Yo merezco un premio
A propósito de la últimamente tan en boga “fiebre” por premios y reconocimientos en el gremio de las letras.
Manuel Vargas
“A ver”, como dicen ciertos políticos al inicio de
sus alocuciones. Hay premios y premios. Premios consuelo, segundos premios,
honoríficos, menciones honrosas, monetarios, gran premio, justos
reconocimientos, nacionales, municipales, internacionales, locales,
provinciales, individuales, colectivos, y seguramente muchos más.
Claro que nosotros no buscamos cualquier premio. Por
ejemplo, una mención honrosa o un segundo premio pueden ser como un castigo. Generalmente
los premios son producto de un concurso. Y si gano un segundo premio, significa
que otro “me ha ganado”. Entonces, mejor es no ganar nada… Pero basta de
generalidades.
Muchas veces lo llamaban a Jesús Urzagasti para ser
justamente reconocido por distintas instituciones del Estado. Obvio, se debe
aclarar que tiene que ser “justamente”. Estos reconocimientos significan un
diploma, alguna estatuilla y una ceremonia. Obviamente que Jesús les decía no,
gracias. O les decía, por ejemplo, que en lugar de ello, auspicien la
publicación de una de sus obras. Justo premio, que tendría la virtud de hacer
que el autor sea más leído y conocido… Pero bueno. Entonces, no. La lógica de
los premios es otra, y más todavía en nuestros tiempos de capitalismo salvaje.
Yo he sido incapaz de decir no. Tengo algunas
estatuillas y diplomas. Con los “monetarios” no me ha ido tan bien. Se dice que
el no aceptar un reconocimiento puede ser signo de orgullo, o de “hacerse el
lindo”. No me quejo, hay algunos reconocimientos que me han gustado (nunca he
mentido que no los merezco) y otros que he tenido que soportarlos estoicamente.
También eso de ser premiado es un sacrificio, pues, qué se creen.
Una vez más voy a recordar las palabras de Rubén
Vargas, cuando ambos estábamos siendo “reconocidos”, junto con una buena
cantidad de otros personajes destacados, en medio de la música, los anuncios y
las galas: “Desde ahora me voy a dedicar a ganar premios”.
Pero no es así de sencillo. No hace ni un mes
asistí, como espectador, a una premiación de ese estilo. Sabemos que la
ceremonia debe ser preparada con antelación, con ensayos y teatros. Se debe ir
más o menos bien empilchado y llegar a la hora exacta. En el caso que les
cuento, hicimos lo imposible por llegar puntuales, lo logramos. Había muchachas
muy bien pintaditas, altas y sonrientes: eran las azafatas, últimamente
infaltables para toda ceremonia que se respete. Yo siempre ya dije, se llama a
una hora, para comenzar en realidad una media hora después. Pero no fue así,
señoras y señores, pasó una hora y nada. Las autoridades ya estaban en camino,
disculpen los inconvenientes, los invitados de países hermanos ya iban a
llegar. Es que el tráfico, los imponderables, las ocupaciones (y este acto ya
estaba preparado con antelación de meses…).
La ceremonia comenzó dos horas después de lo
programado. Los organizadores estaban recién aprendiendo, seguramente después
de quinientos años. Pero eso sí: las autoridades no desaprovecharon semejante
ocasión para hacerse autobombo con versos, lujosos álbumes de fotos (de ellos,
no de los premiados), videos (sí, videos) y altavoces. Bueno, digo yo: está
bien unas dos fotitos, pero no tanto. Y en medio de todo esto, los pobres
premiados y reconocidos por su labor en los distintos ámbitos del quehacer
nacional, esperando, soportando, quién sabe si temblando interiormente, con
toda paciencia. ¿No ve que no es así nomás la cosa? Si parece castigo.
Lograr un premio internacional es, obviamente, mejor
que ganar un premio nacional o que un “justo reconocimiento”. Aquí ya hasta el
monto en contante y sonante es lo de menos. Y así, la gradación hasta donde dé
el cuero. Hay que comenzar con un premio inter-cursos, luego intercolegial,
luego municipal… etc. No es novedad, en el gremio de los escritores, que
busquemos afanosamente ser conocidos y reconocidos a través de los premios. Aunque
algunos por ahí dicen: simplemente es por la plata. Uta, che.
Y ahora, el Premio Nobel. Yo sé de un autor
boliviano que, cuando salíamos al exterior, tenía ya su aparato publicitario
preparado: un buen texto impreso con críticas y justificaciones para optar al
Premio Nobel, que repartía entre el público asistente a nuestros encuentros
internacionales. Alma bendita. Así había sido la cosa. Aquí todo es poniendo. O
por lo menos proponiendo. Una vez le pregunté a un escritor peruano de cierta
edad, muy digno de premios y reconocimientos según mi modesto entender, por qué
su compatriota Vargas Llosa era más conocido y reconocido que él. Me dijo: es
que yo no sé hacerme autobombo. Y entonces ocurre que las grandes lumbreras,
los círculos, las roscas y los países recomiendan y proponen a un autor para
ser premiado. Así es la cosa. El premio no llega del cielo.
Se ha armado un revuelo con el cantante y poeta Bob
Dylan, a propósito de su Premio Nobel. Los que están en contra y los que están
a favor. Se dicen zonceras también. Como que él sí es un poeta sencillo y
popular, y por qué no, por fin le achuntaron los de Estocolmo. Es objeto de
envidias de los complicados y de los académicos elitistas que no saben llegar
al pueblo… Cosas así. O sea que, si no eres sencillo eres un pobre pelotudo.
También, parece que al calor de todas estas noticias
en los “medios” y en las “redes”, ha surgido como candidato a este gran premio
nuestro colega Edmundo Paz Soldán. Ya tiene edad, ¿no? Y una obra respetable. Entonces
yo me he puesto a pensar: “A ver”, digamos que sí, por qué no, desde los
tiempos del proceso de cambio, ya no estamos con nuestro complejo de
desvalorización de lo nuestro. Si el olímpicamente desconocido, y español, José
Echegaray ha ganado ese reconocimiento en el pasado siglo, ¿por qué no Paz
Soldán, que sabe moverse en el mundo en más de un idioma? “A ver”, pero en
Bolivia, solamente hablando de los vivos (¡al cuerno los reconocimientos
póstumos!), habemos muchos otros… y otras… más mejores. También dignos de optar
por este premio. Por ejemplo… sin ir más lejos… yo…
“A ver”, ya lo lancé. Ya estaremos buscando una
estrategia adecuada para el logro de estos retos. Los premios, la fiebre de
premios, son un signo de los tiempos. Hasta a don Eduardo Abaroa lo meten en
esto.
No seas envidioso ni acomplejado. Si quieres ser
alguien, tienes que ser premiado, si no, no eres nadie. Y hay hartos premios,
che. Hasta en Bolivia. Ni qué decir de la España grandiosa. Así me han dicho. Y
los que saben, tienen los medios disponibles, incluyendo las “redes”, o sino un
anzuelo para arribar a esos mares. Por ahí pescamos algo, y nuestra vida
cambiará: seremos visibles, ¡seremos! ¡Las luces, los abrazos, las llamadas, el
amor!
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