La lengua de Adán, legado a los aymaristas
Una reseña a propósito de la reciente reedición de la obra de Emeterio Villamil de Rada, por la BBB.
Carmen
Beatriz Loza
La
Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB) acaba de presentar en Sorata uno
de los libros emblemáticos y míticos del siglo XIX: La lengua de Adán y el hombre de Tiahuanaco (1888) de Emeterio Villamil
de Rada (1800-1876).
Es
un esbozo propagandístico de los 18 tomos que pretendía dar a luz el filólogo
aficionado, empresario y político sorateño, quien se esforzó para encontrar
apoyo estatal o privado para tamaña empresa editorial. Lamentablemente no obtuvo
resultados para financiar su ambicioso proyecto, a pesar de plantearlo en una
coyuntura favorable a la filología. En Europa se estaba construyendo el
americanismo y existía un inusitado interés por la filología de las antiguas
lenguas autóctonas. En La Paz se había constituido un Círculo Aymarista, cuyo
vínculo con Villamil de Rada es preciso aclarar.
Mauricio
Souza, en su estudio introductorio, afirma que La lengua de Adán es “un libro misceláneo, acumulativo, disperso,
indeciso entre una pulsión propagandística y las digresiones de su autor”.
En
efecto, se publica como un resumen que recoge su tesis central: Dios y Adán
conversaron en aymara en Sorata, el Edén. Villamil de Rada coloca desde su
perspectiva al aymara en el “pináculo de la pirámide lingüística y al país de
su origen y conservación en el puesto de dignidad de la madre de las naciones y
sus lenguas”. De esa manera, “busca que la oralidad aymara converse con las
culturas del mundo” a través de un complejo acercamiento comparativo con varias
lenguas, dejando establecida así la filiación divina del hombre.
¿Quiénes
eran los lectores ideales de La lengua de
Adán? Se trataba de sus amigos co-aymaristas a los que dirige el Apéndice. Eran
miembros de las élites provinciales yungueñas y vallunas que reflexionaban
sobre el aymara con mucho ahínco. Se proponían, en algunos momentos, trabajar
metódicamente, pero la mayor parte del tiempo reflexionaban para su propio
beneplácito: leyendo y circulando manuscritos para su crítica en el Círculo
Aymarista.
Villamil
de Rada considera que ellos son competentes consejeros para su esbozo, pues cuentan
con un “esclarecido juicio de peritos en el aymara”, amigos capaces de juzgar
su aporte. Ellos producían de manera lenta, pasible y modesta, por esa razón el
autor no hesitó en presentarles su primer bosquejo, aunque imperfecto “para
provocar investigaciones”. Según Villamil de Rada no necesariamente pretendía una
publicación, aunque en el fondo la anhelaba, agobiado por el hambre, la salud
quebrantada y alejado de su añorada Sorata.
Queda
claro que el Círculo Aymarista no apuntaba a un proyecto editorial de los
textos que producían, más bien se dispersaban en estudiar todos los vestigios
antiguos y las modernas expresiones de la “raza aymara”. Tenían una inquieta
actividad investigativa que no logró concretarse, simplemente quedó en planes y
esbozos de manuscritos que se exponían en sus reuniones; mientras las noticias
de publicaciones europeas sobre las lenguas autóctonas y la etnografía los
inundaban y los ponían aún más febriles en sus proyectos de alfabetos,
gramáticas y diccionarios.
La
única acción que tomó cuerpo fueron las sesiones públicas organizadas para instituir
una cátedra de aymara en la Universidad Mayor de San Andrés (el anhelado
proyecto de 1864 se concretó recién en 1979). La enseñanza universitaria era
una de las preocupaciones centrales. En esa línea, Villamil de Rada deseaba la
formación de profesores en lenguas autóctonas.
Al
igual que sus amigos aymaristas, reivindica la herencia del aymara, lengua que se
habla “desde la cuna”, una sabiduría que llega desde la infancia y perdura a lo
largo de la vida. En sus propias palabras: “Aprendida auditivamente en la
infancia, olvidada durante 30 años de ausencia en Bolivia, me sorprende hallar
sólo en la coherencia misma lógica y orgánica de la lengua su propia ideología
y su interna gramática y lexicón sin esfuerzo de la memoria”.
Sin
duda todos están convencidos de la primacía de la herencia del aymara para
poder reflexionar sobre ella. Empero, en 1888 esta idea fue puesta en duda por
Ernest Middendorf, quien empleó a Carlos Bravo como informante para escribir un
Diccionario aymara y alemán, para
sorpresa de los aymaristas. De hecho, el estudioso alemán afirmó que los
blancos y mestizos aprendían de niños la lengua, pero “muy pocos de los paceños
tenían los conocimientos necesarios salvo para dar órdenes al servicio
doméstico o emplearlo en el mercado”. El alemán entraba en flagrante
contradicción con la valoración que hacía Villamil de Rada del conocimiento
profundo que poseían sus amigos.
¿Por
qué resulta valiosa la nueva edición de La
lengua de Adán? Son contados los manuscritos del aymara del siglo XIX.
Predominan los impresos de carácter religioso. La mayoría de los manuscritos se
han perdido o simplemente se hallan inéditos. Una parte se guarda en los archivos
y bibliotecas europeas. Otros desaparecieron, principalmente los poseídos por
Rosendo Gutiérrez, pues fueron saqueados en el encarnizado combate callejero contra
las tropas de Mariano Melgarejo en 1871.
Los
papeles de Agustín Aspiazu fueron vendidos a precio de romana, mientras el
resto ardieron en el fuego. De hecho, los manuscritos de Emeterio Villamil de
Rada fueron arrojados “con desdén a esos antros llamados impropiamente
archivos. La mano caritativa de un inteligente amigo nuestro -señala Nicolás
Acosta- pudo salvarlos de haber sido devorados por las llamas del incendio del
Palacio de La Paz en 1875”. Ese manuscrito sirvió para su primera edición en
1888. La misma da sustento a esta nueva edición de la Biblioteca del
Bicentenario de Bolivia, pero facilitando su lectura y dando consistencia a sus
fuentes y referencias.
Se
crean las condiciones óptimas para colocar en manos del lector una obra fundamental
y completa para promover la lectura, el conocimiento, el estudio y la
investigación de La lengua de Adán,
no solo como narrativa, tampoco como obra exclusivamente filológica, sino
también como material de discusión para aquellos que deseen reflexionar sobre
la construcción y el abordaje del estudio del aymara en el siglo XIX, un
período en el que se debe ahondar. Además, para rastrear la producción de
manuscritos que en su momento enriquecieron la circulación de ideas y
reflexiones sobre las lenguas autóctonas y la propia identidad de los hablantes
entre los que se encontraban las élites locales de La Paz.
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