querido ver en estas
memorias el libro que destripa la política mundial de los cuartos centrales del
siglo XX. Se venderán millones de ejemplares.
Le Carré, autor de novelas de espías,
que suceden durante la guerra fría, narradas por él que fue espía de profesión,
un espía que surgió del frío, quiere
convencernos ahora de que no hace ficción sino que cuenta la verdad, cuenta su
pasado, aunque hay razones para que no nos lo creamos del todo, para que pensemos
que la mezcla de ficción y realidad hace que todo sea algo confuso, lo que no
quiere decir que el libro, como tal conjunto, no resulte cautivador,
hipnotizador incluso por la energía de sus historias.
Tal vez lo más interesante sean las
confesiones relativas a su desdichada infancia, donde deberíamos ver las raíces
psicológicas de su obra y de su vida toda. Según desvela, su madre les abandonó
a él y a su hermano, cuando él apenas tenía cinco años, harta de las palizas
que le daba su marido.
Su padre fue un tipo extraño, un
aventurero, un estafador de medio pelo, (“embaucador, farsante ocasional, ocasional visitante de la cárcel y,
además, mi padre” ), que
cumplió condenas en cárceles de Hong Kong, Singapur, Zúrich..., un tipo encantador,
pero al mismo tiempo un ladrón que siendo él niño le llevó al casino de
Montecarlo a enseñarle a apostar, un personaje que cuando supo que su hijo había
hecho fortuna en la literatura, le reclamó los derechos de autor de sus
historias porque muchas le habían sucedido a él y por ello eran de su propiedad.
Le Carré, de joven, entró en los
servicios secretos británicos y se inventó su propio personaje adornado con
mentiras. Mentir es una de las cualidades de los espías -y de los estafadores- para
disimular su presencia, por ello, al entregarle a sus editores este libro
memorialístico, “les expliqué que era un mentiroso. Nací para mentir, me
educaron para ello, un sector que miente como medio de vida me entrenó para
hacerlo y adquirí experiencia siendo novelista”.
Pero vistas así las cosas ¿nos importa
que lo escrito sea verdad verdadera o mentira mentirosa, o imaginación
creativa? En el fondo, la narración de la vida no es más que la narración de
versiones diferentes de una cosa que no sabemos muy bien si existe y que
llamamos realidad. Además, el género de la autobiografía lo permite todo y más
si quien lo hace es un maestro de la narración.
El tema me paree muy interesante, porque
si nos enfrentamos a un escritor verosímil, que nos habla de espías y de países
en conflicto, necesitamos que los datos que utiliza sean certeros, que su
trabajo esté bien documentado como sucede en todos sus libros: La chica del tambor, El jardinero fiel, El sastre de Panamá,
etc., y para ello debía ir a los países en conflicto, y conocer muy
especialmente todo cuanto rodeó a la Guerra Fría en la que participó como espía
y en la que desarrolló un finísimo sentido de la observación que luego pasó a
sus novelas. “Primero viene la
imaginación; después, la búsqueda de la realidad. Después, la imaginación otra
vez, y el escritorio ante el cual estoy sentado”.
Su aportación, además de la historia y
la escritura, es el descrédito del mundo de los espías, sublimado por otros
autores y por la sociedad de los años de la Guerra Fría, que había hecho de
ellos algo así como un modelo de héroes contemporáneos, patriotas, descreídos
de casi todo, bon vivants y vividores
al borde de la muerte diaria, según los arquetipos de James Bond e Ian Fleming.
Vendedor de millones de ejemplares de
sus novelas, que están traducidas a una cuarentena de idiomas, se enfrenta
ahora a una experiencia nueva, la verdad de la mentira, las mentiras
verdaderas, su propia biografía, sus recuerdos no siempre ciertos y su
iluminada prosa que a sus 84 años nos sigue cautivando.
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