miércoles, 16 de noviembre de 2016

Libros

La lengua de Adán, legado a los aymaristas


Una reseña a propósito  de la reciente reedición de la obra de Emeterio Villamil de Rada, por la BBB.




Carmen Beatriz Loza 

La Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) acaba de presentar en Sorata uno de los libros emblemáticos y míticos del siglo XIX: La lengua de Adán y el hombre de Tiahuanaco (1888) de Emeterio Villamil de Rada (1800-1876).
Es un esbozo propagandístico de los 18 tomos que pretendía dar a luz el filólogo aficionado, empresario y político sorateño, quien se esforzó para encontrar apoyo estatal o privado para tamaña empresa editorial. Lamentablemente no obtuvo resultados para financiar su ambicioso proyecto, a pesar de plantearlo en una coyuntura favorable a la filología. En Europa se estaba construyendo el americanismo y existía un inusitado interés por la filología de las antiguas lenguas autóctonas. En La Paz se había constituido un Círculo Aymarista, cuyo vínculo con Villamil de Rada es preciso aclarar.
Mauricio Souza, en su estudio introductorio, afirma que La lengua de Adán es “un libro misceláneo, acumulativo, disperso, indeciso entre una pulsión propagandística y las digresiones de su autor”.  
En efecto, se publica como un resumen que recoge su tesis central: Dios y Adán conversaron en aymara en Sorata, el Edén. Villamil de Rada coloca desde su perspectiva al aymara en el “pináculo de la pirámide lingüística y al país de su origen y conservación en el puesto de dignidad de la madre de las naciones y sus lenguas”. De esa manera, “busca que la oralidad aymara converse con las culturas del mundo” a través de un complejo acercamiento comparativo con varias lenguas, dejando establecida así la filiación divina del hombre.
¿Quiénes eran los lectores ideales de La lengua de Adán? Se trataba de sus amigos co-aymaristas a los que dirige el Apéndice. Eran miembros de las élites provinciales yungueñas y vallunas que reflexionaban sobre el aymara con mucho ahínco. Se proponían, en algunos momentos, trabajar metódicamente, pero la mayor parte del tiempo reflexionaban para su propio beneplácito: leyendo y circulando manuscritos para su crítica en el Círculo Aymarista.
Villamil de Rada considera que ellos son competentes consejeros para su esbozo, pues cuentan con un “esclarecido juicio de peritos en el aymara”, amigos capaces de juzgar su aporte. Ellos producían de manera lenta, pasible y modesta, por esa razón el autor no hesitó en presentarles su primer bosquejo, aunque imperfecto “para provocar investigaciones”. Según Villamil de Rada no necesariamente pretendía una publicación, aunque en el fondo la anhelaba, agobiado por el hambre, la salud quebrantada y alejado de su añorada Sorata.
Queda claro que el Círculo Aymarista no apuntaba a un proyecto editorial de los textos que producían, más bien se dispersaban en estudiar todos los vestigios antiguos y las modernas expresiones de la “raza aymara”. Tenían una inquieta actividad investigativa que no logró concretarse, simplemente quedó en planes y esbozos de manuscritos que se exponían en sus reuniones; mientras las noticias de publicaciones europeas sobre las lenguas autóctonas y la etnografía los inundaban y los ponían aún más febriles en sus proyectos de alfabetos, gramáticas y diccionarios.
La única acción que tomó cuerpo fueron las sesiones públicas organizadas para instituir una cátedra de aymara en la Universidad Mayor de San Andrés (el anhelado proyecto de 1864 se concretó recién en 1979). La enseñanza universitaria era una de las preocupaciones centrales. En esa línea, Villamil de Rada deseaba la formación de profesores en lenguas autóctonas.
Al igual que sus amigos aymaristas, reivindica la herencia del aymara, lengua que se habla “desde la cuna”, una sabiduría que llega desde la infancia y perdura a lo largo de la vida. En sus propias palabras: “Aprendida auditivamente en la infancia, olvidada durante 30 años de ausencia en Bolivia, me sorprende hallar sólo en la coherencia misma lógica y orgánica de la lengua su propia ideología y su interna gramática y lexicón sin esfuerzo de la memoria”.
Sin duda todos están convencidos de la primacía de la herencia del aymara para poder reflexionar sobre ella. Empero, en 1888 esta idea fue puesta en duda por Ernest Middendorf, quien empleó a Carlos Bravo como informante para escribir un Diccionario aymara y alemán, para sorpresa de los aymaristas. De hecho, el estudioso alemán afirmó que los blancos y mestizos aprendían de niños la lengua, pero “muy pocos de los paceños tenían los conocimientos necesarios salvo para dar órdenes al servicio doméstico o emplearlo en el mercado”. El alemán entraba en flagrante contradicción con la valoración que hacía Villamil de Rada del conocimiento profundo que poseían sus amigos.
¿Por qué resulta valiosa la nueva edición de La lengua de Adán? Son contados los manuscritos del aymara del siglo XIX. Predominan los impresos de carácter religioso. La mayoría de los manuscritos se han perdido o simplemente se hallan inéditos. Una parte se guarda en los archivos y bibliotecas europeas. Otros desaparecieron, principalmente los poseídos por Rosendo Gutiérrez, pues fueron saqueados en el encarnizado combate callejero contra las tropas de Mariano Melgarejo en 1871.
Los papeles de Agustín Aspiazu fueron vendidos a precio de romana, mientras el resto ardieron en el fuego. De hecho, los manuscritos de Emeterio Villamil de Rada fueron arrojados “con desdén a esos antros llamados impropiamente archivos. La mano caritativa de un inteligente amigo nuestro -señala Nicolás Acosta- pudo salvarlos de haber sido devorados por las llamas del incendio del Palacio de La Paz en 1875”. Ese manuscrito sirvió para su primera edición en 1888. La misma da sustento a esta nueva edición de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia, pero facilitando su lectura y dando consistencia a sus fuentes y referencias.
Se crean las condiciones óptimas para colocar en manos del lector una obra fundamental y completa para promover la lectura, el conocimiento, el estudio y la investigación de La lengua de Adán, no solo como narrativa, tampoco como obra exclusivamente filológica, sino también como material de discusión para aquellos que deseen reflexionar sobre la construcción y el abordaje del estudio del aymara en el siglo XIX, un período en el que se debe ahondar. Además, para rastrear la producción de manuscritos que en su momento enriquecieron la circulación de ideas y reflexiones sobre las lenguas autóctonas y la propia identidad de los hablantes entre los que se encontraban las élites locales de La Paz.


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